sábado, 27 de noviembre de 2010

Domingo Primero de Adviento...


Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento.

Un año más volvemos a escuchar en nuestra Iglesia las mismas palabras: “Daos cuenta del momento en que vivís... Ya es hora de que despertéis del sueño…Dejemos las actividades de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Portémonos como en pleno día, con dignidad... Revestíos del Señor Jesucristo”. (Rom 13, 11-14).Con ello se nos advierte que es la hora apremiante de Dios, y hemos de adoptar un nuevo estilo de vida para acoger la salvación que Dios mismo nos ofrece.Adviento nos habla de esperanza. Celebrar HOY el adviento es ofrecer esperanza en un momento histórico desesperanzado. Para algunos pensadores, la historia ya no da más de sí, está estancada, estamos en el final. Son los conflictos, injusticias, amenazas y guerras que nos amenazan, la crisis económica, el nihilismo dominante. Parece que no hay esperanza en nuestro mundo.En esta situación, los creyentes nos preguntamos: “¿De dónde me vendrá mi auxilio?” Y afirmamos “Mi auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Sal. 121)Pero insistimos: ¿Por qué no hay esperanza? Probablemente por muchas razones de tipo filosófico, político, económico, cultural y social.Todo eso será verdad, pero hay un motivo más profundo, que es lo que la Palabra de Dios expresa con las palabras del salmo 146: "No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar, porque exhalan el espíritu y vuelven al polvo. Ese día perecen sus planes".La tentación del hombre moderno es la del comienzo de la Humanidad: "seréis como dioses". Pero se ha visto que esos “príncipes” eran "seres de polvo que no podían salvar", seres que, tras una efímera irradiación de poder y de gloria, "exhalan el espíritu y vuelven al polvo". Así ha sido y así ocurre: los sistemas filosóficos, sociales y políticos fallan; los grandes de la tierra mueren, las torres más altas caen, los personajes más famosos desaparecen...La conclusión es evidente: los dioses no nos salvan. El problema más grave de nuestro tiempo es el rechazo de Dios. Recordemos las palabras de Benedicto XVI en Santiago de Compostela:“Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna (cf. Jn 3,16)…¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa”.Nos preguntamos de nuevo: ¿Se acostumbrará nuestro mundo a vivir sin Dios y sin esperanza? ¿No sería esto caminar hacia la ruina total? En todo caso, los cristianos tenemos que hacer todo lo posible, con palabras verdaderas y el testimonio de una vida distinta, para que Dios vuelva a resonar en Europa, y se abran caminos de auténtica esperanza, una esperanza en la salvación plena y definitiva que no se agota en la liberación terrena.Y nosotros, en la realidad concreta de cada día, ¿dónde ponemos la esperanza de una vida realizada, tranquila y feliz? ¿Simplemente en unos buenos ingresos económicos?, ¿en la satisfacción de nuestros gustos y caprichos?¿O también nosotros hemos perdido la esperanza? Los problemas conyugales y familiares; las dificultades económicas; la falta de salud; la pérdida del puesto de trabajo; el hecho de una fe adormecida... Todo esto y otras muchas cosas pueden estar generando y manteniendo en nuestra vida una crisis de esperanza. En este caso, el Adviento puede ser la gran ocasión para abrir el corazón a la fe en el Dios que viene a iluminar nuestras tinieblas e inaugurar en el mundo su reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz".Una de las tareas más importantes que tenemos los sacerdotes consiste en ofrecer a los hombres signos de esperanza que encuentran en Cristo el gran Signo que explica toda nuestra vida y ministerio: “Cristo, nuestra esperanza”.
Julio García Velasco

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