Debo confesar que esta imagen me ha impresionado realmente. Vemos, a la izquierda, una mujer de rodillas y llorando; la cabeza inclinada hacia adelante: la sostiene sus manos. Refleja un dolor profundo, muy hondo. Es una escultura de piedra. Delante observamos la figura de un niño -podría ser niña- elaborada en cambio en vidrio, en una especie de cristal transparente. Este niño está de pie, como alzándose del suelo y con su mano izquierda tocando delicadamente la cabeza de la mujer de piedra.
Difícil poder expresar mejor el profundo arrepentimiento de una madre que ha abortado. Lo ha logrado Martin Hudáčeka, un joven escultor de Banska Bystrica (Eslovaquia). La idea surgió de un grupo de mujeres jóvenes, convencidas del valor de la vida y de las funestas consecuencias que todo aborto conlleva en el cuerpo y en el espíritu de la infeliz madre.
El monumento al “Niño no nacido” fue inaugurado el 28 de octubre 2011 por el Ministro de Salud de Eslovaquia MD. Ivan Uhliarik. Por si sirve el dato, Eslovaquia es uno de los países que al salir del comunismo ha visto reducirse su número de abortos: de 58.000 en 1988 a 19.000 en 2006. Hay que decir que también ha descendido el número de nacimientos anuales: de 83.000 a 53.000 en estos mismos años. Su legislación permite el aborto prácticamente libre hasta las 12 semanas, y es permitido a jóvenes de 16 y 17 años con permiso de sus padres. Afortunadamente el país de mayoría católica (un 70% de sus 5,4 millones de habitantes), cuenta con muchos servicios sanitarios que pertenecen a la Iglesia y en donde la mayoría de los ginecólogos se niegan a cometer abortos.
El artista ha logrado plasmar un maravilloso equilibrio entre dolor y amor; entre la agonía de la madre y el consuelo del niño; entre el arrepentimiento de ella y el perdón de él. La imagen deja en el corazón una profunda ternura hacia la madre y su hijo. Pero ¿por qué el autor quiso emplear el vidrio en el caso del niño? Tal vez para evocar el alma pura y transparente del niño no nacido que parece decirle: «Mamá, no llores más. Mírame, aquí estoy. Desde el cielo podré amarte y hacer por ti todo lo que no pude en la tierra».
Esta obra de arte transmite un mensaje claro: El abominable pecado del aborto además de matar a una criatura inocente, hiere en lo más hondo de su ser y de su dignidad a la mujer. Si el hombre -como nos recordaba tantas veces el beato Juan Pablo II- sólo se realiza en la donación de sí mismo, añadimos que en la mujer este amor es ante todo materno. Su vocación a la maternidad, tanto física como espiritual, forma parte de ella misma.
Un último detalle. Cuando mostré la foto de esta imagen a una mujer y le pedí sus observaciones, al final, para sorpresa mía, me formuló este interrogante: «¿Y dónde está el padre?»
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