viernes, 22 de abril de 2011

Viernes Santo!

El Evangelio según Juan insiste mucho en la soberanía de Jesús sobre los hechos que suceden. Jesús es el Rey, el verdadero, el que domina la situación. Es el Señor de la historia y la guía, la dirige. Nadie le quitará la vida, sino que la entregará voluntariamente (cf. Jn. 10, 18), porque tiene el poder para recobrarla. Es, por ello, Señor de la vida también. Sin embargo, este Jesús soberano absoluto de Juan es tremendamente humano en el libro. De alguna manera, el autor está desarrollando, narrativamente, el misterio de las dos naturalezas del Cristo. Es la teología de lo que luego será el dogma. El autor lo hace por la necesidad de dejar en claro que Dios verdaderamente se encarnó, que no fue una ilusión óptica, que asumió la carne. Sigue siendo Dios, pero no deja de ser humano; es humano, pero no deja de ser Dios. Cuando entramos a la pasión según Juan, la soberanía del Maestro sigue existiendo (cf. Jn. 13, 1; Jn. 18, 4; Jn. 19, 24), pero en tres momentos precisos, su humanidad se hace demasiado evidente, a propósito, como escenas que invitan a postrarse; porque lo maravillosamente divino de Jesús es su humanidad.


a) Aquí tienen al hombre (Jn. 19, 5): Pilato mandó azotar a Jesús como escarmiento y como salida elegante. Piensa presentarlo al pueblo sangrando para generar compasión y que se acabe el pedido de muerte. No es Pilato un hombre generoso, sino un juez que se lava las manos. No quiere decidir, teme hacerlo. Es un juez puesto para juzgar, esa es su misión, pero no la cumple. Lo trae afuera, lo presenta casi burlonamente. Está vestido con el manto púrpura de la realeza y la corona de espinas que simula ser una corona real. Está vestido de rey, aunque nos cueste distinguirlo. Así lo presenta Pilato: este es el hombre. Este es el hombre que le han traído, este es el hombre que caminó Palestina, este es el hombre que enseñó el Evangelio, este es el hombre que pasó haciendo el bien, este es el hombre que quieren crucificar. La frase de Pilato presenta la humanidad entera de Jesús. Es el hombre por excelencia, el humano perfecto. Pensar en Jesús como el Hombre, con mayúsculas, es parecido a pensar en el Hijo del Hombre de los Evangelio sinópticos. El ser humano es rey cuando es como Jesús, cuando escucha a Dios, cuando se abre a la gracia, cuando ama, cuando sirve, cuando da la vida por los demás, sobre todo los desgraciados, pobres y marginados. Aquí tienen al hombre es una invitación a vernos como en un espejo utópico, hacia donde debemos tender. En aquel burlado y azotado está nuestra plenitud de humanidad. Hacia Él deberíamos tender.


b) Aquí está su rey (Jn. 19, 14): Pilato no ha logrado aplacar los ánimos. La gente exige la muerte de Jesús. Traba una conversación con Él para hacerle saber que está en sus manos, que como procurador tiene el poder para darle vida o muerte. Jesús le hace entender que su poder es ficticio; en primer lugar, el poder es de Dios, y en segundo lugar, el manejo que está haciendo de la situación da muestras de sobra de que no tiene ningún poder terrenal. Pilato decide extender la burla. Saca a Jesús fuera, lo sienta en la Gabbata, el trono de piedra, y lo presenta como el rey de los judíos. Aquí lo tienen, éste es quien los dirige como pueblo. Obviamente, el pueblo lo rechaza. Esta expresión de Pilato completa como díptico la anterior sobre el hombre, que daba por implícito la realeza con el manto púrpura y la corona de espinas. El pueblo dice que tiene como rey al César y a nadie más. Este nazareno no puede ser rey de ellos, no en ese estado, rebajado, azotado, maltratado, prácticamente condenado a muerte. Se niegan a aceptarlo. El rey de los judíos debe ser distinto, triunfal, vencer sobre Roma, ejecutar la ira de Yahvé. Tiene que ser bien distinto a los seres humanos, bien poco humano. Jesús, al contrario, parece demasiado humano para ser rey. ¿Cómo ejecutará la ira de Dios desde su debilidad? ¿Cómo vengará a Israel de las naciones desde su compasión? No es rey de este mundo, evidentemente. No se somete a las leyes de la guerra, del odio ni de la ambición. Está sentado, por fanfarronería de la política y la religión, en un estrado de un sistema injusto, y desde allí, aunque en burla, representa la única figura capaz de juzgar correctamente. Es el mejor rey que podemos tener, pero no lo hemos aceptado.


c) Jesús nazareno, rey de los judíos (Jn. 19, 19): en las tres lenguas universales (latín, hebreo y griego) se anuncia quién está pendiendo del madero de la cruz. Es Jesús, un nombre más entre los tantos Jesús de Palestina. Es nazareno, una aldea diminuta de Galilea desde donde no puede salir nada bueno (cf. Jn. 1, 46). Es el rey de los judíos, un título mesiánico que, en realidad, no es título, porque el verdadero es rey de Israel. Para el mundo, un crucificado más de los tantos que la injusticia se lleva día a día. Es Jesús nazareno, el vecino de la aldea que un día se fue a recorrer los caminos. Es Jesús nazareno, el campesino artesano que entendió mejor que nadie a Dios. Es Jesús nazareno, el insignificante que le da sentido a todas las vidas. Su título no puede ser el de rey de los judíos porque no hizo particularismos, porque no creyó en etnias superiores a otras, porque no realzó a un grupo sobre otro. No puede ser rey particular porque es el rey de toda la humanidad. La segunda parte del letrero es incorrecta, pero la primera es correctísima. Al fin y al cabo, es Jesús de Nazareth. Es el hombre, el galileo que creció entre sembradíos y artesanías, que alguna vez peregrinó a Jerusalén, que comió pescado y pan sin levadura, que celebró la Pascua, los Tabernáculos y Pentecostés. Es Jesús de Nazareth, el que curó, alimentó, sirvió, enseñó y amó. Su epitafio, tranquilamente, puede ser nazareno porque Nazareth lo resume, revela su origen humilde, sencillo, entre los pobres. Nazareth lo hace humano. Y entre los humanos, fue la plenitud nuestra, fue quien concretó el proyecto de Dios históricamente, el que reveló a Yahvé. Terminó en una cruz, como muchos, pero sus amigos saben que, verdaderamente, no terminó allí, sino resucitado. Era el hombre perfecto y entró en la perfección eterna de la vida resucitada. La cruz da cuenta de esa humanidad tan profunda y trascendente que tenía, porque los que son como Él, los que se des-viven por el prójimo, suelen terminar en una cruz.

domingo, 17 de abril de 2011

Tu Cruz nos habre la Vida.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26, 3-5. 14-27, 66 ¿Cuánto me darán si lo entrego? C. Unos días antes de la fiesta de Pascua, los Sumos Sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte. Pero decían: S. «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo». C. Entonces, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: S. «¿Cuánto me darán si se lo entrego?» C. Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual? C. El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: S. «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual ?»C. Él respondió:a «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos"». C. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.Uno de ustedes me entregará C. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo:a «Les aseguro que uno de ustedes me entregará». C. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: S. «¿Seré yo, Señor?» C. Él respondió:a «El que acaba de servirse de la misma fuente que Yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!» C. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:S. «¿Seré yo, Maestro?»a «Tú lo has dicho». C. Le respondió Jesús. Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: a «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo:a «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre». C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño C. Entonces Jesús les dijo:a «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: "Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño". Pero después que Yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea». C. Pedro, tomando la palabra, le dijo: S. «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás». C. Jesús le respondió:a «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces».C. Pedro le dijo: S. «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». C. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.Comenzó a entristecerse y a angustiarse C. Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo:a «Quédense aquí, mientras Yo voy allí a orar». C. Y llevando con Él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: a «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo». C. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así:a «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». C. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: a «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». C. Se alejó por segunda vez y suplicó:a «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad». C. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo:a «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar»Se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron C. Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas; uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal: S. «Es aquél a quien voy a besar. Deténganlo». C. Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:S. «Salud, Maestro». C. Y lo besó. Jesús le dijo:a «Amigo, ¡cumple tu cometido!» C. Entonces se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús le dijo:a «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata, a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? Él pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder esto?» C. Y en ese momento, Jesús dijo a la multitud:a «¿Soy acaso un bandido, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron». C. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.Verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso C. Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo siguió de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y sentó con los servidores para ver cómo terminaba todo. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon: S. «Este hombre dijo: "Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días"». C. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: S. «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?» C. Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:S. «Te conjuro por el Dios vivo a queme digas si Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». C. Jesús le respondió:a «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo». C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?» C. Ellos respondieron: S. «Merece la muerte». C. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole: S. «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó».Antes que cante el gallo, me negarás tres veces C. Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: S. «Tú también estabas con Jesús, el Galileo». C. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: S. «No sé lo que quieres decir». C. Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: S. «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno». C. Y nuevamente Pedro negó con juramento: S. «Yo no conozco a ese hombre». C. Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a "Pedro y le dijeron: S. «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona». C. Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces». Y saliendo, lloró amargamente. Entregaron a Jesús a Pilato, el gobernador C. Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron. No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre C. Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: S. «He pecado, entregando sangre inocente». C. Ellos respondieron: S. «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo». C. Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: S. «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre». C. Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado «del alfarero», para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy «Campo de sangre». Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: «y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se compró el "Campo del alfarero", como el Señor me lo había ordenado».¿Tú eres el rey de los judíos? C. Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó: S. «¿Eres Tú el rey de los judíos?» C. Él respondió:a «Tú lo dices». C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo: S. «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?» C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Jesús Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: S. «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Jesús Barrabás o a Jesús llamado el Mesías?» C. Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: S. «No te mezcles en el asunto de ese justo porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho». C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: S. «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?» C. Ellos respondieron:S. «A Barrabás».C. Pilato continuó: S. «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?» C. Todos respondieron: S. «¡Que sea crucificado!» C. Él insistió: S. «¿Qué mal ha hecho?» C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: S. «¡Que sea crucificado!» C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: S. «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes». C. Y todo el pueblo respondió:S. «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos». C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.Salud, rey de los judíos C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de Él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza; pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de Él, se burlaban, diciendo: S. «Salud, rey de los judíos». C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar. Fueron crucificados con Él dos bandidos C. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, «los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron;» y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Al mismo tiempo, fueron crucificados con El dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: S. «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!» C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en Él. "Ha confiado en Dios; que Él lo libre ahora si lo ama", ya que Él dijo: "Yo soy Hijo de Dios"». C. También lo insultaban los bandidos crucificados con Él. Elí, Elí, ¿lemá sabactaní? C. Desde. el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: a «Elí, lí, lemá sabactaní». C. Que significa:a «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: S. «Está llamando a Elías». En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: S. «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo». C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu. Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración. C. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: S. «¡Verdaderamente, éste era Hijo de Dios!» C. Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo. José depositó el cuerpo de Jesús en un sepulcro nuevo C. Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que sé había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro. Ahí tienen la guardia,vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente C. A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole: S. «Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: "A los tres días resucitaré". Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: "¡Ha resucitado!" Este último engaño sería peor que el primero». C. Pilato les respondió: S. «Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente». C. Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia. Palabra del Señor. COMPARTIENDO LA PALABRA Jesús, la Iglesia, los pobres, van camino de la Pascua. Su noche se hace ahora dura oscuridad. Es la última etapa de su “abajamiento” hasta la muerte, hasta la cruz. Esta vez la tempestad no se calma, y la barca se hunde. Esta vez la muerte no retrocede, y el espíritu ha de ser entregado. Esta vez, el hombre queda solo con el misterio de Dios. En la cruz, con el crucificado, queda la noche de la fe. El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor es nuestra primera celebración del éxodo de Jesús desde este mundo al Padre.“En este día, la Iglesia recuerda la entrada de Cristo en Jerusalén para consumar el misterio pascual”.“Bendito el que viene en nombre del Señor”: Entonces era la gente que iba con Jesús la que gritaba: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Hoy lo proclamas tú, Iglesia convocada a la celebración anual de los misterios de la Pascua. Entonces lo decían quienes habían reconocido en Jesús de Nazaret la imagen del Mesías esperado. Hoy lo proclama la comunidad de los discípulos que el Mesías ha llevado consigo desde la esclavitud a la libertad. Entonces, la multitud de los que iban con Jesús, no sólo lo aclamaban, sino que, a su paso, unos “extendían sus mantos por el camino”, otros “cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada”. Hoy, porque recuerda la libertad que ha recibido y hace memoria del Rey que se la ha dado, la comunidad de los discípulos, la asamblea de los pobres, agita ramos de olivo en sus manos y, con el manto de la fe, alfombra el camino del que ha venido “en nombre del Señor” para ser su salvador, su redentor, su liberador. Anonadamiento: Deja, Iglesia de Cristo, que el profeta te lleve de la mano al conocimiento del misterio, y “mira a tu Rey, que viene a ti, humilde”. Instruida por su palabra, podrás ver en Jesús de Nazaret, pobre y humilde, el sacramento de la salvación que te visita.“Mira a tu Rey”: Humilde fue su nacimiento, humilde lo has visto que aprendía en Nazaret, humilde lo has visto trabajar por la redención de todos, humilde lo ves ahora que viene a ti, “montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila”, humilde lo verás que pende en el árbol de la cruz, fruto misterioso que la caridad de Dios ha madurado para que vivas. El profeta te dice: “Mira a tu Rey que viene a ti”; y la fe entiende que tu Rey viene por ti, viene para ti, viene porque te ama.“Mira a tu Rey”: El profeta lo dice “humilde”, y tú, aleccionado por el Espíritu, entras en el misterio de esa humildad. Viene “humilde” tu Rey, pues viene en tu condición humillada, en tu humanidad, en tu pequeñez. Viene “humilde” tu Rey, pues, al encarnarse el Hijo de Dios, hizo suyo para llevarlo él, lo que llevábamos nosotros porque era nuestro: “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron”.“Mira a tu Rey”: No viene a ti con legiones de ángeles, tampoco con legiones de soldados; viene a ti ungido para evangelizar a los pobres, para proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, para anunciar el año de gracia del Señor. “Mira a tu Rey”: Verás a tu salvador, verás que vine a ti tu redentor, y aclamarás a tu Señor, a tu Dios. Plenitud: Has entrado en el misterio de lo que Cristo ha recibido de ti. Considera ahora lo que tú has recibido de él. Algo muy grande ha de ser, pues con solo haberlo visto en la pequeñez de un niño, tomándolo en brazos, el justo Simeón bendijo a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu salvador”. Grande es sin duda lo que llena la vida de un hombre, sus deseos, sus esperanzas; pero grande hasta la plenitud ha de ser lo que cumple las esperanzas de todos, todos los deseos, todas las promesas. La gente que, subiendo a Jerusalén, iba aquel día delante y detrás de Jesús, reconoció en él al Rey mesiánico que llegaba a Sión. Allí donde los ojos sólo ven a un hombre pobre y humilde; la fe contempla al Mesías justo y triunfador, que suprimirá carros y caballos para el combate, que romperá el arco guerrero, y proclamará la paz a los pueblos. Por eso la gente lo aclama: _ ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo! Aclaman por lo que ven, por lo que se les ha revelado, por lo que creen, por lo que la fe les permite esperar. Pero a ti se te han manifestados misterios que el justo Simeón no pudo conocer, y que las gentes que iban con Jesús no pudieron sospechar. Tú has bebido en Cristo un agua que salta hasta la vida eterna. Tú has sido iluminado en Cristo por la luz de Dios. Tú has resucitado con Cristo a vida nueva. A ti se te ha concedido creer y renacer por el agua y el Espíritu para ser hijo de Dios. Por eso aclamas: _ ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo!Que el hombre no separe lo que Dios ha unido: En aquella ocasión, a quienes le preguntaban por matrimonio y divorcio, Jesús les respondió: _ ¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.“Es éste un gran misterio”, escribió el apóstol Pablo, y añadió: “Y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”. Es éste el misterio de comunión que consideraba el obispo Agustín cuando, en sus comentarios sobre los salmos, escribió: “No pudo Dios hacer a los hombres un don mayor que el de darles por cabeza al que es su Palabra, por quien ha fundado todas las cosas, uniéndolos a él como miembros suyos, de forma que él es Hijo de Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, Dios uno con el Padre y hombre con el hombre”. Esto es lo que crees, Iglesia de Cristo, y en esto es en lo que serás tentada. Recuerda las palabras que el tentador dice a Jesús en el desierto: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Recuerda también las que le dicen a tu Señor, al que es tu cabeza, quienes pasaban cerca de él en la hora tenebrosa de su pasión: “Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”. Si eres Hijo de Dios, niega tu condición de Hijo del hombre. Puesto que eres grande, anula los límites de tu pequeñez. Ya que eres fuerte, anula tu debilidad. No separes, Iglesia de Cristo, tu pequeñez de su grandeza, pues él no separa su grandeza de tu pequeñez. Tu Señor abrazó tu condición y bajó contigo hasta tu muerte, hasta tu cruz. Tu Señor baja contigo, con tus hijos, con tus pobres, a las filas de los que no encuentran trabajo, a los cartones de los que no tienen hogar, a los caminos del emigrante, a la clandestinidad del que no es rentable, a las pateras de los que nunca llegan a destino. Tu Señor baja contigo al lecho de tu enfermedad, al de tu agonía, al de tu muerte. Tu Señor baja contigo, en tus hijos, en tus pobres, a los caminos que recorres humillada, despreciada, ultrajada, crucificada. Ama esa pequeñez que Cristo hizo suya, y agradece la plenitud que de Cristo has recibido. Clama en tu dolor, pues es dolor verdadero; pero no olvides orar por quienes te hacen sufrir, e invocar sobre ellos la gracia del perdón. Ésta es tu procesión:“Recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la Ciudad Santa, le acompañaremos con nuestros cantos, para que participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección”. Hoy acompañamos a Cristo y lo aclamamos, no tanto por la resurrección que esperamos se manifieste un día en nuestra mortalidad, cuanto por la certeza de que el Rey ya ha venido humilde a la tierra de nuestra debilidad. No te alegras por lo que en Cristo aún esperas alcanzar, sino por lo que ya en él has recibido. Hoy, mientras con palabras de evangelio recuerdas a tu Rey que viene a ti, humilde, ves en él a tus hijos, ves en él a tus pobres. Y si vuelves los ojos a tus hijos, a tus pobres, ves en ellos el rostro de tu Señor. Alégrate y goza, Iglesia cuerpo de Cristo, pues sabes que ya no recibirás pobres sin que en ellos te visite tu Rey, y no recibirás al Rey sin que venga con él su cortejo de pobres. No temas a los que intenten parodiar tu camino. “No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más”. Si conociesen al Señor, también ellos vendrían a caminar contigo. Ámalos. Tal vez un día los veas agitar a tu lado el ramo de la alegría y del agradecimiento. Ésta es tu Eucaristía:La fe te dice quién viene a ti en la Eucaristía que celebras: Viene el Señor; escuchas su palabra, comulgas su Cuerpo y su Sangre. Recuerda, Iglesia de Cristo, las palabras que hablan de tu unión con él: “Ya no son dos, sino una sola carne”. Proclama de nuevo las palabras del profeta: “Decid a la hija de Sión: Mira a tu Rey, que viene a ti, humilde”. Viene humilde en su palabra y en su pan; viene y se te ofrece para ser tuyo, como son tuyos las palabras que escuchas y el pan con que te alimentas; viene y se queda en tu pequeñez, en tus hijos, en tus pobres; tu Rey irá contigo “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”, irá siempre contigo, porque “ya no sois dos, sino una sola carne”. La Eucaristía que celebras es sacramento de amor extremo, del amor con que el Hijo de Dios vino a ti, del infinito amor con que, despojado de su rango, ceñida la toalla de la condición humana, te lavó los pies para que tuvieras parte con él.Reconoce en la diversidad de los signos la unidad del misterio que se te revela. El que se entregó a ti cuando te dijo: “Tomad, esto es mi cuerpo”, se te entregó de manera semejante cuando se arrodilló a tus pies para lavarte. El que partió para ti el pan con que te alimenta, él mismo es la fuente de la que brota el agua con que te purifica. En tu Eucaristía, como en tu procesión, agradeces lo que ya has recibido de tu Señor, te asombras de reconocerle unido a ti para siempre en tu humanidad, de saberte unida a él en su divinidad, y aprendes a vivir del amor que has conocido.Éste es tu canto:Podemos aclamar a Jesús, acompañándolo como la multitud que subía con él a Jerusalén. El canto nace de la fe que permite reconocer en Jesús al Rey que, humilde, viene a ti.Proclamando, con ramos de palmas: ¡Hosanna en el cielo!, podemos profetizar con los niños hebreos la resurrección del Señor. El canto anuncia lo que la multitud aún no podía conocer, y anticipa, en la alegría de los niños, la alegría de los fieles por Cristo resucitado. Con la Virgen María, podemos proclamar la grandeza de Dios, porque en el Rey que a nosotros viene humilde, el Señor ha mirado nuestra humillación e hizo maravillas en sus pobres. Jesús, la Iglesia, los pobres, van camino de la Pascua. Mientras dure la noche, caminemos a la luz del amor.

sábado, 16 de abril de 2011

Evangelio dìa 16 de Abril del 2011.


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 45-57

Al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.

Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en El, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación».

Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?»

No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.

A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso Él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos.Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: «¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?» Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde Él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo


Compartiendo la Palabra



UNA SEMANA SANTA CON PERSPECTIVA Y SENTIDO



En vísperas ya de la Semana Santa, es el momento de reunir fuerzas, de recoger todo el trabajo de la Cuaresma, de motivarnos y plantearnos cómo queremos vivir estos días. La oración personal tiene una especial relevancia, de modo que, quizá por las vacaciones, los viajes y las actividades mil que nos invaden estos días, no se nos pase todo más superficialmente de lo que quisiéramos. Preparar (nos) para las distintas celebraciones, procesiones, tradiciones, etc, y reservanos algún espacio contemplativo para profundizar en los densos y ricos contenidos de cada uno de los días.

Tengo a veces la impresión de que vivimos los días de la Semana Santa con un subrayado del dolor, el sacrificio, la cruz... a los que falta la debida perspectiva pascual. Nos impresiona mucho todo lo que le ocurre a Jesús estos días, y se nos llama a menudo a sentirnos pecadores, responsables de alguna manera de aquellos lamentables hechos, a fijarnos en el dolor de Jesús y su Madre... pero olvidamos (o no tenemos suficientemente en cuenta) que todo esto que «celebramos» y actualizamos adquiere su sentido y justificación desde la Resurrección de Jesús.


Y que no podemos separar lo que le ocurre a Jesús estos días, de todo el resto de su vida: que su Pasión es consecuencia de su mensaje, sus opciones de vida, su proyecto Salvador. Y que lo que nos salva es su amor, su entrega, su obediencia... y no tanto la «cantidad» de dolor y sufrimiento que tuvo que pasar los últimos días.

Y que volcarnos en las celebraciones de la Semana Santa y echar lo mejor de nosotros mismos en acompañar al Señor en su Pasión... para que el día de Pascua pase medio inadvertido, es no estar bien orientados. Añadamos que no sería muy justo vivir estos días sólo como un acontecimiento histórico que le ocurrió hace la tira de siglos al Hijo de Dios... sin caer en la cuenta que el Hijo de Dios vive HOY en los hijos de Dios situaciones similares de pasión, condena, rechazo y muerte.


Por eso hoy quisiera resaltar de la lectura profética toda esa colección de verbos de futuro, de promesas, de regalos que Dios libremente quiso y quiere hacernos con la Alianza que Jesús sellará en el altar de la cruz. Podemos repasar, contemplar y «masticar» todos esos verbos y sustantivos que tienen a Dios como actor principal: recogeré, congregaré, repatriaré, uniré en un solo pueblo, libraré, purificaré, habitarán, vivirán para siempre, alianza de paz, serán mi pueblo, estableceré, multiplicaré, podré en ellos mi santuario, mi morada...

De modo que se despierte la ilusión y el deseo y la esperanza en nuestro corazón al saber que somos destinatarios inmerecidos de todo esto, porque Dios nos ama sin condiciones, tanto, que nos entrega a su Hijo para nuestra salvación. Y que todo esto será especialmente verdadero (y renovado) en la Mañana de Pascua. Que el Hijo de Dios morirá por el pueblo, y para reunir a los hijos de Dios dispersos.


En este Sábado en que la Iglesia suele recordar con cariño a su Madre, podemos pedir a «la Virgen de los Dolores Esperanzados» que nos ayude a guardar todos estos acontecimientos en el corazón. Que nos ayude a vivir nuestras noches oscuras con la confianza puesta en el Padre que nos ama, aunque no entendamos mucho. Que nos enseñe a estar, como hermanos y como Iglesia, al lado de todos los crucificados e hijos de Dios sufrientes, que necesitan de nuestra mirada, nuestra cercanía, nuestra presencia... y nuestro compromiso, para que los de siempre dejen de salirse con la suya para mantener sus ventajas políticas, sociales, económicas... a costa de los más pequeños y débiles.

Que ella nos guíe para que busquemos y encontremos a Jesús, que sí, un año más, «vendrá a la fiesta».

jueves, 14 de abril de 2011

Saludo Pascual 2011.


Muy queridos hermanos y hermanas:


La fiesta de la Pascua es el centro del Año y, nos identifica como pueblo, que Dios eligió para testimoniarlo ante todos los hombres. Así ha sido ya con nuestros hermanos mayores, que fueron liberados de la esclavitud en Egipto; así, hoy, nos toca a nosotros anunciar al mundo entero que Jesucristo nos ha abierto el paso a la patria definitiva. Con su vida y con su muerte, Jesús nos descubrió el sentido de nuestra existencia y confirmó su enseñanza con su resurrección. Èl es “el camino, la verdad y la vida”, que responde a los anhelos de nuestro corazón inquieto. Su coherencia hasta el último respiro y el testimonio de las mujeres que lo siguieron más allá de la cruz y fueron las primeras que lo vieron resucitado, afirman nuestra fe en él. Después muchos otros de sus discípulos lo vieron y lo han testimoniado dando su vida por él. “Estaré con ustedes hasta el fin del mundo”, había prometido el Señor y dio prueba de ello en el transcurso de la historia. ¡Cuántos santos y santas hasta nuestros días, lo han confirmado!.

Ellos y ellas están a su lado y nos acompañan con su ayuda. El criterio de la Iglesia que, después de haber comprobado la heroicidad evangélica de su vida, permite su beatificación y canonización, recién cuando Dios mismo ha dado una señal incuestionable por un milagro fehaciente, nos asegura que estos hermanos y hermanas realmente han entrado en la presencia del Señor resucitado; por eso, nuestra comunión con ellos es posible y real. Esta fe abre el horizonte de la esperanza, que ya aquí, nos hace saludar, de lejos y de antemano, la tierra y el cielo que nos aguardan.

Allí el Señor nos tiene preparada una morada. ¡Cuánta alegría de vivir nos da esta certeza y cuánta fortaleza para cargar con las dificultades del camino! Que la Pascua sea una gozosa fiesta para las comunidades de la diócesis. Les transmito de corazón el antiguo saludo pascual:


“¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado!”.


+ Luis T. Stöckler Obispo de Quilmes

Quilmes, 12 de abril de 2011

domingo, 10 de abril de 2011

Tu vida nos rescata de la muerte.


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 1-45

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea».

Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»Jesús les respondió:«¿Acaso no son doce las horas del día?

El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo;en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». .Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero Yo voy a despertarlo».Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se sanará». Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.

Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo».Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él».

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.

Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas».Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día».Jesús le dijo:«Yo soy la Resurrección y la Vida.

El que cree en mí, aunque muera, vivirá;y todo el que vive y cree en mí,no morirá jamás.

¿Crees esto?

»Ella le respondió:

«Sí, Señor, creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».

Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja:

«El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que ésta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo:

«Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto».

Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó:

«¿Dónde lo pusieron?»

Le respondieron:

«Ven, Señor, y lo verás».

Y Jesús lloró.

Los judíos dijeron:

«¡Cómo lo amaba!»

Pero algunos decían:

«Éste que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?»

Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo:

«Quiten la piedra».

Marta, la hermana del difunto, le respondió:

«Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto».

Jesús le dijo:

«¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»

Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:

«Padre, te doy gracias porque me oíste.

Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que Tu me has enviado».

Después de decir esto, gritó con voz fuerte:

«¡Lázaro, ven afuera!».

El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.

Jesús les dijo:

«Desátenlo para que pueda caminar».

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.



Compartiendo la Palabra


Una cuestión de amor“Desde lo hondo a ti grito, Señor”. La hondura desde la que gritaba el salmista era la del pecado.

Hoy, sus palabras son entregadas por la fe a los empobrecidos de la tierra, a los derrotados por la vida, a quienes todo lo han perdido, a náufragos de la esperanza, a los que duermen ya como los muertos. El salmo sube ahora desde el abismo de la muerte. Y es en esa hondura donde resuenan las palabras de la profecía: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío”. Es en esa oscuridad de los sepulcros donde vemos que brilla la luz del evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Tu Dios, Dios de derrotados, empobrecidos, desterrados y muertos, te ha llamado “pueblo mío”, y ha encerrado en un posesivo de afecto toda la ternura que cabe en el cielo. “Pueblo mío”: lo puede decir con verdad el que sacó de Egipto a su pueblo. “Pueblo mío”: te lo dice el que promete abrir mañana tus sepulcros como abrió ayer el mar al paso de tus hijos. “Pueblo mío”: te lo dice tu Dios, porque sólo tu Dios te lo puede decir.

El que, con palabras de promesa, te había dicho: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío”, el mismo te dice ahora con palabras de evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Hoy, como en un espejo, has visto que Jesús abría desde afuera el sepulcro de su amigo Lázaro.

En la Pascua, cuando todo quedará cumplido y se te revele la verdad, sabrás que él, tu Señor, ha abierto desde adentro todos los sepulcros. Entonces reconocerás que tu Dios se ha hecho solidario contigo en la muerte para hacerte con él partícipe de su vida.

Profecía y evangelio te ayudan a comprender lo que has vivido en la pila bautismal, y desvelan el misterio de lo que vas a vivir en la eucaristía dominical. Hoy en la eucaristía, como un día en el Bautismo, te encuentras con la resurrección y la vida que es Cristo Jesús.

Él ha comulgado tu muerte por el amor con que se encarnó, y tú comulgas su vida por la gracia de la fe con que lo acoges.

El te dice, por el amor: “¡Pueblo mío!” Y tú le dices, por la fe: “Señor mío y Dios mío”.

Reconoce a Cristo en la Escritura que proclamas, en la Eucaristía que consagras y recibes, en la comunidad con la que oras, en el pobre con el que te encuentras. Reconócelo y acógelo, y habrás recibido la resurrección y la vida.

Sólo el amor de Dios puede abrir los sepulcros y los abre desde dentro. Una Pascua es siempre una cuestión de amor.


Feliz domingo.

domingo, 3 de abril de 2011

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 9, 1-41 Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»«Ni él ni sus padres han pecado, -respondió Jesús-; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de Aquél que me envió,mientras es de día; llega la noche,cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo,soy la luz del mundo». Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado». El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?» Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». El decía: «Soy realmente yo». Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?» Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y vi». Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?»Él respondió: «No lo sé». El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado».Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?»Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta». Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta». Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él». Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador».«Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo». Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?»Él les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»Ellos lo injuriaron y le dijeron: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es éste».El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres damos lecciones?» Y lo echaron.Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?»El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en El?»Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante Él. Después Jesús agregó:«He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no veny queden ciegos los que ven». Los fariseos que estaban con Él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?» Jesús les respondió:«Si ustedes fueran ciegos,no tendrían pecado,pero como dicen: "Vemos",su pecado permanece». Compartiendo la Palabra ANTE EL MISTERIO DEL CIEGO ILUMINADO: El itinerario de la fe bautismal “Si, por tanto, Cristo lo iluminó cuando de algún modo lo bautizó en sí mismo,tal vez se pueda decir que cuando le ungió los ojos lo hizo catecúmeno”(San Agustín)Comencemos orando:Te damos gracias, Padre, por Jesús“Que se hizo hombre para conducir al género humano,peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe;y a los que nacieron esclavos del pecado,los hizo renacer por el Bautismo,transformándolos en hijos adoptivos del Padre”(Del Prefacio de este domingo).IntroducciónDespués de haber leído el domingo pasado el encuentro de Jesús como la samaritana, hoy leemos el encuentro con el ciego de nacimiento. También este maravilloso pasaje nos ayuda a comprender más a fondo lo que sucede en nuestra vida bautismal.Este es el domingo de la “Luz”, pero también de la “Alegría”. En la bella tradición de la liturgia cristiana a este domingo se le llama “laetare” (expresión latina que invita a la alegría), una pausa refrescante en arduo camino en el desierto cuaresmal.Con la mirada cada vez más fija en la Cruz gloriosa, en la cual fue entronizada la Luz que da la vida verdadera, bautizados y catecúmenos continúan su “caminar” cuaresmal: memoria del bautismo (=ejecución del programa bautismal) para los bautizados, preparación para el bautismo por parte de los catecúmenos (SC 109), que tiene en este cuarto domingo de cuaresma –domingo del don de la luz- sus segundos “escrutinios”: segunda “llamada” para la libertad.Para vivir más a fondo este domingo se nos ofrece el relato del “Ciego de Nacimiento”. Desentrañemos la enorme riqueza de este pasaje, comenzando con las primeras claves de lectura.Un relato sabroso, profundo y desafianteEl texto que leemos hoy tiene mucho colorido: hay signos, cambios de lugares, numerosos personajes (Jesús, discípulos, ciego, vecinos, parientes, fariseos, autoridades judías), sentimientos fuertes y encontrados, reacciones duras. Pero lo más importante es que es un relato que nos embarca en un proceso que va desvelando a poco a poco un misterio.Éste es un relato que se destaca por su progresión. Al interior de esta progresión del relato se realiza un itinerario de “iluminación”. Notemos un triple desplazamiento: (1) Del gesto de Jesús que la da la vista al ciego se pasa a la identidad del milagro para terminar concentrándose en la persona de Jesús. Aparentemente el problema es una obra realizada un sábado pero en la práctica lo que inquieta es: ¿Quién es Jesús? (2) Paralelamente, de la curación física se pasa a la curación espiritual al acceder a la fe (=dinámica del creer) en Jesús. (3) El entorno también es afectado: aquél que se reconocía ciego accede a la luz, mientras que aquellos que creían poseer la luz se convierten en ciegos. Las últimas y desafiantes palabras de Jesús ponen a lectores ante una decisión. El tema de fondo El encuentro de Jesús con un ciego-mendigo, narrado en una historia extensa y rica de detalles, es ante todo la explicación de cómo actúa Jesús en cuanto “Luz del Mundo”.Jesús es luz esplendorosa que orienta el sentido de la vida de todo hombre en la dirección del proyecto de Dios: “Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8,12). Notemos cómo desde el principio del relato, Jesús dice: “Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo” (9,5). Esta “luz” vino al mundo y permanece en el mundo (como lo indica el perfecto usado en el texto griego). Está en el mundo pero no es evidente, como predicaba el Bautista: “En medio de vosotros está uno a quien no conocéis” (1,26). La “luz” se ha hecho presente de manera escondida en la encarnación de Jesús, por tanto hay que descubrirla. Pero avancemos una inquietud: ¿Por qué se le da tanta importancia a la luz? y ¿Por qué se plantea un proceso?En el pensamiento bíblico, lo primero en ser creado es la “luz” (ver Génesis 1,3) y ésta está estrechamente relacionada con la “vida” (un reflexión elemental del pueblo de la Biblia: lo mismo que pasa cuando no hay “agua”, cuando no hay “luz” no hay vida). Por eso la “luz” aparece en la Escritura como símbolo de salvación (“El Señor es mi luz y mi salvación”, Salmo 27,1). Más aún, se afirma que Dios es luz (“Dios es luz, y en Él no hay tiniebla alguna”, 1 Juan 1,5) y que en su luz vemos la luz (Salmo 35,10). Ahora bien, en la venida de Jesús al mundo, esta realidad salvífica se hizo acontecimiento en medio de nosotros. Así lo anuncia gozosamente el prólogo del evangelio según san Juan: “En ella (la Palabra creadora) estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron” (1,4-5). Esta Palabra –Jesús- “era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (1,9).Y puesto que la “luz” no sólo es una realidad generadora de vida sino también orientadora de la misma (el equivalente de lo que hoy llamamos “proyecto de vida”), se comprende que la obra de Jesús no sólo sea la revitalización de las personas (curaciones, etc.) sino también su orientación mediante itinerarios bien definidos. En otras palabras, trabajando en las obras de aquél que lo ha enviado (ver 9,4), Jesús –Verbo Encarnado- viene al encuentro de nosotros para sanarnos, sacarnos adelante y para que veamos mejor de dónde Él viene y quién es Él; igualmente para que por nuestra parte comprendamos quiénes somos, de dónde venimos y en qué dirección está la plenitud de nuestra vida. Solamente quien se deja iluminar está en comunión con Jesús y viceversa. Pero la cuestión se queda ahí, el verdadero discípulo es aquel que, en comunión de vida con Jesús –en una relación conocimiento y profunda entrega de adoración- “le sigue, porque conoce su voz” (10,4). La iluminación se da en la medida en que se “escucha” a Jesús y se le sigue. ¿Cómo se ilustra esto en la historia del ciego de nacimiento?Un relato en siete episodios bien coloridos y dinámicosEl relato de Juan 9,1-41 se desarrolla en siete episodios. A través de ellos –notémoslo bien- se va describiendo toda una dinámica relacional (entre los diversos actores) que traza claramente el itinerario de la fe bautismal. El ciego-mendigo aparece en todos los episodios, excepto el cuarto. En cambio, Jesús dialoga con el ciego-mendigo solamente dos veces: en el primero –el de la curación- y en el penúltimo –antes de la confesión de fe-. Luego, después de la curación, Jesús desaparece del escenario. Ocurre entonces, en el entretanto, un camino de progresivo descubrimiento de Jesús por parte del que había sido ciego. Es curioso, Jesús no está físicamente, pero en los labios del hombre sanado comienzan a escucharse continuas referencias a Él. Cada vez va diciendo algo nuevo y más importante acerca de Jesús: primero ante sus familiares (episodio 2) y luego ante los fariseos (episodios 3 y 5), después de lo cual hay un intervalo en el que sus padres son interrogados por las autoridades (episodio 4). Los interrogatorios formales terminan con la expulsión de este hombre de la sinagoga (o sea, de la comunión de fe con sus hermanos hebreos). Progresivamente –dejando claro que el ver físico no lo es todo- el ciego de nacimiento va comprendiendo –o sea, abriendo los ojos del conocimiento- quién es aquél que lo ungió con barro y lo mandó a lavarse a la piscina de Siloé. El suspenso culmina con el encuentro cara a cara con Jesús: por fin lo identifica plenamente y lo adora.Al final (episodio 7), y ante aquellos que han expulsado al ciego de la comunión de fe con ellos, Jesús mismo relee el sentido salvífico del acontecimiento y da pistas concretas tanto para los que creen como para los que no creen en Él. Los elementos implicados en la dinámica de fe En todas estas etapas del itinerario del encuentro del ciego de nacimiento con Jesús “Luz del Mundo”, encontramos tres elementos importantes: (1) El signo obrado sobre el ciego. (2) Los diálogos sostenidos, en diversos ambientes, por quien ha sido sanado y que lo llevan a reconocer progresivamente la identidad de quien hizo el signo sobre él. (3) Las palabras reveladoras de Jesús.Podemos ver a lo largo del relato la manera concreta como un ciego de nacimiento es llevado hasta el “ver” perfecto, es decir, hasta comprender quién es Jesús, expresarle su fe y, finalmente, sumergirse en adoración.Pero el relato también contiene una dolorosa paradoja: en la medida que el sanado va viendo claro, los que lo rodean –a la inversa- van apareciendo sumergidos en la más terrible de las tinieblas. Entonces, ante la “Luz” de Jesús unos se vuelven videntes y otros se vuelven ciegos. Como dice el mismo Jesús en la conclusión: “Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y lo que ven, se vuelvan ciegos” (9,39). Leamos el relato del ciego de nacimiento entrando en cada uno de los cuadros Leamos ahora muy lentamente este pasaje distinguiendo cada uno de los pasos que se van dando: (1) Primer episodio: Jesús va al encuentro del ciego y lo sana (9,1-7). (2) Segundo episodio: El sanado se encuentra con sus familiares y conocidos (9,8-12). (3) Tercer episodio: El sanado es llevado donde los fariseos (9,13-17). (4) Cuarto episodio: Las autoridades judías le toman la información a los padres del sanado (9,18-23). (5) Quinto episodio: El sanado es entrevistado por segunda vez por los fariseos (9,24-34). (6) Sexto episodio: Jesús va al encuentro del sanado por segunda vez (9,35-38). (7) Séptimo episodio: Encuentro de Jesús con los fariseos (9,39-41).1. Jesús va al encuentro del ciego y lo sana (Juan 9,1-7)La primera palabra que aparece en el texto es el verbo “ver”: Jesús “vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento” (9,1). De esta manera, tan sencilla pero clara, comienza el encuentro de Jesús con este hombre.Jesús “vio” al ciego de nacimiento y los discípulos también. Pero lo curioso es que Jesús y los discípulos no vieron lo mismo: • Los discípulos vieron a un ciego, y por detrás del ciego vieron el “pecado” (-enfermedad; viendo por detrás al Dios garante de retribución). • Jesús vio un ciego, pero no vio en esa ceguera un de Dios; más bien, vio que “era preciso” (en griego “dei”; Juan 9,4) aquel ciego para que Dios se manifestase en Él. Como se nota en el texto, del ciego hay una dimensión que se conoce y otra que no se conoce. Esto es lo que salta a la vista en la pregunta que le plantean los discípulos a su Rabbí en 9,2: • Se conoce: que es ciego, y no accidentalmente, lo es “desde su nacimiento”, nunca ha visto la luz. Además, es mendigo (como complementa el 9,8). • No se conoce: la causa de su ceguera. “¿Quién pecó, él o sus padres?”. En otras palabras, hay una constatación del duro destino que le ha tocado a este hombre. Pero, ¿quién es el responsable de esta situación?Que aquí los discípulos establezcan una relación entre enfermedad y castigo por el pecado no es extraño, así se pensaba en tiempos de Jesús. Este tipo de reflexión todavía se escucha hoy, cuando algunas personas explican como un “castigo de Dios” las desgracias que vive mucha gente. Pero Jesús tiene otro punto de vista: • Rechaza este tipo de explicación: “ni él pecó ni sus padres” (9,3a). • Plantea, anuncia el sentido de lo que va hacer: “es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (9,3b). Jesús anuncia que por medio de su “obra” se verá con claridad que Él mismo es la luz del mundo que saca a todo hombre de las tinieblas del pecado.La lección de Jesús dará luces sobre estos interrogantes: ¿Quién está verdaderamente en comunión con Dios? ¿Quién no lo está, es decir, quién está verdadera situación de pecado y a qué ceguera ésta le conduce?Jesús ha venido de parte de Dios, al encuentro de hombre, para llevarlo a la comunión con él. Ese es el sentido de su “trabajar en las obras de Dios” (9,3-4). Vale notar que esta “obra” misericordiosa de Jesús con el ciego se realiza a partir acciones significativas y nos aporta dos novedades dentro del evangelio:• Jesús no actúa solamente por medio de su palabra, sino que realiza tres acciones que el evangelista cuenta con detalle en el 9,6: (1) “escupió en tierra”,(2) “hizo barro con la saliva”(3) “untó con el barro los ojos del ciego”. • El ciego no permanece como actor pasivo, Jesús le pide su participación, también él debe hacer algo. Es así como el ciego, confiando en la palabra de Jesús:(1) va,(2) se lava(3) vuelve viendo. Estas tres acciones son tan importantes que serán recordadas al menos tres veces más en la historia (ver 9,11.14.15). Juan no deja pasar detalle. Uno que no hay que dejar pasar es el término “piscina”: en griego se dice “kolymbêthra”, nombre que todavía hoy significa “fuente bautismal”. Igualmente el nombre de ésta: “Siloé”, el cual es la forma griega del arameo “Shlîha” y en hebreo “shalîa”, que quiere decir “enviado”. En otras palabras: la “fuente bautismal” del “Enviado de Dios” (esto es, “Jesús”). 2. El sanado se encuentra con sus familiares y conocidos (9,8-12) Jesús desaparece de la escena y el ciego, ahora vidente, se encuentra con su círculo de vecinos (podríamos decir: sus familiares y conocidos), aquellos con los que sostiene relaciones habituales y estrechas. sta gente se sorprende: ¡Ya no es un mendigo! Su situación de desgracia ahora es cosa del pasado (ver 9,8).Entonces la opinión pública se divide. Hay un primer intento de toma de posición ante lo sucedido que está contaminada por una cierta resistencia para aceptar la verdad del hecho: ¿Se trata de la misma persona o no? (ver 9,9). Ante esta duda sobre su verdadera identidad, el mismo sanado toma la palabra para confirmar: “soy yo” (9,9). Entonces cuenta lo que Jesús le “hizo” (ver 9,10-11).Notemos cómo se va poniendo interesante el relato. Sobre sí mismo el sanado puede hablar, pero hay una pregunta que todavía no está en capacidad de responder: “No sé dónde está” (9,12). Tampoco conoce gran cosa acerca de Jesús, por eso se refiere a Él de forma casi evasiva, sin compromiso: “Ese hombre llamado Jesús” (9,11). Por tanto, el sanado conoce a Jesús por lo que le ha hecho, pero en realidad desconoce su identidad. Las inquietudes ahora se desplazan hacia la identidad de Jesús, quien ha obrado el signo. 3. El sanado es llevado donde los fariseos (9,13-17).El “que antes era ciego” es conducido donde los fariseos (9,13). De repente el evangelista nos recuerda que hay algo que no está bien: “era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos” (9,14). Jesús ha hecho una acción ilegal, según las interpretaciones rabínicas del tercer mandamiento de la ley de Dios. El nuevo círculo ante el cual se encuentra ahora el sanado es el de los peritos en cuestiones bíblicas, quienes no aparecen tan preocupados por discernir la “obra de Dios” en dicho acontecimiento sino en cuestionar su validez (tal como lo habían hecho ya antes a propósito de la actividad de Juan el bautista en 1,24). Se escuchan entonces los diversos puntos de vista de los peritos: (1) Primer diagnóstico: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado” (9,16a)La pregunta sobre la identidad de Jesús se concentra en un punto relevante: qué tipo de relación tiene con Dios. El punto es que a Jesús le aplican una unidad única de medida, el sábado, y se desconoce el valor del signo realizado. Los fariseos aparecen como sabios en cuestiones religiosas, pero también como incapaces de discernir a fondo la obra de Jesús que es la “obra de Dios”. La primera conclusión a la que llegan es que –puesto que no cumple estrictamente la ley del sábado- Jesús sería un “pecador” (9,16b), es decir, que lo suyo no viene de la comunión con Dios. (2) Segundo diagnóstico: quizás proviene de Dios (9,16b)El segundo grupo, por el contrario siembra una duda que abre las puertas para una mejor comprensión del signo: “¿Cómo puede un pecador realizar semejantes signos?” (9,16b). De nuevo es el sanado quien tiene que zanjar la división mediante una toma de posición personal.Nótese cómo éste hombre es obligado a reflexionar sobre el valor del signo realizado en él. Se le pregunta: “¿Tú que dices de él?”. Esta vez su respuesta va un poco más allá de su primera afirmación y dice: “Es un profeta” (9,17). Quiere decir, en otras palabras, que la obra realizada por Jesús sí es la de un enviado de Dios. 4. Las autoridades judías entrevistan a los padres del sanado (9,18-23) Se abre entonces un paréntesis en la historia de las desaventuras del ciego de nacimiento, quien se va volviendo causa de división por donde quiera que va pasando. El evangelista nos muestra cómo se comienza a sentir un mal ambiente entre las autoridades por lo que se está propagando entre la gente a causa del testimonio del ciego sanado por Jesús. Esta nueva escena –dejando de lado por algunos instantes al hombre sanado- se concentra en la entrevista, con carácter oficial, que las autoridades judías les hacen a los progenitores del sanado. Como se ha notado, en el ambiente se ha sembrado una duda sobre la veracidad del hecho (9,18). La palabra del sanado ya no es suficiente, hay que tomar otros testimonios. Ante la doble pregunta planteada por las autoridades (ver 9,19), los padres del sanado...• Confirman que efectivamente su hijo nació ciego: “nosotros sabemos” (9,20). • Pero evitan comprometerse, eludiendo cualquier interpretación sobre cómo fue y quién hizo la curación: “eso nosotros no lo sabemos” (9,21).Los padres solicitan que sea su hijo mismo quien explique todo lo sucedido (9,21). El comentario explicativo por parte del evangelista (ver 9,22) pone a la luz la presión que comienza a ejercerse sobre el pueblo para que se evite el reconocimiento de Jesús como “el Mesías”: quien lo haga será “excluido de la sinagoga”, es decir, será marginado de la comunidad del pueblo de Dios y por lo tanto quedará aislado socialmente. El hecho es que las autoridades cierran conscientemente los ojos ante la evidencia del signo, ante la luz. La situación se pone peligrosa para el ciego de nacimiento que fue sanado por Jesús. 5. El sanado es entrevistado por segunda vez por los fariseos (9,24-34) El mal ambiente aumenta. La gente se vuelve a dividir. Cuando ya no quedan más pretextos para poner en duda la efectiva curación del ciego, no queda más remedio que tomar una posición clara ante la persona de Jesús quien ha obrado el signo.Los fariseos apelan a un último recurso: la declaración juramentada del sanado para que declare que Jesús y la obra realizada no tiene nada que ver con Dios, “ese hombre es un pecador” (9,24). Para los fariseos y las autoridades el hecho de la curación en cuanto signo de Dios no les dice nada, lo que cuenta es que fue un acto ilícito, por eso todo el tiempo han puesto el acento en el “cómo” de la curación (ver los 9,15.19.26). Sin embargo el sanado se mantiene firme (ver los 9,25.30.32). Él comprende cada vez con mayor claridad que la obra de Jesús realizada en él es una obra de Dios: “Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada” (9,33). Aquí la cuestión va hasta el fondo. Las autoridades pretenden tener un conocimiento claro sobre Jesús e insisten en ello (ver los 9,24.29): “¡Nosotros sabemos!...”. El sanado, por el contrario, ahora capaz de enfrentarlos con un argumento definitivo que ellos también deberían saber: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha” (9,31). Por lo tanto, dentro de esta lógica simple, Jesús no es un pecador sino más bien todo lo contrario, uno que está en sintonía con el proyecto de Dios. Lo sucedido saca a la luz dos posiciones opuestas ante Jesús: • La del sanado, quien no se comporta de manera habitual (no es común en el evangelio que el relato de un milagro se detenga en lo que sucede después: como el sanado se interesa por aquél que lo curó). Por el contrario, para él la curación es un “signo” que lo lleva lejos, que le lleva a descubrir la identidad más profunda de quien lo obró: Jesús, de quien admite que tiene relación especial con Dios. Precisamente por pensar de esta manera recibe enseguida la etiqueta: “Tú eres discípulo de ese hombre” (9,28). • La de las autoridades religiosas, quienes teniendo más argumentos válidos para rechazar a Jesús y apelan más bien al autoritarismo: reaccionan con violencia expulsando a este hombre de la sinagoga. Su posición ante Jesús se endurece. Sucede lo que hoy llamamos: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Las cartas están puestas sobre la mesa, parece que ya no hay nada que discutir. 6. Jesús va al encuentro del sanado por segunda vez (9,35-38) Vamos llegando a la cumbre del relato. Recordemos que cuando el ciego volvió de la piscina de Siloé, donde recuperó la vista, ya no encontró a Jesús. Sin embargo, durante los episodios anteriores hemos visto cómo la persona de Jesús siempre ha estado en su mente y cómo, por todos los interrogatorios a que sido sometido -interrogatorios que lo han presionado para que tome una posición definida ante la identidad de Jesús-, el rostro de Jesús se le ha ido volviendo más claro y luminoso. Y, precisamente, por declarar abiertamente quién es Jesús, este pobre hombre ha sido expulsado de su comunidad. (1) Encontrar…El ciego-mendigo de nacimiento queda desvalido, sin el apoyo de su comunidad de fe. Jesús entonces, por segunda vez, entra en acción: sale a su encuentro (el texto dice explícitamente: “encontrándolo”, 9,35). La primera vez había sido en su situación negativa de la ceguera, ahora lo hace en su nueva situación negativa del aislamiento social por causa de Jesús. Esta vez los dos sostienen un breve pero intenso diálogo. El terreno se ha venido preparando progresivamente. Vimos que aunque no lo “ve” físicamente, el que era ciego ha aprendido del “ver” de la fe: sabe bien quién es Jesús. (2) Reconocer…Pero falta un paso. Para darlo, Jesús lo ayuda con una palabra revelatoria, haciéndolo capaz de ver más a fondo.Jesús se le revela como el “Hijo del hombre”. No lo afirma de una vez, lo lleva a descubrirlo mediante la didáctica de la pregunta: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?” (9,35). Este título es profundo: Jesús se le está revelando como el Hijo de Dios encarnado, como aquel que no ha venido a la tierra en el esplendor de la gloria (ver Daniel 7,13) sino en la humana sencillez y como aquel que está a punto de ser exaltado en la Cruz (ver Juan 3,14; 6,35; 12,23.34).Quizás este Jesús que ahora tiene al frente –con el cual está hablando (9,37)- no sea físicamente como se lo había imaginado, sin embargo a estas alturas del proceso de fe ya está bien formado para acogerlo porque sabe de su identidad más profunda. Ahora se resuelve el suspenso para el ciego-mendigo que fue sanado: “Le has visto, el que está hablando contigo, ése es” (9,37). (3) AdorarEl sanado afirma que cree en Jesús (9,38a) –sellando así su reconocimiento- y se postra ante él (9,39b), un gesto de respeto y entrega con el cual admite estar ante divinidad.Esta postración en el suelo, a los pies de Jesús, es el momento culminante de este encuentro salvífico. La fe se expresa exteriormente y el conocimiento se vuelve adoración prolongada. En todo este arco de la historia narrada, mediante la curación y en el saber conducirlo a la fe, Jesús ha sido para este hombre –que es nuestro modelo- luz y cada vez más luz. El ciego recobró la vista inmediatamente, pero la luz de la fe fue gradual: “no se” (9,12); “es un profeta” (9,17), “viene de Dios” (9,33); “Creo, Señor” (9,38). De esta manera el ciego de nacimiento no sólo abrió los ojos, sino que también descubrió una ruta definida para su existencia: la persona de Jesús de Nazaret, el Verbo Encarnado que su amor “hasta el fin” lo conduce hasta el Padre. En fin, siendo la luz del mundo (8,12; 9,5), Jesús le concedió el don de la vista al ciego de nacimiento acompañado del don de la luz (iluminación) en orden a la contemplación de la realidad divina (sugerimos ver también Hebreos 6,4-5, ¡un texto bautismal tremendo!). 7. Jesús “cara a cara” con los fariseos (9,39-41).El encuentro de Jesús con el ciego de nacimiento ha sido un encuentro salvífico: “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios” (Juan 3,17-18; ver 12,47). Al llegar a la conclusión del relato escuchamos a Jesús decir que vino para un juicio: “Para un juicio he venido a ese mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos” (9,39). El “juicio” aquí tiene que ver con la separación relacionada con las dos posturas extremas que toman ante Jesús y las consecuencias (que no dan lo mismo) de cada una de ellas. Al fin y al cabo, a diferencia de lo dicho a Nicodemo en Jn 3,19 (“Y el juicio está en que vino la luz al mundo y los hombres amaron más tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”), el problema tiene que ver con el hecho de que Jesús no se presente con un gran poder que suscite el estupor, así esperaban las autoridades al Mesías. En cambio, la presencia humilde de Verbo Encarnado divide a la gente: • Unos lo acogen y aceptan su ayuda, se dejan abrir los ojos y –por esta vía- llegan a conocer plenamente la realidad.• Otros lo rechazan, creen saber todo acerca de él y se vuelven –también por esta vía- verdaderamente ciegos. Los fariseos se atribuyen a sí mismos irónicamente la segunda clasificación: “¿Es que también nosotros somos ciegos?” (9,40; la pregunta no necesita respuesta). Por su parte, Jesús califica su actitud de “pecado”: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’, vuestro pecado permanece” (Notemos los dos verbos: sí lo “tienen” y “permanece”, 9,41). Entre más visible se hace la realidad por medio del caminar iluminador con Jesús, tanto más grave se vuelve la ceguera de quien quiere no aceptar su pecado. Como ya vimos, Jesús había sido tildado de “pecador” por parte de los peritos en asuntos de religión (ver 9,16.24). Ahora es el mismo Jesús quien define la actitud de los fariseos como “pecado” (9,41, dos veces). Jesús les responde en los mismos términos en que se expresaron de él, y estos sí que están en tinieblas. En definitiva, pretender saber todo sobre Dios y sobre el mundo es rechazar la luz que viene de Dios y esto es, evidentemente, contra la voluntad misma de Dios, es decir, es pecado: “Pero como decís ‘vemos’ vuestro pecado permanece” (9,41). Por eso la verdadera falta contra Dios es la de los fariseos y no la del ciego de nacimiento, como se quiso afirmar al inicio de esta historia (su ceguera sería causa de un pecado; ver 9,3). Por el contrario el ciego de nacimiento, ahora con plena visión, está en la situación requerida por Dios para experimentar su misericordia y hacer una experiencia de salvación. Los papeles se han invertido: “los que no ven, ven; y los que ven (o creen ver) se vuelven ciegos” (cfr. 9,39). Habiendo llegado a este punto, Jesús mira cara a cara al lector del Evangelio y lo interpela: “¿En qué situación está Usted?”, “¿Se considera Usted un vidente o se siente llamado a vivir un encuentro conmigo como lo hizo el ciego de nacimiento?”. 8. Releamos el evangelio con los Padres de la Iglesia Con san Efrén y san Agustín volvamos sobre el relato del ciego de nacimiento y enriquezcamos la lectura con sus hondas intuiciones teológicas, espirituales y pastorales.8.1. San Efrén: El Señor “abría secretamente los ojos de otros ciegos”“No fue la piscina de Siloé la que abrió los ojos del ciego, como tampoco fueron las aguas del Jordán las que purificaron a Naamán. Fue el mandamiento del Señor la que hizo todo. Más aún, no fue el agua de nuestro bautismo la que nos purificó, sino los nombres que fueron pronunciados sobre ella.Ungió sus ojos con lodo para que los judíos limpiasen la ceguera de su corazón. Cuando el ciego partió por en medio de la multitud y preguntó ‘¿Dónde queda Siloé?’, llevaba a la vista de todos el lodo untado en sus ojos. Las personas lo interrogaban y él les daba la información; luego ellas lo seguían para ver si sus ojos continuaban abiertos.Aquellos que veían la luz material eran guiados por un ciego que veía la luz del espíritu y, en su noche, el ciego era guiado por aquellos que veían exteriormente, pero que estaban espiritualmente ciegos. El ciego lavó la lama de sus ojos y se vio a sí mismo. Nuestro Señor abría secretamente los ojos de muchos otros ciegos. Aquel ciego fue una bella e inesperada suerte para nuestro Señor: a través de él, adquirió numerosos ciegos que de esta manera también curó de la ceguera del corazón”. (San Efrén, “Diatessaron”, 16, 29-30)8. 2. San Agustín: Purificados en aquél que fue “Enviado”“Todos los portentos y maravillas que nuestro Señor Jesucristo realizó, son al mismo tiempo obras y palabras: • obras, porque fueron hechas; • palabras, porque son señales.Por tanto, si reflexionamos sobre le sentido de lo que Jesús hizo, este ciego es todo el género humano.De hecho, debido al pecado, esta ceguera ya afectó al primer hombre del cual deriva para todos el origen no sólo de la muerte, sino también de la iniquidad (…).Vino el Señor, ¿y qué hizo? Nos propuso un gran misterio. Escupió en la tierra, y con su saliva hizo lodo. Porque ‘el Verbo se hizo carne’. Y con el lodo ungió los ojos del ciego, el cual, a pesar de estar ungido, todavía no veía. Entonces lo mandó a la piscina de Siloé. El evangelista tuvo cuidado de explicarnos el nombre de esta piscina diciendo que su nombre significa ‘Enviado’. Vosotros ya sabéis quién es el Enviado. Porque si Él no hubiera sido enviado ninguno de nosotros habría sido rescatado de la iniquidad. El ciego, lavó los ojos en la piscina cuyo nombre quiere decir ‘Enviado’, por tanto fue bautizado en Cristo. Si, por tanto, Cristo lo iluminó cuando de algún modo lo bautizó en sí mismo, tal vez se pueda decir que cuando le ungió los ojos lo hizo catecúmeno”. (San Agustín, “Comentario del Evangelio de Juan”, 44,1.2) 9. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazónTodos tenemos algo que ver con el ciego de nacimiento: los bautizados recibieron como Él el don bautismal de la Luz para ver y oír y vivir la vida divina; los catecúmenos en esta Cuaresma lo recibirán. Todos tenemos que ver con el enviado: Él es único envido de Padre para hacer su “obra”, nos corresponderá continuar su obra (20,21). 9.1. ¿Cómo podemos relacionar el episodio que nos narra el evangelio de hoy con nuestra vida bautismal? 9.2. El ciego de nacimiento hizo un proceso bien claro que lo llevó a recobrar la vista física pero sobre todo la fe. ¿Cuál es mi proceso de fe? ¿Qué pasos he dado? ¿En qué punto me encuentro?9.3. En mi proceso de fe, ¿Qué hago concretamente y que hacemos en la familia y la comunidad para aclarar cada vez más la identidad de Jesús? ¿Cómo es nuestro acercamiento a la Palabra de Dios? 9.4. ¿Descubro con facilidad el actuar salvífico de Dios en mi vida? ¿Me queda más fácil tener una mirada negativa? ¿Cómo constato diariamente en mi vida y en la vida de los demás la obra de Dios? 9.5. El ciego curado, cuando descubrió quién era Jesús lo adoró. ¿Sé reconocer que todo lo positivo que me sucede viene de Dios? ¿Cuál es mi actitud al constatar esto?P. Fidel Oñoro, cjmCentro Bíblico del CELAM“Él lavó sus ojos en la piscina del ‘Enviado’,Él fue bautizado en el Cristo” (San Agustín)Anexo 1Pistas para las otras lecturas del DomingoSumario: La apertura de los ojos es el tema central de las lecturas de hoy. Buscando un nuevo rey para Israel, el profeta Samuel descubre que los caminos de Dios no son como los de los hombres: los hombres aprecian la apariencia, en cambio el Señor se fija en el corazón. Pablo invita a los cristianos a salir de las tinieblas y a dejarse iluminar por Cristo. En el Evangelio, Jesús abre los ojos de un ciego, en sentido propio y en sentido figurado.En este tiempo de Cuaresma, pidámosle al Señor que nos abra los ojos para que descubramos la salvación que nos ofrece.Primera lectura: 1ª Samuel 16, 1b.6-7-10-13aSaúl no fue un buen rey. Dios lo destituyó para escoger uno mejor: David.Escrito mucho tiempo después de los acontecimientos, este pasaje del libro de Samuel es una meditación sobre Dios, el Buen Pastor. Es Él el verdadero guía de su pueblo. El rey es su lugarteniente.La elección de Dios recae sobre un pequeño pastor de Belén. No es el más grande, no es el más fuerte de los hijos de Jesé. Es el último, el más joven, aquel que normalmente no debería ser escogido. Pero la elección de Dios no es la de los hombres. Dios no mira la apariencia, sino el corazón. Dios ve el corazón y en él derrama su Espíritu (1 Samuel 16,13). En el lenguaje bíblico, el corazón es la sede la voluntad y del coraje. A David no le falta coraje, el resto del libro lo va a demostrar.El destaque que se hace de la belleza de David no es anecdótico. Según la ideología real de la época, el rey es necesariamente bello. Su belleza es el signo de que Dios lo predestinó para asumir el trono. Y aún cuando no fuera así, el texto bíblico se encargará de embellecerlo.Dios invita al profeta a darle al pequeño pastor de Belén la unción real. Le da al futuro rey algo de sí mismo: su Espíritu. Los Padres de la Iglesia ven en este texto un anuncio de Cristo. Aquél que será el Rey-Mesías, el verdadero pastor de su pueblo. Sobre Él reposará en plenitud el Espíritu de Dios.Salmo responsorial: Salmo 23, 1-3ª.3b-4-6Este Salmo tiene todas las cualidades comprimidas a la máxima brevedad, lo cual facilita la lectura integral.Las tres primeras estrofas desarrollan imágenes pastorales: hierba fresca, agua, camino. El bastón en la mano, el pastor defiende y guía a su rebaño.Este buen pastor es Dios. Para nosotros los cristianos, toma el rostro de Jesús: “Yo soy el buen pastor. Yo conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre. Yo doy mi vida por las ovejas” (Juan 10,14-15). Él es un buen pastor sobre los caminos de esta vida, pero también para dirigirnos más allá de “los valles de muerte”.Las dos últimas estrofas desarrollan la idea del anfitrión que recibe a su invitado al banquete. Según los ritos de acogida oriental, el anfitrión le ofrece a su amigo una unción de perfume y una copa rebosante de vino. En esta mesa, así como en los prados de hierba fresca, no hay espacio para el miedo. El enemigo es puesto en su lugar.En la última estrofa, el pastor y el amigo le ceden su espacio a otros dos guías que se llaman “bondad” (“Tov”, en hebreo: las cosas buenas) y “gracia” (“Hésed”, en hebreo: el amor, la ternura). El salmista se deja guiar hacia el Templo, casa del Señor, donde desea habitar para siempre.Al orar esta estrofa, un cristiano desea habitar para siempre en la casa del Padre. Le da un sentido pleno al agua y a la mesa acogedora, viendo allí los signos sacramentales. Por el Bautismo, Cristo, el Buen Pastor, hace revivir a los hombres todos estos dones. Por su copa desbordante, los nutre y le da un anticipo de la cena festiva a la cual los convida en la casa del Padre.Segunda lectura: Efesios 5,8-14El bautismo ha creado una situación nueva en el cristiano, quien, en el Señor, se ha convertido en luz. La expresión de Pablo es muy fuerte: ser “hijo de la luz” es una forma técnica de referirse a la divinización.Este estado nuevo se opone a la situación anterior marcada por las tinieblas. La oposición entre la luz y las tinieblas está presente en el contexto religioso del primer siglo de nuestra era.Pero si se vive un nuevo estado de vida, entonces se espera una conducta nueva.La oposición se prolonga: la luz produce fruto, las tinieblas no producen nada bueno. Este nuevo actuar supone el discernimiento. Es el término técnico “discernir” que se traduce por “saber reconocer”.Un fragmento litúrgico, parece ser un himno, parece estar por detrás del texto. El verbo que se traduce como “iluminará” –único caso en todo el nuevo testamento- significa “brillar, alumbrar” y ase aplica ante todo a los astros. De la misma forma debe ser un cristiano. Esta luz viene de Cristo.(J. S. y F. O.)Anexo 2Pistas para los animadores de la liturgia dominicalILa primera palabra de la antífona de entrada –“laetare”, o sea “Alégrate”- le dio el nombre a este Cuarto Domingo de Cuaresma. La invitación se dirige a la Iglesia, la nueva Jerusalén. La expresión de esta alegría de peregrinos que van camino hacia la patria será naturalmente distinta de la explosión festiva que la Pascua está a punto de provocar. En este Domingo, la liturgia alivia (sin anular) el ayuno de los ojos y de los oídos, típico de este tiempo: pueden usarse ornamentos rosados; está permitida una sobria ornamentación floral; la música se ejecuta con menos restricciones según el juego de los instrumentos.IIEn el centro de la liturgia del Domingo continúa la proclamación del Evangelio: hoy es episodio del ciego de nacimiento, figura de todos los bautizados y bautizados a quien Cristo ilumina por la fe y por el sacramento. Esta perspectiva sacramental es profundizada en el prefacio propio, que no conviene omitir. Sería bueno cantar también un canto de comunión apropiado que ponga en el corazón y en la boca de quienes comulgan las palabras del ciego al dar testimonio de su experiencia bautismal.IIILa luz e el gran símbolo de la catequesis bautismal que hoy la Iglesia propone: éramos diegos y el bautismo nos abrió los ojos; estábamos sin la luz de la fe y fuimos iluminados… Nada más natural que valorar este elemento en la decoración de la Iglesia. Particularmente recordamos el Bautisterio, muchas veces olvidado en medio del tempo. En este domingo podríamos ornamentarlo con ramas verdes y flores y, sobre todo, iluminarlos con velas. Después podríamos invitar a los fieles a visitar el lugar donde un día fueron iluminados.IVPara los lectores.Primera lectura: Si se lee pausadamente, sale bien. Es importante realzar las voces con diferentes tonos: narrados, Dios, Samuel, Jesé (puede usarse el mismo tono de voz para los dos últimos). Atención: “Cuando llegó a Belén y vio a Eliab, el hijo mayor de Jesé, pensó: ‘Seguramente éste es el ungido del Señor’” (aquí no se trata de una nueva voz, es la voz del narrador). Cuidado con algunas palabras como: “cuerno”, “Eliab”, “apariencias”, “úngelo”.Segunda lectura: Leer despacio y pausadamente. Descubrir los momentos en los cuales se respira y las pausas. La puntuación escrita no siempre coincide con la oral. Por ejemplo: “Busquen lo que agrada al Señor, / sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, // sino más bien repruébenlas abiertamente, // pues lo que ellos hacen en secreto, / hasta decirlo da vergüenza ///”.(V. P.)Anexo 3Para prolongar la oración y la meditaciónA veces me tapo los ojos y los oídos (Juan 9,1-41)Jesús cura al ciego de nacimiento. Obra de Duccio di Buoninsegna.“Cuando la Palabra de Dioscuestiona mi actitud,como al impío,yo me tapolos ojos y los oídos,me niegoa separarmede falsas certezas,a caminar en amor.Pero tú me tocaslos ojos y los oídos,me liberas,y me llevas a tus pies”.(Franck Widro)