miércoles, 30 de noviembre de 2011

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 18-22



En aquel tiempo:

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar, porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres».
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, ya su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca -y a su padre, y lo siguieron.

Compartiendo la Palabra

Hola, amigos y amigas:

La primera lectura de hoy habla de un festín de manjares suculentos y vinos de solera que Dios ofrecerá a su pueblo en su monte, donde aniquilará la muerte para siempre. Esta profecía que alimentó la esperanza de Israel se ha cumplido plenamente con la llegada del Salvador. El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús, subido en el monte, alimentando a su pueblo con los panes y los peces multiplicados y repartidos, anticipo de la comida eucarística, en la que Dios vence a la muerte para siempre.

El Adviento es tiempo de preparación para acoger la constante visita del Señor que llega a celebrar el festín de su Reino en su monte santo, el mundo entero. Para Israel no fue fácil creer en el contenido de esperanza que querían reflejar las imágenes del banquete mesiánico; los tiempos eran muy difíciles como para andar con poesías; algunos se mantuvieron fieles y otros corrieron tras seguridades inmediatas. Tuvieron que pasar muchos siglos hasta que se cumpliesen plenamente las Escrituras. De igual modo, no fue fácil para los primeros cristianos creer que Jesucristo había traído la salvación plena, por eso, Mateo les recuerda, en medio de sus dificultades cotidianas, que Jesús es la promesa cumplida y que, cada vez que se abren a su Presencia viva, es capaz de multiplicar los panes y los peces hasta que sobreabunden.

Vivimos tiempos difíciles. El hambre no ha desaparecido de nuestro mundo, al contrario, hace algunos meses lo hemos visto escandalosamente en imágenes del Cuerno de África y, a lo mejor, conocemos de cerca personas, familias y pueblos que sufren la carencia y el dolor con crudeza. Ya somos 7 millones de habitantes y los bienes están peor repartidos. También hoy, en medio de esta dura realidad, necesitamos recordar que Jesús sigue sentado junto a nosotros en su monte santo y nos invita a creer en su salvación y a poner todos nuestros dones a su servicio para que el banquete de su Reino se siga prolongando. Sólo quien cree no desespera y encuentra en el Señor el aliento necesario para seguir sacando generosamente lo mejor de sí y ponerlo al servicio de la fraternidad.

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