jueves, 23 de febrero de 2012

Carta de nuestro Padre Obispo Carlos.

“Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios: arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia” (Mc. 1, 15)

Hermanas y hermanos:

Con el Miércoles de Cenizas, iniciamos la Cuaresma. La Iglesia en su liturgia nos dice: “conviértete y cree en el Evangelio”. Es el llamado a volvernos a Jesús, que es la Buena Noticia. Cuaresma es la invitación para encontrarnos con Jesús vivo.

“Esto es justamente lo que, con presentaciones diferentes, han conservado todos los evangelios como el inicio del cristianismo: un encuentro de fe con la persona de Jesús” (DA 243)

Cualquiera puede decir: ¿cómo me encuentro con Dios? ¿Dónde está Jesús? Algo parecido dijeron los primeros discípulos: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn. 1, 38). Hoy decimos: “¿dónde te encontramos de manera adecuada para abrir un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad? ¿Cuáles son los lugares, las personas, los dones que nos hablan de ti, nos ponen en comunión contigo y nos permiten ser discípulos y misioneros tuyos?” (DA 245)

1. El encuentro con Cristo se realiza en la fe recibida y vivida en la Iglesia, gracias al Espíritu Santo. (DA 246).

2. Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia. Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios (DA 247). En nuestra vida personal, en la familia, en la vida de nuestras instituciones laicales, en nuestras parroquias: preguntémonos si la Palabra de Dios es el alimento que nutre nuestra oración, nuestros proyectos y decisiones.

3. Encontramos a Jesús en la Sagrada Liturgia. El lugar privilegiado de ese encuentro es la Eucaristía. En cada Misa los cristianos celebramos y asumimos el misterio pascual. La Eucaristía, fuente inagotable de la vocación cristiana es, al mismo tiempo, fuente inextinguible del impulso misionero (DA 251)

4. El Sacramento de la reconciliación es el lugar donde el pecador experimenta de manera singular el encuentro con Jesucristo, quien se compadece de nosotros y nos da el don de su perdón misericordioso, nos hace sentir que el amor es más fuerte que el pecado cometido, nos libera de cuanto nos impide permanecer en su amor, y nos devuelve la alegría y el entusiasmo de anunciarlo a los demás con corazón abierto y generoso (DA 254)

5. La oración personal y comunitaria es el lugar donde el discípulo, alimentado por la Palabra y la Eucaristía, cultiva una relación de profunda amistad con Jesucristo y procura asumir la voluntad del Padre. (DA 255).

6. Encontramos a Jesús en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Allí Él cumple su promesa: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”(Mt. 18,20). Está en los discípulos que procuran hacer suya la existencia de Jesús… Está en los pastores, que representan a Cristo mismo…. Está en los que dan testimonio de lucha por la justicia, por la paz y por el bien común, algunas veces llegando a entregar la propia vida… que nos invitan a buscar un mundo más justo y más fraterno, en toda realidad humana, cuyos límites a veces nos duelen y agobian (DA 256)

7. También encontramos a Jesús de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos (cf. Mt. 25, 37-40), que reclaman nuestro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el sufrimiento y constante lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que sufren realmente nos evangelizan! El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo (DA 257)

8. Encontramos a Jesús en esa piedad que muchos de nosotros hemos aprendido en el ejemplo de nuestros padres y abuelos. Muchas de sus prácticas las intensificamos en este tiempo cuaresmal, como es el rezo del Vía crucis, la privación de algunos alimentos o gustos, la visita a los enfermos, las obras de misericordia y la limosna, la devoción al Señor Crucificado, que al contemplarlo sufriente, lo besamos y tocamos sintiendo lo que San Pablo expresa: “Me amó y se entregó por Mí” (Gál. 2, 20) (DA 258 - 265)

¡De cuantas maneras Jesús sale a nuestro encuentro! ¡Vayamos a Él en esta Cuaresma!

Al iniciar este año pastoral, hay dos acontecimientos que deseo destacar a todos: uno a nivel local y otro universal.

a) Este año se cumplen el 30° aniversario de la creación de la “Casa de la Caridad”. Nuestro recordado Padre Obispo Jorge Novak decía en 1982: “...el 25 de abril, en la 4ta. Peregrinación diocesana a Luján… frente al camarín de la Virgen… Con la voz entrecortada por la emoción, seguro de que el Espíritu de Dios me inspiraba, hice un voto solemne. Asumí el compromiso de levantar en la diócesis la Casa de la Caridad, como monumento a la misericordia de nuestro Padre Dios, si la Purísima Virgen y Madre solícita, Nuestra Señora de Luján, nos obtenía el milagro de preservarnos de una guerra formal… Este milagro se obró… el 11 de junio, descendía sobre el suelo de nuestra patria, como arco iris de paz y reconciliación, la blanca figura del Papa Juan Pablo II… Allí se arrodilló ante la mismísima imagen ante la cual, 50 días antes, yo había dejado mi voto público, implorando la paz”. “Hoy empezamos a cumplir el voto… Esta Casa será, para siempre, en la diócesis, el memorial, monumento testimonial del paso salvífico de Dios. De Dios que nos dejó la bendición de su paz. Así vivimos de acuerdo a la Palabra de Dios a quien, en el plano de la religiosidad, le agrada este ayuno: “compartir con el hambriento tu pan, y albergar en tu casa a los pobres sin techo. Cuando veas a un desnudo lo cubras, y no te despreocupes de tu propia carne” (Is. 58, 7). (Homilía al inaugurar la Casa de la Caridad. Parroquia de Lourdes. 26.09.1982)

Desde Cáritas Quilmes los invito, entonces, a prepararnos a celebrar este aniversario uniéndonos a la Campaña de Fraternidad 2012, en el marco de la cuaresma, con el lema “SOÑAMOS UNA INFANCIA FELIZ Y CON FUTURO”. COLABOREMOS CON CARITAS.

b) El otro acontecimiento es que el Santo Padre Benedicto XVI ha convocado al “Año de la Fe” con la Carta Apostólica “Porta fidei” (“La puerta de la fe”). Comenzará el 11 de octubre de 2012, para conmemorar el 50° aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, como así también los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. En uno de los párrafos de esa Carta, el Papa dice: “hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido a favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer, y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe (PF 7). En esa fecha comenzará, en Roma, el Sínodo de los Obispos dedicado al tema: “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Recemos por sus frutos.

Termino este Mensaje Cuaresmal con las palabras de los obispos latinoamericanos: “conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras, es nuestro gozo” (DA 29)

La Virgencita de Luján nos acompañe al caminar. Los abrazo de corazón y los bendigo

+ Padre Obispo Carlos José

Quilmes, 17 de febrero de 2012.

domingo, 12 de febrero de 2012

Homilìa para màs jovenes. El leproso.

1.- La figura central del evangelio de este domingo es un leproso. Yo no sé, mis queridos jóvenes lectores, qué nociones tenéis de estos enfermos que, para vergüenza nuestra, todavía existen. Por mi parte, cuando era pequeño, no sabía más que lo que me explicaban en el colegio de los buenos hermanos maristas de Burgos. Imaginaba personas con un aspecto desagradable, repugnante y peligroso. Añado a esto, que subió un día a casa mi padre, jefe de circulación del ferrocarril, contándonos que había pasado un tren con un leproso. Nos dijo que era uno de mercancías, al que habían intercalado un vagón de pasajeros, con un solo viajero, aislado, solitario y vigilado por un policía. Lo llevaban a una leprosería. Por allí pasaron de vuelta, militares de la “División azul” y hasta el mismo mariscal Pétain. Nadie sufrió tal protección, tal aislamiento. La enfermedad suscitaba este pánico. Era emblemática. El mismo Guy de Larigaudie, cuando decidió dedicar su vida en la Iglesia al subcontinente asiático, se propuso dedicar un tiempo al servicio exclusivo de estos enfermos, quería vivir con ellos, era su preparación ascética.

2.- Un distinguido periodista, Raoul Follereau, iba un día por el desierto, en cumplimiento de una misión de reportaje, cuando el vehículo se averió y precisó pararse. Vio entonces huir unas siluetas, preguntó qué eran, le contestaron: leprosos. ¿Y por qué se han alejado? Son leprosos, ¿pero qué les pasa? Son leprosos, fue la única respuesta que pudo arrancar a aquellas gentes. Ocurría esto en la década de los 40 del pasado siglo. Este episodio cambió su vida. Fundó la asociación de ayuda, que se ha extendido por muchas naciones. También ha dedicado y dedica muchos esfuerzos y ayuda a estos enfermos, la Soberana Orden de Malta. Hoy, en el mundo, servida por unos u otros miembros de la Iglesia, hay 562 leproserías. En España queda la última del continente europeo, en Fontilles, últimamente han atendido principalmente a enfermos emigrantes. La enfermedad de Hansen, como se la conoce también, no es peligrosa y hasta curable en su fase incipiente.

3.- Me he entretenido contándoos estos aspectos, porque no son temas de los que se ocupen los medios. Y permitidme que me salga del tema, aunque no del todo. Siempre me ha extrañado, que tanto como se ataca al Vaticano, por sus riquezas y el poder que se le atribuye, de nadie sé que arremeta contra la institución mencionada, con soberanía reconocida internacionalmente, cuerpo diplomático incluido y, paradójicamente, sin sede territorial. Cambio de tercio.

Se cuenta, creo que de Marilyn Monroe, que un día, viendo a una monja curando a un leproso, en fase avanzada de su enfermedad, dijo: esto yo no lo haría ni por un millón de dólares, la buena religiosa, mirándola fijamente, le dijo: yo, tampoco. Si esta es la situación social de estos enfermos actualmente, podéis figuraros, mis queridos jóvenes lectores, cual era en tiempos de Jesús. Pero el Maestro, rompiendo normas, le deja acercarse y hasta le tiende la mano, cosa insólita. Y le cura, pidiéndole que sea discreto, pero que se atienda a las normas legales. (Hoy diríamos que se sometiera a un reconocimiento médico que le de un certificado de buena salud).

4.- El buen hombre es agradecido y no se calla, no oculta el milagro del que se ha beneficiado. Era un intocable, insociable y marginado y se convierte súbitamente, en apóstol de Cristo. El agradecimiento es una virtud cristiana. Os he dicho en otras ocasiones, que me encanta el ballet, pues bien, añado que nunca dejo de ver el final de la trasmisión. Me admira y disfruto, viendo el gesto elegante de saludo de los artistas, ellos y ellas, dando gracias al público asistente por los aplausos que les han dirigido. Y trato de aprender de ellos, fiel a las enseñanzas de Pablo (Col 3,15)

5.- Escucharéis, mis queridos jóvenes lectores, que lideres reconocidos, dirigiéndose a vosotros, dicen: la proverbial generosidad de la juventud. La frasecita la pronuncian para ganarse vuestra simpatía y tal vez vuestros votos. Mi opinión, y, ojala me equivocase, es que esta proverbial virtud, se fraguó en otros tiempos, alimentó anhelos de muchos pretéritos idealistas, pero hoy tal vez lo proverbial, hay que ser sinceros, sea vestir de marca, dominar idiomas y conseguir una plaza fija, donde se sienta realizado. Es un buen criterio para subsistir, pero alejado de lo que piensa Jesús. Os toca escoger. Unos son burgueses, el leproso nos enseña procederes que a la comunidad cristiana le gustaron, porque era un comportamiento como el Maestro había enseñado, de aquí que quiso conservarlos para provecho nuestro.

6.- Pero no quiero olvidar las enseñanzas de Pablo, que nos ofrece la segunda lectura de la misa de hoy. Aguijoneando yo conciencias, para estimular modos cristianos, con frecuencia oigo que me dicen: pero si yo ya me comporto bien, el trabajo, la familia y la hipoteca, los llevo honradamente, y no doy para más, no me digas que no es suficiente. Hago lo que creo debo hacer y no creo que Dios me pueda pedir más. Sí, la vida de un occidental está repleta de obligaciones y costumbres, indiscutibles, aunque tal vez inútiles. Ser fiel a ellas le satisface. Pero no, este quehacer diario, en casa, en el estudio o en el taller, los desplazamientos necesarios, no se nos pide que los suprimamos. Todo ello es preciso que se imbuya y vaya impregnado de Fe, de anhelo de comunicar la riqueza del Evangelio a nuestro entorno, de tal manera, que los demás se den cuenta de que somos diferentes, pese a estar aprisionados en la misma inhumana sociedad. La honradez en el comportamiento, la sonrisa y amabilidad en las respuestas, la delicadeza y generosidad, son cualidades que difícilmente se pueden practicar, si uno no es consciente de lo que nos dice el Apóstol.

7.- Hoy no lo advierte el texto, pero os lo recuerdo: el teléfono móvil, como el cristiano, deben cargarse de energía. El primero se consigue con la fuente de alimentación eléctrica, el segundo, ocupando un tiempo diario a la oración. De otra manera, poco a poco, va perdiendo el hombre, capacidad de respuesta evangélica, aunque pueda destinar dinero del que le sobra, a obras benéficas.

La respuesta podría ser un buen test para calificar el estado de salud de nuestra vida religiosa.



Hoy Marcos nos pone frente a un leproso que se encuentra con Jesús. Natural y espontáneamente surge su petición a aquel Hombre cuya fama debía haberle llegado de alguna manera. La petición del leproso encierra un deseo vital. Señor: ¡que quede limpio! Quedar limpio para aquel hombre no era sólo quedar sin enfermedad sino tener la posibilidad de reinsertarse en la vida civil. Volver a ser un hombre normal que pudiera hablar con sus semejantes sin tener que gritarles desde lejos; un hombre que pudiera volver a comer a la mesa con los suyos sin necesidad de consumir su pobre comida a la vera de un camino abandonado. Para aquel hombre, quedar limpio era cierta y verdaderamente volver a la vida.

Comprendemos perfectamente su ruego y nos alegramos muchísimo de que Jesús accediera al mismo.

Cuando se desea algo tan intensamente como lo deseaba el leproso se pide a aquél que puede concederlo con la misma espontaneidad con que lo hizo el leproso del evangelio. Y nosotros, aquí y ahora, ¿qué pedimos a Dios? ¿Qué piden a Dios en sus oraciones los cristianos? Muchos en sus visitas periódicas a tal o cual santo "al que se atribuyen determinadas especialidades piden dinero, así de sencillo, éxito, colocaciones (me imagino que actualmente este capítulo estará en auge, por desgracia), novio o novia (no en vano está la tradición de San Antonio), salud. Otros pedirán en sus devociones contadas y medidas que, por ellas, alcancen el cielo. Todo está muy bien y yo no pretendo criticarlo, quiero simplemente exponerlo.

Todo está bien, pero no es suficiente ni me parece que deba ser exponente de la auténtica relación de un cristiano con Dios. Y para demostrarlo basta ir, como siempre al evangelio. En un momento determinado, los apóstoles le piden al Maestro que les enseñe a orar. Y el Maestro -porque lo era- conociendo como conocía el corazón humano y sabiendo que era lo que más interesaba a ese corazón en la época de su vida terrena, antes y después, les dijo cómo y qué podían pedir al Padre. Repasar, brevemente la oración que Cristo nos enseñó nos dará idea exacta de lo que tenemos que reformar en nuestras peticiones a Dios.

Cierto que en muchísimas ocasiones hemos pedido a Dios que venga su reino, que su nombre sea santificado y que perdone nuestras deudas. También le hemos pedido que el pan nuestro de cada día no nos falte. Pero quizá no es menos cierto que nuestro corazón estaba lejos de nuestra boca cuando esas oraciones se recitaban.

De lo contrario el Reino de Dios sería en los cristianos una realidad mucho más evidente de lo que es y la voluntad de Dios campearía en el mundo, al menos en el mundo que se llama cristiano, convirtiéndolo en una comunidad donde los hombres -que piden la venida del Reino de Dios- empiezan a hacerlo realidad sintiéndose solidarios de los hombres, hermanos de sus hermanos.

Para rezar así, para pedir a Dios lo que Dios quiere que le pidamos me parece fundamental que hoy repitamos insistentemente la frase lapidaria y directa del leproso: Señor ¡que quede limpio!, limpio de egoísmo, de avaricia, de soberbia, de vanidad. Conseguida esa limpieza veríamos claramente cuáles deberían ser nuestras peticiones y cuáles deberíamos enterrar para siempre en el baúl de los recuerdos y no sacarlas nunca de ese lugar en el que deben quedar como reliquias de un pasado en el que la religión tenía mucho de superstición y poco de una decisión que abarca a la totalidad de la persona.

Tu Amor nos limpia



Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 40-45

Se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Lo quiero, quda purificado». Enseguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús los despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.

Compartiendo la Palabra


AMIGO DE LOS EXCLUIDOS

Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, despreciados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente.

Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: "Dios hace salir su sol sobre buenos y malos". Así es él.

Por eso, a veces, reclama con fuerza que cesen todas las condenas: "No juzguéis y no seréis juzgados". Otras, narra pequeñas parábolas para pedir que nadie se dedique a "separar el trigo y la cizaña" como si fuera el juez supremo de todos.

Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de "hombre de Dios" comiendo y bebiendo animadamente con pecadores.

Los dirigentes religiosos más respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores". Jesús no se defendió. Era cierto. En lo más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la religión.

Marcos recoge en su relato la curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro.

De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús se conmueve al ver a sus pies aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús «extiende su mano» buscando el contacto con su piel, «lo toca» y le dice: «Quiero. Queda limpio».

Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, sidóticos, inmigrantes, homosexuales...), o los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando gravemente de Jesús.

Haz llegar la Buena Noticia de Jesús hasta los excluidos. Pásalo.

jueves, 9 de febrero de 2012

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 24-30



Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto.
En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de Él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio.
Él le respondió: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros».
Pero ella le respondió: «Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos».
Entonces Él le dijo: «A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija». Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.

Compartiendo la Palabra

EL ATREVIMIENTO DE UNA MUJER

He aquí una escena, un relato de Marcos, que crea incomodidad y extrañeza. Por lo que dice, por cómo lo dice, y por lo que se calla.
Veamos. En primer lugar Jesús se marcha a la región de Tiro. En el Antiguo Testamento, esta ciudad era símbolo de gentes malas y perversas. De esta ciudad llegó la princesa Jezabel, en tiempos de Salomón, que es la que introdujo el culto a Belzebú, el Dios pagano de la fecundidad y adversario de Yahveh. Jesús no se mueve mucho fuera de los confines de Israel y sus contactos con los paganos son bastante excepcionales. Pero en este caso, se salta la costumbre judía de no pisar territorio pagano (impuro).
¿Qué es lo que lleva a Jesús a hacer esta visita, en la que, por otra parte, quiere pasar «inadvertido, y en la que los discípulos parecen haberse esfumado? El evangelista no nos lo dice. ¿Quizá quiere evitarse complicaciones con Herodes Antipas, que gobernaba esta región? Pero entonces bastaba con que se hubiera dirigido a otro sitio. Quizá necesitaba «cambiar de aires»: debía haberse quedado agotado, aburrido, vacío y harto de las discusiones legales con los judíos que acababan de tener lugar. Eran debates inútiles, porque ellos, en su cerrazón, la única conclusión que sacaban es que Jesús andaba muy perdido y que se tomaba demasiadas «libertades» ante las sagradas tradiciones de toda la vida. Pero no lo sabemos.
El caso es que su pretensión de que le dejasen tranquilo en aquella «casa» (tampoco sabemos de quién, aunque de nuevo era otro rasgo de impureza: hospedarse en casa pagana) tiene muy poco éxito.
Y se presenta una mujer. Marcos la etiqueta con pocas palabras: es griega (pagana, por tanto), y debe ser de la clase alta, dirigente; es sirofenicia (nacionalidad) y tiene una hija poseída por un espíritu inmundo. Es decir: impura por los cuatro costados. No se molesta el evangelista en describir en qué consiste ese «espíritu inmundo». En general tendremos que decir que hay dentro de su hija algo que la destruye, que la llena de violencia, de odio, que la incomunica con los demás. Por otros casos similares, podemos intuir que hay algo en su interior que no la deja ser ella misma, pero también algo que la condiciona desde el exterior: ¿su cultura, ideologías, educación...?
Esta mujer es bien atrevida. Sabía perfectamente que no debía acercarse a un judío, a quienes, en general, consideraban inferiores. Pero se echa a sus pies, con lo cual reconoce su superioridad. Y acepta, sin cuestionarlo, que la comparen con los perros, y está dispuesta a conformarse con las «migas». ¿Le puede su amor de madre, por encima de cualquier otra norma, ideología o convicción personal? El caso es que Jesús se va a encontrar en tierra pagana una fe y un respeto... que no ha encontrado entre los fariseos con los que ha estado discutiendo.
La referencia de Jesús al «pan de los hijos» tiene que ver por una parte con los relatos de la multiplicación de los panes, símbolo del banquete mesiánico, de la salvación. Parece como que el propio Jesús es «víctima» de las concepciones religiosas de su pueblo, que se cree con la «exclusiva» de la salvación de Dios, ellos solos son «el pueblo, los hijos». Y hasta ahora... los únicos destinatarios de su misión evangelizadora. La frase con la que Jesús se dirige a aquella mujer es dura. No pega mucho con el estilo con el que se normalmente él se comporta, aunque el calificativo «perros» con el que habitualmente se referían a los paganos, Jesús lo amortigua hablando de cachorros o perrillos. Como también resulta chocante esa despedida tan «seca»: «¡Vete!».
Cuando Marcos redacta su Evangelio, aprovecha también la escena para reflexionar sobre el lugar que los «paganos» que van entrando en su comunidad tienen en la Mesa Eucarística. Este es el tema de fondo de este extraño relato.
Seguramente hubiéramos preferido que Jesús cuestionase la mentalidad de aquella mujer, que utilizase otro lenguaje, que expresamente a ella la hubiera llamado «hija». Pero en este momento todavía no ocurre. Sí que alaba a aquella mujer «por eso que has dicho». ¿Y qué ha dicho? Que también los paganos (las mujeres, los impuros) pueden beneficiarse de las sobras del pan (como en la multiplicación), sin cuestionar si es o no justo que unos tengan más derecho que otros. Pero también hay que anotar el título con el que se ha dirigido a Jesús: es la primera vez en el Evangelio de Marcos que alguien se refiere a Jesús con el nombre de «Señor».
Aquella actitud, aquella confianza (fe) lleva a Jesús a cuestionarse sus propias convicciones. Mateo lo dirá de modo más explícito: ¿Realmente su misión evangelizadora es sólo y exclusivamente para las ovejas de Israel? ¿Realmente el banquete mesiánico (y su sacramento, la Eucaristía), la salvación, ¿es para unos pocos, para un pueblo elegido? ¿No es un banquete universal, no es una salvación abierta a todos, no es el nuevo pueblo de Dios la humanidad? Parece que a esta mujer pagana y tan tozuda, y hábil con las discusiones... le debemos que Jesús se replantease su misión. Y que la comunidad cristiana tomase la decisión de abrir sus puertas desde la fe.... y no desde la raza u otros condicionamientos excluyentes.

jueves, 2 de febrero de 2012

La presentaciòn del Señor (fiesta).

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor». También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz,
como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de Él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.

Compartiendo la Palabra


Queridos hermanos:

Circula por ahí una bella historieta de una conversación entre un novicio y el abad de su monasterio; el joven preguntaba al experimentado monje si habría posibilidad de conocer a Jesucristo “por dentro”; el abad no se desconcertó ante tal pregunta; se limitó a abrir la biblia y mostrar al novicio un pasaje de la carta a los Hebreos, que, citando textualmente un salmo, dice: “heme aquí, Padre, que vengo para hacer tu voluntad” (Hb 10,9).

La fiesta de la presentación del Señor tiene carácter de síntesis y de programa; contemplamos a Jesús apretando toda su existencia en sus manos y depositándola en las del Padre, confesándole que no tiene un proyecto propio, sino sólo el de vivir atento a la voluntad del que le ha enviado.

La historia de Abrahán es la historia de una fe que se traduce en obediencia incondicional; y San Pablo dice que su misión consiste en conducir a los paganos a la “obediencia de la fe” (Rm 1,5). Fe y obediencia son términos intercambiables; es creyente el que se fía de Dios, y, por ello, se le entrega, le obedece. No entraremos aquí en la sutil discusión teológica acerca de si es posible hablar de la “fe de Jesús”. Sea o no adecuado este lenguaje, lo evidente es que, si todo creyente deposita su vida en las manos de Dios, Jesús debe ser considerado el primero de la serie, el que sobrepuja la entrega de cualquier otro al plan del Padre. Su “presentación” es permanente.

Esa entrega no es un cómodo abandono en Otro que le ahorre a él sus problemas (aunque ese “radical abandono” también está). El propio Jesús (no sólo el Padre) será el combatido, el que se convierta en piedra de escándalo y motivo de contradicción, el que pase por perplejidades, sufra “terror y angustia” (Mc 14,33), y hasta pregunte al Padre “por qué le ha abandonado” (Mc 15,34).

La presentación de Jesús en el templo es un hecho gozoso; Simeón y Ana reconocen en él al salvador prometido por Yahvé: ¡el Dios de las promesas cumple! Jesús goza en la presencia y en las manos del Padre, entregándose a su voluntad.

Este hecho debe recordarnos nuestro bautismo y nuestra ulterior actualización responsable del mismo. Fue también un hecho gozoso, con gozo para entonces y para ahora: el Padre nos adoptó como hijos y nos confió su causa. Pero fue igualmente el inicio de una andadura en la que el radical disfrute de la filiación divina y de la cooperación al plan del Padre se entremezcla con el dolor, el combate, la “espada”: las situaciones de pecado, tanto personal como social, intentan presentar dura resistencia a esta “fuerza de salvación” que quiere introducirse en nuestro mundo, por su propio poder y también con nuestra decidida cooperación. Nuestra actitud deberá ser la del Siervo, la de Jesús: “Yahvé me ha abierto el oído… y no me he echado atrás” (Is 50,5).

Jornada mundial vida consagrada 2012

El día 2 de febrero es la fiesta de la Presentación del Señor en el templo. Desde el año 1997, por iniciativa del beato Juan Pablo II, se celebra ese día la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En ese día miramos a la vida consagrada y a cada uno de sus miembros como un don de Dios a la Iglesia y a la humanidad.