lunes, 20 de agosto de 2012

El joven rico!


Mateo 19, 16-22. Tiempo Ordinario. Nuestra vida no siempre es una respuesta generosa a lo que Dios nos pide. 

Del santo Evangelio según san Mateo 19, 16-22


En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Él le preguntó: ¿Cuáles? Jesús le contestó: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama al prójimo como a ti mismo". El muchacho le dijo: Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta? Jesús le contestó: Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo. Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico.

Oración introductoria

Señor, me acercó a Ti como el ese joven que se creía muy bueno. Quiero confirmar qué he de hacer para ganar la vida eterna, qué tengo que cambiar, qué tengo que hacer... Dame la gracia de saber escucharte y tener el valor de ser desprendido de los bienes materiales, pero sobre todo, de mí mismo, para poder entregarme a tu amor y vivir la caridad.

Petición

Jesús, no permitas nunca que me convierta en otro triste «joven rico».

Meditación del Papa

El joven rico del Evangelio, después de que Jesús le propuso dejar todo y seguirle - como sabemos - se fue de allí triste, porque estaba demasiado apegado a sus bienes. ¡Yo en cambio leo en vosotros la alegría! Y también este es un signo de que sois cristianos: que para vosotros Jesucristo vale mucho, aunque sea comprometido seguirle, vale más que cualquier cosa. Habéis creído que Dios es la perla preciosa que da valor a todo lo demás: en la familia, en el estudio, en el trabajo, en el amor humano... en la vida misma. Habéis comprendido que Dios no os quita nada, sino que os da el ciento por uno y hace eterna vuestra vida, porque Dios es Amor infinito: el único que sacia nuestro corazón. Me gustaría recordar la experiencia de san Agustín, un joven que buscó con gran dificultad, durante mucho tiempo, fuera de Dios, algo que saciase su sed de verdad y de felicidad. Pero al final de este camino de búsqueda ha comprendido que nuestro corazón está sin paz mientras que no encuentre a Dios, mientras no repose en Él. ¡Queridos jóvenes! ¡Conservad vuestro entusiasmo, vuestra alegría, la que nace de haber encontrado al Señor, y sabed comunicarla también a vuestros amigos. Benedicto XVI, 5 de julio de 2010.

Reflexión

También decía Cristo que: "Los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios" (Mt 21, 31). Es una sentencia escandalosa no sólo para aquella época en la que Jesús vivía. Hoy también debemos sentir su "escozor" cuando quienes nos sentimos cristianos vemos que nuestra vida no siempre es una respuesta generosa a lo que Dios nos pide.

Si bien esta persona tenía el mérito de buscar la vida eterna, de ser un cumplidor de los mandamientos, quizás le faltó concretar ese amor y esa búsqueda de Dios. Porque vivir en plenitud la fe en Jesucristo es querer y saber decir "Sí". La generosidad, la esperanza y sobre todo el amor nos mueven a ello. La coherencia cristiana nos obligará a dejar las cosas superfluas, costumbres o situaciones humanamente más cómodas por elegir bienes mayores.

Pero todo esto no supone tristeza cuando se abraza por amor la voluntad de Dios. La dificultad se suple con la asistencia de la gracia y del Espíritu Santo. Ellos nos "modelan" y nos infunden la fuerza y la luz necesarias para no errar el camino. Confiar más en ellos es una de las claves para escuchar la insistente voz de Jesús que nos llama a aceptar sus retos.

Propósito

Para estar hoy presente con las personas que me rodean, renunciar a tener mi teléfono celular conmigo todo el día. Y cuando vaya a hacer oración, siempre dejarlo donde no me interrumpa.

Diálogo con Cristo

Señor, ¿realmente quiero saber qué más puedo hacer? Tú me conoces, sabes que soy débil y que rehúyo o me excuso con facilidad del sacrificio, de la renuncia. Por eso te suplico, dame tu gracia para corresponderte, ayúdame a amarte sobre todas las cosas. Sé que estoy apegando a tantas cosas que fácilmente te olvido. Ayúdame a descubrir que de nada sirve tener o hacer muchas cosas, si no estás Tú, si no es tu voluntad. 

miércoles, 15 de agosto de 2012

El triunfo definitivo de María!


Lucas 1, 39-56. Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María. Que asunta hoy al cielo, sea siempre nuestra Madre, guía y compañera de camino hasta la eternidad. 

Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia- como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa. 

Oración introductoria

María, madre de Jesús y madre mía, tú escuchaste siempre a tu Hijo. Tú supiste glorificarlo y te llenaste de júbilo al saber reconocer a Dios. Estrella de la mañana, refugio de los pecadores, háblame de Él y muéstrame el camino para seguir a Cristo por el camino de la fe.

Petición

María, ayúdanos a imitar tu docilidad, tu silencio y escucha. María, háblanos de Jesús.

Meditación del Papa

Me parece importante destacar la expresión "con prontitud": las cosas de Dios merecen esta urgencia, incluso podemos decir que las únicas cosas que merecen urgencia son las de Dios, la verdadera urgencia de nuestra vida. [...]¡Queridos hermanos! Estamos hablando de María, pero, de alguna manera, estamos hablando también de nosotros, de cada uno de nosotros: también nosotros somos destinatarios de este amor inmenso que Dios ha reservado -de una manera única e irrepetible- para María. En esta Solemnidad de la Asunción miramos a María: Ella, nos conduce a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con Él, sino dejarnos iluminar y guiar por su palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en los que sentimos que nuestras cruces se hacen pesadas. María, el arca de la alianza que está en el Santuario del Cielo, nos indica con luminosa claridad que estamos en el camino hacia nuestra verdadera Casa, comunión de alegría y de paz con Dios. ¡Amén!. Benedicto XVI, 16 de agosto de 2011.

Reflexión

Hay, en Jerusalén, dos basílicas cristianas dedicadas a la Asunción de la Santísima Virgen. Una, más pequeña y modesta en su fachada, pero muy hermosa por dentro, se encuentra al lado del huerto de Getsemaní. Está en el fondo del torrente Cedrón y muy cerquita de la basílica de la "Agonía" o de "Todas las naciones". La fachada es cruzada, pero el interior es la cripta de la primitiva iglesia bizantina construida a finales del siglo IV, durante el reinado de Teodosio el Grande (379-395). Y se cree que en este santo lugar yació el cuerpo de la Virgen María antes de ser asunta a los cielos.

La otra iglesia, ubicada en el Monte Sión, es una de las iglesias católicas más grandes y más magníficas de Jerusalén, y se le conoce con el nombre de "iglesia de la Dormición", pues en ella se pretende recordar y celebrar el "tránsito" de la Virgen de este mundo al otro. Está ubicada a unos cuantos pasos del Cenáculo, en donde nuestro Señor celebró la Última Cena con sus discípulos y en donde instituyó la Eucaristía.

Otra tradición dice que María murió en Éfeso, bajo el cuidado del apóstol san Juan. Pero no consta, ni parece verosímil que la Virgen se fuera a una ciudad tan lejana, ya anciana, siendo que en Jerusalén tendría a muchos de sus familiares. Además, la antiquísima veneración del sepulcro de la Virgen en Getsemaní y la celebración de la fiesta de la Dormición de María en Jerusalén inclinan la balanza hacia esta afirmación.

Sea como sea, el hecho es que, desde los primerísimos años de la Iglesia, ya se hablaba del "tránsito" de la Santísima Virgen, de su "dormición" temporal y de su “asunción” a los cielos. Y, sin embargo, aunque era una creencia general del pueblo cristiano, la Iglesia no proclamó este dogma sino hasta el año santo de 1950. Ha sido, hasta el presente, el último dogma mariano. La bula declaratoria de Pío XII reza así: "Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial".

La Asunción de María no se contiene de modo explícito en la Sagrada Escritura, pero sí implicítamente. El texto del Apocalipsis que escuchamos en la primera lectura de la Misa de hoy puede ser un atisbo, aunque no tiene allí su fundamento bíblico. Más bien, los Santos Padres y los teólogos católicos han visto vislumbrada esta verdad en tres elementos incontestables de nuestra fe: la unión estrecha entre el Hijo y la Madre, atestiguada en los Evangelios de la Infancia; la teología de la nueva Eva, imagen de la mujer nueva y madre nuestra en el orden de la gracia; y la maternidad divina y la perfecta redención de María por parte de Cristo. Todo esto "exigía" la proclamación de la Asunción de nuestra santísima Madre al cielo.

En efecto, la persuasión de todo el orbe católico acerca de la excelsa santidad de María, toda pura e inmaculada desde el primer instante de su concepción; el privilegio singularísimo de su divina maternidad y de su virginidad intacta; y su unión íntima e inseparable con Jesucristo, desde el momento de la Encarnación hasta el pie de la cruz y el día de la Ascensión de su Hijo al cielo, han sido siempre, desde los inicios, los argumentos más contundentes para creer que Dios no permitiría que su Madre se corrompiera en la oscuridad del sepulcro. Ella no podía sufrir las consecuencias de un pecado que no había conocido jamás.

"Con razón no quisiste, Señor -rezamos en el prefacio de la Misa de hoy- que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro".

La Asunción de nuestra Madre santísima constituye, además, una participación muy singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección y del triunfo definitivo de los demás cristianos, hijos suyos.

Ella, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y primicia de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. Y ya desde ahora, María brilla ante el pueblo de Dios, aún peregrino en este mundo, como faro luminoso, como estrella de la mañana, como señal de esperanza cierta, como causa de nuestra alegría, como auxilio de los cristianos, refugio de los pecadores y consuelo de los afligidos. ¡El triunfo de María es ya nuestro triunfo!

Propósito

¡Acójamos hoy a su regazo maternal y que María santísima, asunta hoy al cielo, sea siempre nuestra Madre, nuestra guía, nuestra protectora y abogada, nuestra reina y nuestra compañera de camino hasta la eternidad!

Diálogo con Cristo 

"No se aparte María de tus labios ni de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora, no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si la contemplas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; si ella es tu guía, no te fatigarás; y si ella te ampara, llegarás felizmente al puerto". Texto de san Bernardo

María ha subido al cielo en cuerpo y alma!



Ahí nos espera; en ninguna otra parte, con los brazos abiertos para abrirnos la puerta de la gloria. 

El triunfo de María es también el triunfo de sus hijos. María ha subido al cielo en cuerpo y alma para decirnos que un día estaremos con Ella, de manera semejante. Ahí nos espera; en ninguna otra parte, con los brazos abiertos para abrirnos la puerta de la gloria.

La mujer que podemos definir como Amor vivió en este mundo sólo amando: amando a Dios, a su Hijo Jesús desde que lo llevaba en su seno hasta que lo tuvo en brazos desclavado de la cruz. Amó a su querido esposo san José, y amó a todos y cada uno de sus hijos desde que Jesús la proclamó madre de todos ellos.

Desde su asunción a los cielos ha seguido amando durante dos mil años a Dios y a los hombres: Es un amor muy largo y profundo. Y apenas ha comenzado la eternidad de su amor.

Dentro de ese océano de ternura que es el Corazón de María estamos tú y yo para alegrarnos infinitamente. Desde el cielo una Madre nos ama con singular predilección. La fe en este amor debe llenar nuestra vida de alegría, de paz y de esperanza.

Dios adelantó el reloj de la eternidad para que María pudiese inaugurar con su hijo nuestra eternidad. Mientras nosotros esperamos, Ella goza de Dios con su cuerpo inmaculado, el que fue cuna de Jesús durante nueve meses.

El cuerpo en el que Dios habitó es digno de todo respeto. Está eternizado en el cielo, incorrupto, feliz como estará un día el nuestro. El cuerpo que vivirá eternamente en el cielo es digno de todo respeto. No se debe degradar lo que será tan dignamente tratado. Pasará por la corrupción, pero sólo para resucitar en nueva espiga y nuevo cuerpo inmortal, incorrupto, puro y santo.

"Voy a prepararos un lugar": Así hablaba Jesús a los apóstoles con emoción contenida. Personalmente se encargaría de tener listo ese lugar. Pero sabemos quién le ayudaría cariñosamente a preparar dicho lugar: María Santísima. Ella le ayudó -y de qué manera tan eficaz- en sus primeros pasos a la Iglesia militante. Ella sigue ayudando con su amorosa intercesión a la Iglesia purgante y, de manera muy particular, a preparar la definitiva estancia a la Iglesia triunfante.

Podremos estar seguros de ver un ramo de flores con una tarjeta y nuestro nombre: Hijo, hija, cuánto me costaste. Pero ya estás aquí. También habrá un crucifijo con esta leyenda: “Te amé y me entregué a la muerte por ti”. Jesús. Habrá un ramo de almendro florido colocado por Jesús de parte de María.

El premio de los justos es el cielo, la felicidad eterna. Poco lo pensamos. Mucho lo ponemos en peligro. “Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo”. Sabremos entonces por qué decía Jesús estas solemnes palabras, cuando veamos con los ojos extasiados lo que ha preparado Dios a sus hijos. Si les dio su sangre y su vida, ¿no les iba a dar el cielo?

Pero aquí andamos distraídos, perdidos, olvidados, comiendo los frutos agraces del pecado que pudre la sangre y envenena el alma. Cuantas veces emprendimos el camino del infierno. Tantas otras una mano cariñosa y firme nos hizo volver al camino del cielo. Pensamos en todo menos en los mejor y lo más hermoso. ¡Pobres ignorantes, ingratos, desconsiderados!


El cielo es cielo por Dios y María. Al fin nos encontraremos cara a cara con los dos más grandes amores de nuestra vida. Entonces sabremos lo que es estar locamente enamorados y para siempre de las personas más dignas de ser amadas. Enamorados de Dios, en un éxtasis eterno de amor: amados por el Amor Infinito, la Bondad Infinita. Ahí comprenderemos los misterios del amor aquí muy poco comprendidos. Volveremos a Belén a amar infinitamente, eternamente a aquel Dios hecho niño por nosotros. Volveremos a la fuente de Nazareth donde Jesús llenó el cántaro de María tantas veces. Volveremos al Cenáculo a quedar de rodillas y extasiados ante la institución de la Eucaristía, y comprenderemos las palabras del evangelista Juan: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Volveremos al Calvario y querremos quedarnos allí mucho, mucho tiempo, siglos para contemplar con el corazón en llamas el amor más grande, la ternura más delicada, y comprenderemos cada uno lo que Pablo decía: “Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Pediremos permiso de bajar a la tierra para visitar los Santos lugares no como turistas sino como locamente enamorados.

Al cielo subió la Puerta del cielo. Sueño en ese momento en que tocaré a la puerta. Y saldrá a abrirme con los brazos abiertos y una sonrisa celestial María Santísima. Tendré que sostenerme para no morir otra vez, pero de puro gozo al ver sus ojos de cielo, su rostro bellísimo, su amor increíble pero real.

María es la mujer más triunfadora. La humilde esclava del Señor ha logrado lo que ninguna mujer famosa ha conseguido. Eligió como meta cumplir la voluntad de Dios; como motivación el amor. El Premio: La Asunción los cielos en cuerpo y alma. Así nos enseña de forma contundente la mejor forma de vivir.

domingo, 5 de agosto de 2012

La primera condición.....¡que creas!


Juan 6, 24-35. Tiempo Ordinario. Si yo creyera que Jesús está de verdad en la Eucaristía, nadie sería capaz de moverme del Sagrario. 

Del santo Evangelio según san Juan 6, 24-35

Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.» Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.» Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.» Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

Oración introductoria

Señor, ¡dame siempre de tu pan! De ese pan Eucaristía que diviniza mi humanidad. De ese pan de tu Palabra que me muestra el camino que hay que recorrer, con sus luces y sombras. Y en este momento, de ese pan de la oración que fortalece mi espíritu, por eso te pido que ilumines esta oración para llenarme de Ti y poder, así, llevarte a los demás.

Petición

Señor, no permitas que busque señales sino que siempre confíe en tu amor.

Meditación del Papa

"Que creáis en el que Él ha enviado...Este es el Misterio de la fe". Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. En efecto, la Eucaristía es “misterio de la fe” por excelencia: "es el compendio y la suma de nuestra fe". La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos: "La fe se expresa en el rito y el rito refuerza y fortalece la fe". Por eso, el Sacramento del altar está siempre en el centro de la vida eclesial; "gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo". Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, n. 6.

Reflexión

Después de la multiplicación de los panes, san Juan nos presenta el discurso eucarístico.

Juan nos narra el milagro de los panes en función de la Eucaristía y lo coloca precisamente antes del sermón eucarístico de Jesús. Es posible que históricamente así haya ocurrido porque Juan se preocupa más por la cronología de los hechos, pero los otros evangelios no lo refieren. Mateo y Marcos nos ofrecen esta narración dentro del ministerio público de nuestro Señor: Jesús es visto como el gran Maestro y taumaturgo, entregado en cuerpo y alma a la predicación del Reino; y, en consecuencia, se dedica a curar a numerosos enfermos de todos los males de los que padecían. Pero no sólo. Jesús es el Hijo de Dios a quien todo le está sometido, aun las fuerzas de la naturaleza, y se muestra como el señor absoluto de la materia. Además, es el Mesías anunciado por los profetas, descrito como el buen Pastor del pueblo elegido. Es manso y misericordioso, y siente ternura y compasión por todas esas gentes "porque andaban como ovejas sin pastor". La multiplicación de los panes es, pues, una respuesta a esas necesidades de la multitud, una manifestación de la infinita caridad y compasión de Jesús. Pero Juan nos presenta el milagro a la luz de la Eucaristía, de la que ahora nos va a hablar el Señor con tonos sublimes e impresionantes.

La muchedumbre sigue entusiasmada a Jesús. Pero El se da cuenta de que esa búsqueda no es totalmente desinteresada. "Me buscáis -les dice con toda claridad- no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido pan hasta saciaros". O sea, que lo buscan no porque creen de verdad en El, sino por conveniencia personal; más por lo que esperan recibir que por la Persona misma de nuestro Señor. ¡Cuántas amistades humanas se fundan precisamente en intereses materiales y en cálculos egoístas! Diría yo que casi infinitas.... Como aquel rey persa que cruzaba el desierto, con sus camellos cargados de joyas y de diamantes.... ¿Recuerdas en qué acaba la historia? Pues sí, aquel ministro fiel, que prefirió seguir a su rey en vez de quedarse con los tesoros, afirmó: "Me importa más mi rey que todas las perlas de mi rey". ¡Qué pocos son este tipo de hombres!

Pero, volviendo al evangelio, Jesús, en todo el discurso que viene a continuación, con un esfuerzo colosal de paciencia, va a tratar de "elevar" a esa gente a un plano superior: les va a hablar de otro pan muy distinto al que han comido, del "pan que no perece, sino que perdura, que baja del cielo y da la vida eterna".

Al multiplicar los panes, Jesús les quiere hacer ver que El tiene el poder para saciar su hambre; pero habla del hambre que anida en lo más profundo del corazón humano. Y con este milagro nos ofrece un “signo” para que creamos en El. Juan, en su evangelio, habla más de "signos" que de milagros, porque las obras de Cristo son, precisamente, "signos" para suscitar la fe de sus oyentes. Y es necesario querer creer para poder creer. Por eso, les dice a los que lo buscan: "Esta es la obra que Dios quiere: que creáis en aquel que El ha enviado". Es la primera condición para poder buscarlo y seguirlo, porque bien sabe lo que va a decirles a continuación. Y sólo si tienen FE, van a escuchar y acoger sus palabras, pues van a ser palabras muy fuertes... Y sin fe, seguro que se van a escandalizar; como, de hecho, sucedió a muchos de esos judíos.

Sólo con una fe auténtica, profunda y sincera podemos acercarnos a este misterio sacrosanto de la Eucaristía. De lo contrario, nos sucederá lo que casi siempre nos ocurre: que no nos damos cuenta del misterio que celebramos, ante quién estamos o qué es lo que sucede allí en el altar... Tristemente, somos a veces tan superficiales y nos hemos acostumbrado a fuerza de rutina, que ya no nos dice cada nada la presencia de Jesús en el Sagrario o en la Santa Misa... ¡y el que está allí es Dios mismo! "Si nos acercáramos con fe a la Eucaristía -afirmaba santa Teresa- estoy segura de que obtendríamos milagros".

Concluyo con un breve recuerdo: en una ocasión en que fui de misiones a la sierra de Puebla, me decía una señora protestante: "Si yo creyera que Jesús está de verdad en la Eucaristía, nadie sería capaz de moverme del Sagrario". Y tú y yo, querido amigo, ¿lo creemos de verdad?

Propósito

Motivado por el amor a Cristo, revisar mi vida sacramental y poner medios concretos para mejorar mi participación en la Eucaristía.

Diálogo con Cristo 

Perdona, Señor, mi ingratitud. En mi necedad me limito a pedirte cosas pasajeras, alimento que me satisface hoy pero no es suficiente para mañana, mientras que Tú me ofreces el alimento espiritual que auténticamente puede saciar mi hambre. Gracias, Señor, por tu Eucaristía, por el gran don de Ti mismo, gracias por esta gran prueba de tu amor. Quiero corresponderte siempre.