sábado, 24 de diciembre de 2011

25 de diciembre

Estamos de fiesta, en Navidad, celebramos esta fiesta con singular alegría, nos reunimos los que más nos queremos, familia, amigos, compañeros de trabajo. Son las fiestas. Y ahora nos reunimos aquí en nuestra iglesia. Es también un encuentro de alegría. Nos preguntamos, qué esperamos de esta reunión. Qué esperamos de este recuerdo tan festivo y grato del nacimiento de Jesús. Qué esperamos de la Navidad.

Vamos a recibir un regalo precioso, Jesús nos lo trae, no nos preocupemos. Él no nos va a pedir que le devolvamos nada. A Jesús le importamos de una manera máxima. Jesús nunca pide nada, él es el que se da, su vida ha sido siempre solo ofrecer.

Este Niño Dios que nacido así, nos abre hoy a todos al misterio de Dios. Dios se hace hombre. Dios se nos manifiesta como es. Esta cercanía y proximidad de Jesús a lo humano, es lo que mejor nos revela y como mejor podemos comprender el verdadero misterio de Dios. Ahora sabremos lo que es importante para Dios. Lo que es importante de verdad en la vida.

Estas lecturas que hemos escuchado nos dicen que Dios entra en la historia vinculado no solo a la pobreza, le podemos encontrar en cualquier ser indefenso y débil, que tal vez necesita de nuestra acogida.

Posiblemente nosotros hubiéramos preferido un Dios fuerte y poderoso, omnipotente. Pero él prefiere la fragilidad de un niño débil, nacido en la mayor sencillez y pobreza, en la marginación, en la exclusión. El puede estar en las lágrimas de un niño, o en la soledad de un anciano en la angustia de un parado, en la tristeza de un inmigrante y sabemos que en ese encuentro él da alegría y paz.

Todo esto significa que en el mundo hay salvación en la medida en que nos acercamos a lo excluido, a lo que nadie quiere acercarse y con quien nadie quiere solidarizarse. Jesús tomó en serio desde el primer instante, que los últimos tienen que ser los primeros, para él son los primeros.

Porque en los últimos es donde se encuentre lo mínimamente humano, lo que es común a todos los seres humanos, aquello en lo que todos coincidimos y somos iguales; en lo mínimamente humano está lo que nos une, no lo que nos divide. La “buena noticia”, la “gran alegría”, la clave de la felicidad no se encuentra en lo que nos separa y nos distancia, sino lo que nos funde en la unidad. La felicidad está donde se encuentra lo más entrañablemente humano, un niño en pañales, esté donde esté, aunque se le encuentre donde menos podemos imaginarlo.

Cuando nosotros solemos decir que conocemos a Dios, lo que conocemos ya no es Dios, es un objeto que nosotros elaboramos. Lo que podemos conocer de Dios es lo que se nos ha revelado en el niño “envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. La grandeza de Dios es la grandeza de este niño, su grandeza es su humanidad. En Jesús, Dios se nos manifiesta como es.

Nosotros colocamos lo grande y valioso casi siempre en lo extraordinario, maravilloso, sorprendente. Pero él se nos presenta en lo cotidiano, en lo normal y ordinario. Hay futuro y esperanza no en la exaltación y aumento del poder, sino en la dignificación de lo humano. Es la gran lección de la Navidad.

Este es el Dios que nosotros necesitamos junto a nosotros, esta cercanía y proximidad a lo humano es lo que mejor nos revela y como mejor podemos comprender el verdadero misterio de Dios.

La Navidad nos manifiesta que es así nuestro Dios, nuestro salvador, que se nos acerca con la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír o llorar, y que así ha de ser también nuestra alegría. Es la fe revolucionaria de la Navidad, expresada por San Pablo, "Cristo, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de siervo, haciéndose uno de tantos y presentándose como simple hombre".

En el fondo de cualquier ser humano podemos descubrir la presencia de ese Dios que ha querido encarnarse en lo humano y que ha preferido los pobres, los necesitados de pan, de salud, de compañía....es ahí y con ellos con los que preferentemente El está. El nos habla, nos invita, nos emplaza a vivir así, nos lo dice en su silencio.

Si acertamos a detenernos en silencio ante este niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, entenderemos por qué la alegría de un creyente ha de tener características tan diferentes en estos días de Navidad.

Así es la fiesta de la Navidad, una fiesta para toda la humanidad, para todos, todos los que le aman y ponen su vida por Él y también por los que no saben nada de él, porque Jesús es el Salvador de todos.

Para quienes se sienten creyentes en el fondo de su corazón es una fiesta gozosa, que les recuerda que pueden contar siempre con un Dios cercano que solo busca nuestro bien. Será una fuerza comprometedora que nos recuerda hacia dónde deben mirar nuestros ojos, hacia dónde hemos de orientar nuestros valores, hacia dónde hemos de dirigirnos en la vida. Porque ese Niño nacido así es el punto de la creación donde la verdad, la bondad y la cercanía de Dios hacia sus criaturas aparece de una manera irrefutable y que además resulta tierna y bella.

Pero si queremos que todo esto vaya siendo verdad, no olvidemos la lección de María, que guardaba todo en su corazón, es el mejor modo para comprender quién y como es nuestro Dios. Contemplar en nuestro corazón cuanto vemos en estos días.

No hay comentarios: