XXXIII Domingo del T. O. - Año C – 14.11.2010
Malaquías 3,19-20 / Salmo 97 / 2Tesalonicenses 3,7-12Lucas 21,5-19
Reflexiones
¿El final del mundo, o el fin (la finalidad, el sentido) del mundo? La palabra de Jesús (Evangelio) ¿es realmente anunciadora de catástrofes o más bien reveladora del misterio amoroso de la vida y del cosmos? La conclusión cercana del año litúrgico y del año civil motiva la lectura de una serie de textos bíblicos complejos, en los cuales se sobreponen niveles diferentes: la destrucción de la hermosa ciudad de Jerusalén (v. 6), guerras entre pueblos, terremotos y otras calamidades, signos grandes en el cielo que llevan a pensar que todo se va a acabar pronto (v. 9-11). Lucas utiliza tonos encendidos, ardientes, como dice el profeta Malaquías (I lectura), el cual grita contra los soberbios y los injustos, destinados a quemar como paja (v. 19); mientras, el Señor protegerá con rayos benéficos a los que honran su nombre (v. 20). El género literario ‘apocalíptico’, propio de estas lecturas, antes que causar terror, es portador de una revelación, de un mensaje de salvación. ‘Apocalipsis’, en efecto, significa ‘revelación’. Siempre, la Palabra de Dios, aun cuando es apocalíptica, ilumina, juzga, salva, consuela. Se hace más cercana en las pruebas de la vida y de la fe.La comunidad del Evangelio de Lucas (alrededor de los años 70-80) estaba sufriendo persecuciones y muerte por parte de fuerzas externas (imperio, sinagoga, tribunales..., v. 12); pero sufría también por debilidades en su interior (abandonos, traiciones, odio...), siempre por el nombre de Jesús (v. 17). Para ellos Lucas escribe estas palabras de Jesús, el cual invita a sus seguidores a cuidarse de los anuncios engañosos (v. 8); a no dejarse atemorizar por guerras y revoluciones (v. 9). Las persecuciones serán para ellos un tiempo de gracia, un kairòs, una oportunidad para dar testimonio del nombre de Jesús (v. 13), con la certeza de su asistencia especial: el Señor mismo pondrá en sus labios las palabras sabias para el momento oportuno (v. 15). Y para garantizarles eso, utiliza una imagen concreta, nada banal: hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados y son todos importantes (v. 18).¡Un Dios que ‘pierde su tiempo’ en contar nuestros cabellos! Si Dios cuida hasta los fragmentos, si pone su omnipotencia al servicio de las cosas pequeñas, si es un Padre que alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo (cf. Mt 6,26s), cuánto más tendrá cuidado de sus hijos. De ahí la invitación a los cristianos a perseverar en la prueba, aun la más dura, con la certeza del éxito final (v. 19), gracias a la ayuda perenne y providente del Padre. La historia de los mártires de todos los tiempos (algunos los recordamos en esta semana: Cecilia el 22, Agustín Pro el 23, los mártires de Vietnam el 24) demuestra la verdad y fidelidad de la palabra de Jesús. Él sostiene a los que dan testimonio de su nombre. (*)En el caos de la historia humana Dios no pierde de vista ninguna criatura. El obrero del Evangelio lo sabe, lo anuncia, se lo dice a todos, porque siente que Dios lo mira con amor y le tiende la mano. La historia de la evangelización del mundo está marcada por la presencia amorosa del Señor hacia sus hijos. Las pruebas pasan, la misión se extiende: los frutos permanecen y son signos de vida. En el campo del Señor hay lugar y trabajo para todos los que quieran. Pablo invita a los fieles de Tesalónica (II lectura) a usar sus buenas cualidades en beneficio de los demás, renunciando a una vida desordenada, sin hacer nada y sólo ocupados en curiosearlo todo (v. 11). El apóstol no duda en proponerse a sí mismo como ejemplo, ya que ha trabajado con tesón y cansancio día y noche a fin de no ser un peso para nadie (v. 8–9). ¡Una llamada de atención, ciertamente, y un modelo para todo obrero del Evangelio!
Palabra del Papa(*)
«La historia debe seguir su curso, que implica también dramas humanos y calamidades naturales. En ella se desarrolla un designio de salvación, que Cristo ya cumplió en su encarnación, muerte y resurrección. La Iglesia sigue anunciando y actuando este misterio con la predicación, la celebración de los sacramentos y el testimonio de la caridad. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación de Cristo a afrontar los acontecimientos diarios confiando en su amor providente. No temamos el futuro, aun cuando pueda parecernos oscuro, porque el Dios de Jesucristo, que asumió la historia para abrirla a su meta trascendente, es su alfa y su omega, su principio y su fin (cf Ap 1, 8). Él nos garantiza que en cada pequeño, pero genuino, acto de amor está todo el sentido del universo, y que quien no duda en perder su vida por él, la encontrará en plenitud (cf Mt 16,25)».
Benedetto XV
Mensaje en el Angelus del 18 de noviembre de 2007
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