martes, 25 de enero de 2011

Conversiòn de San Pablo.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 16, 15-18

Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo:«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán».

Compartiendo la Palabra

Queridos hermanos:
El concepto “conversión” debe aplicarse a Pablo con cautela; él nunca se tuvo a sí mismo por un converso ni se puso por sujeto del verbo “convertirse”. Antes y después del “camino de Damasco”, él estuvo siempre entregado a la causa de Dios, tal como él en cada momento la entendía. Era un judío creyente apasionado, que se vio en la obligación de “reducir” por la violencia a correligionarios que consideró desviados de la alianza del Sinaí. Pablo persiguió a judeocristianos no en cuanto cristianos sino en cuanto judíos “inconsecuentes”; intentó purificar la sinagoga.
Ciertamente la nueva Alianza establecida por Jesús suponía mucha relativización de la antigua; la acción y enseñanza de Jesús estaba en “continuidad discontinua” con la tradición de Israel. Fue mucho progreso en poco tiempo y se necesitaba mucha clarividencia para no considerar a Jesús –crítico con muchas prácticas- como un falso profeta. Al judío Saulo esta clarividencia se le concedió algo tardíamente; pero para Dios el tiempo cuenta poco; Pablo fue conquistado por Jesús muy a tiempo.
Solemos llamar “convertidos” a quienes entran en una nueva religión (sea desde el ateísmo o desde otra creencia); pero Pablo nunca consideró haber cambiado de religión, sino haber seguido las llamadas de la gracia para crecer en su fidelidad judía. En confrontación con judíos “menos evolucionados”, él llegará a decir a los cristianos que “los verdaderamente judíos somos nosotros, los que, dando culto según el espíritu de Dios, nos gloriamos en Cristo” (Flp 3,3).
Esta es la fidelidad a que la fiesta de hoy nos invita: ser siempre creyentes practicantes, pero nunca fanáticos autosuficientes; saber que estamos en la dirección correcta, pero que no poseemos toda la verdad; ser siempre buscadores de nueva luz y no resistirnos a la llamada a cambios en la propia espiritualidad. A veces nos convendría que Dios nos tirase por tierra y nos levantase desconocidos, hechos criaturas nuevas.
En Pablo este cambio fue tan radical que se le alumbró un nuevo sistema de valores: “lo que antes era para mí ganancia, lo tengo por pérdida desde que conocí a Cristo” (Flp 3,7).Sólo personas con esas experiencias de renovación radical se lanzan a una tarea como la que emprendió Pablo, que hacia el final de sus días sintetizaba de forma autobiográfica el evangelio que hemos escuchado: “…con el poder de realizar signos y prodigios, con la fuerza del Espíritu de Dios…desde Jerusalén hasta la Iliria, y en todas las direcciones, lo he llenado todo del evangelio de Cristo” (Rm 15,19).

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