domingo, 20 de diciembre de 2009

Todos los años llega la Nochebuena.

Los privilegiados cristianos que hemos tenido la suerte de nacer 2000 años después de aquella primera noche buena de Belén, nos es mucho más fácil creer en aquel pesebre y en todo lo que se le agregó después.

La historia de lo vivido ayuda a creer.
Claro que este creer es para los que oyen oyendo y ven viendo.
A igual que en aquel inicio hay quien no ve ni oye, a pesar que tiene ojos y orejas para ver y oír.

Por aquellos tiempos, el emperador Augusto, que era quién mandaba en Roma y todas sus tierras, quería que Palestina pagara tributo a cambio de la protección. Pues bien, para cobrar su tributo, Roma usó como artimaña levantar un censo, por eso José y María fueron a parar a Belén, lugar de la tribu de David, a la cual pertenecía José.

María empezó a sentir los síntomas de parto y en medio de aquel poblado que era Belén, atiborrado de gente, no encontraron lugar en posada alguna.
Fueron aparar, quizás por consejo de alguna persona de buena voluntad, a una gruta albergue para animales. De ahí la presencia de un burro y un buey y de la abundancia de paja.

En ese pesebre María comenzó su parto y también comenzó una nueva historia para la humanidad toda.
Comenzó a regir el Evangelio antes de su promulgación.
Allí se canceló un tiempo y empezó uno nuevo.
Los tiempos de la buena nueva.

Desde aquella noche que se llamó de la Natividad o Nochebuena han pasado muchísimas noches con sus costumbres y sus modalidades.
Se le fueron adosando confusos elementos paganos, veleidades de la modernidad.
A los muy estrictos esto no les gusta, a otros nos parece ver una forma de cristianizar las cosas, una manera que tiene Dios de meterse en las cosas.

Lo notable está en la renovada vigencia, en la fuerza que sigue teniendo aquel pobre pesebre, en un mundo paganizado y frívolo.
Este mundo sigue apelando a una festividad cristiana, renueva los antiguos ritos que mantuvieron la fe y la esperanza en medio de persecuciones y contiendas.

La Buena Nueva sigue en pie. Aunque es vieja, sigue siendo nueva y aunque es dada para todos, no todos alcanzan a verla y recibirla.
No se la impone a nadie. Hay que encontrarla.
Los soldados de Herodes no lo pudieron encontrar: traían la espada en sus manos y el odio en los corazones.

Pudieron si, encontrarlo, los pobres, los simples, los sabios, los solidarios.
Igual que sucede en el mundo de hoy.

¡Que poco ha cambiado el mundo!

Bernanos escribió que vino Jesús al mundo y los periodistas de su tiempo ni siquiera se enteraron. No era un chimento que valiera la plena.
No era una mala noticia. Claro que tampoco sabían que era una buena y grande noticia.

Años atrás escuché el mensaje navideño del rey de España. No se olvidó de nada de lo que hay que seguir arreglando.
Lástima que se olvidó de la persona principal. El niño del pesebre, el autor de la Navidad, ni siquiera mereció ser mencionado. Igual que hace más de 2000 años, los poderosos de aquel tiempo no se enteraron.
¡Qué poco ha cambiado el mundo!

Salvador Casadevall
salvadorcasadevall@yahoo.com.ar

REFLEXIONES DESDE LA FAMILIA..................para acompañar a vivir
Galardonado con la Gaviota de Oro-Mar del Plata 2006 Programa “Día del Niño”
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