Por Mons. Juan José Aguirre
Son las 5 de la mañana en Zemio, una de las once misiones de la diócesis de Bangassou, al sur de la República Centroafricana. El gu-gú de madera toca diana y su repiqueteo de tronco hueco a dos tonos llama a la comunidad de la pequeña iglesita del pueblo. Se acerca la Navidad. Para nosotros será una Navidad ambivalente: Navidad de cal y Navidad de arena.
Llevo diez días recorriendo algunas de las 300 pequeñas comunidades que tiene la diócesis animándolas a vivir las fiestas con alegría a pesar de las amarguras de la vida.
Esta diócesis de 125.000 Km2 es muy pobre (la República Centroafricana es el segundo país por la cola en el ranking del Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas), aislada del resto del país por pistas de selva sin asfaltar, a veces impracticables. La esperanza de vida al nacer es de apenas 40 años. Toda esta zona es un inmenso campo de refugiados y desplazados.
En estos días me he movido por pistas en la selva, entre 250 y 300 kilómetros, acompañado por una representación de la parroquia, sin escolta militar, a pesar de que los ataques de los rebeldes del Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en siglas inglesas) son frecuentes. Somos cuatro animadores en esta visita de evangelización. Si nos ponen para protegernos, como quieren las autoridades, dos militares armados de kalasnikoff y una ristra de balas en las cartucheras, la magia de la proclamación del mensaje de la paz de Dios se rompe como un cristal antes de abrir la boca.
Llevo diez días en la zona de Zemio leyendo, en las capillas de paja y barro, el Evangelio, charlando, rezando y haciendo una lista de razones para la esperanza. Les digo que el milagro de Navidad es precisamente el de un Niño que saldrá victorioso a pesar de nacer en un olvidado portal de Belén. Ese niño debe llenar nuestra vida de alegría. Pero la gente mira al suelo y me dice que ponga los pies en la tierra y que el frío y la inseguridad del portal de Belén son a su vez el símbolo de las palizas impresionantes que lleva recibiendo este pueblo zande desde hace cinco años.
Su reacción es una cruda bofetada de realidad. La verdad es que más de la mitad de la diócesis, justamente Zemio está en el centro de esa zona, está "ocupada". Los rebeldes del LRA nos han invadido, han robado y sembrado la desolación y el miedo, han matado, violado y raptado jóvenes por centenares, y nos han hecho la vida casi imposible.
Es tremendamente agridulce hablar aquí de Navidad. Todo el camino está jalonado de cabañas en estado precario, techos de paja, lonas de plástico duro con el logotipo del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, chozas de quita y pon, abrevaderos y toldos azules para los desplazados a causa de la inseguridad de la región.
Aquí Jesús en la cuna aparece ya crucificado. Es la cara y la cruz de nuestra presencia en la diócesis de Bangassou. Gozo y miseria agarrados de la mano. Jesús de Navidad en todo su esplendor pero recostado sobre pajas nauseabundas. Jesús en el portal de Zemio, ciudad sitiada por la guerrilla, transida por el miedo y el recuerdo de sus niños todavía rehenes en la selva.
Intentamos dar razones de vida a gente que acaba de tener experiencias de muerte. Es Navidad, pero el campo de refugiados sigue tal cual. El catequista Pascal, hombre de Dios desde hace 30 años, me contaba ayer cómo un mísero soldado rebelde violaba a su mujer Angelina hace apenas unas semanas, a primeros de noviembre. Ella, su mujer de toda la vida, me vino a saludar con una sonrisa en los labios. Pienso que aquí en África las mujeres tienen agallas para afrontar con aplomo las experiencias más trágicas.
Selva habitada
Ayer tuvimos la Misa en un pueblo de la selva. Empezamos prontito para terminar antes del atardecer para que la gente pudiera recogerse o pasar la noche escondida en la selva antes del obligatorio toque de queda. En la iglesia no cabía un alfiler. Los cantos cercanos a la Navidad estallaron con alegría entre tambores y xilófonos de madera, una alegría, sin embargo, impregnada de tristeza, mirando de reojo la oscura espesura habitada de sombras.
Esos cantos fueron la mejor alegría que pudimos ponerle a esa Misa de parroquianos flotantes.
Vinieron algunos de los 4.500 refugiados congoleños que han pasado la frontera para huir del LRA, también ellos condenados a salvar el pellejo como pueden. Los cantos, el ritmo, la danza meditativa, la oración bulliciosa y las numerosas comuniones son el eco de la gran fe y paciencia de este pueblo.
Hace tan sólo dos meses que Zemio fue atacada por los rebeldes del LRA (Armada de Resistencia del Señor). Ese día este pueblo se convirtió en la antesala de la brutalidad y el desquiciamiento. Rebeldes que ni son un ejército, ni resisten a nada más que a su chiflada andadura, ni son del Señor, porque son simplemente unos vándalos asesinos que pisotean a esta pobre gente en la más completa impunidad. Es un grupo de chiflados que huyen por la selva de la República Democrática de Congo, la República Centroafricana y Sudán desde principios de siglo.
Entraron en un barrio de Zemio cogiendo a los gendarmes por sorpresa mientras se lavaban detrás de sus casas. Desnudos. Cuando éstos, entre los ramajes, vieron llegar a media tarde tres docenas de exaltados armados hasta los dientes, acicalados con una ristra de cascabeles mágicos "ahuyenta-balas" y gritando a todo pulmón, no se atrevieron a salir de las letrinas. El LRA arrasó el barrio como una apisonadora machaca la hierba del camino. Luego se llevaron a la fuerza a un grupo de jóvenes para hacer de porteadores y, de paso, abusaron de Angelina y de otras más…
En manos de desaprensivos
Dicen de un pueblo que cuanto más pobre es más religioso. Mi pueblo es pobre y aquí en Zemio esta regla se cumple. El pueblo autóctono con quien yo vivo desde hace 32 años es religioso por naturaleza, tiene el nombre de Dios en los labios, el nombre de sus hijos lleva implícito el nombre de Dios y para ellos acción y contemplación es un binomio unido, dos caras de la misma moneda. Los muchos que no saben leer aprenden versículos del Nuevo Testamento de memoria y los repiten como un mantra cuando la desgracia acecha.
El día en que abusaron de Angelina y el desaprensivo huyó como una comadreja en tierra quemada, ella pasó toda jornada recostada sobre su marido, la mirada perdida en la lejanía, recitando mantras para serenar su espíritu martirizado. Repetir: "no tengas miedo, que yo soy tu fortaleza" una y mil veces recargaba en su espíritu la paz que aquel sinvergüenza, ahíto de lujuria, había vaciado con la violencia.
El día a día de esta gente, que ha acogido a miles de refugiados congoleños sin pedirles papeles, sin cortapisas ni redadas policiales, que ha abierto sus casas y sus pertenencias a los sin techo de esta tierra, es muy duro. La vida de Angelina y de Pascal, es dura como una roca. Es como quien viste una camisa varias tallas más estrecha o un jersey al que se le han ido varios puntos (el de la seguridad, el de la salud, el del comer cada día, el de varios derechos fundamentales y esenciales…) y acaba deshilachándose.
Viven con menos de un euro al día pero se preparan a vivir la Navidad porque la fragilidad del Niño Dios es comparable a la suya, y las miserias compartidas se sobrellevan mejor.
El 18% de esta población está infectada de Sida. El sida comporta un reguero interminable de problemas: jóvenes que tienen por mañana un muro de hierro coronado de púas, huérfanos abandonados a su suerte, abuelas con cargas difíciles de llevar, ruptura de medicinas ARV (antirretrovirales) por robo en las aduanas del aeropuerto de la capital, Bangui… un volumen de sufrimiento que mi gente soporta con dignidad.
Torcer el destino
El año pasado fui testigo de cómo vivieron allí el día de Navidad. Después de una Misa coral supercantada, todos querían torcer el destino con gestos de amor. Los dos sacerdotes centroafricanos invitaron a la gente a continuar la fiesta fuera de la iglesia. Entonces una larga y heterogénea fila de pobres fue llevada lentamente hacia el lugar en donde la comunidad de la parroquia de Zemio había preparado para ellos la comida de Navidad. Las tres religiosas franciscanas latinoamericanas estaban también en primera fila. La fe concretizada en ágape.
Habían arañado en sus bolsillos y comprado carne de mono y antílope. Prepararon un sencillo menú del día porque querían vivir su fe dando de comer a los que menos suerte han tenido en la vida. En Centroáfrica hemos llegado a un nivel de pobreza nunca conocido antes. La presencia de numerosos organismos humanitarios no ha conseguido parar el efecto dominó que la crisis económica mundial provoca en África. Además, nos parece que muchos de estos organismos vienen a servirse antes que a servir. Para más de uno el LRA es un negocio.
La pobreza afecta a la mayoría de los 3,7 millones de habitantes del país, desigualmente repartidos en un territorio de 623.000 Km2. En la fila hay mendigos, desfigurados por la lepra, desahuciados en el corredor de la muerte de la fase terminal de sida, tocados por la demencia senil, huérfanos y viudas, cojos y amputados por el abuso de la caza furtiva con escopetas caseras, ancianos y desvalidos, desdentados y tuertos, pacíficos recalcitrantes en la mala suerte, madres solteras y viejecitas abandonadas debajo de un árbol… La flor y nata de la desventura humana se dio cita en esta comida de Navidad en Zemio, entrada libre para más de 100 comensales.
Se preparó debajo de un frondoso mango con la alegría del que vive su fe cristiana a través de Mateo 25: "Tuve hambre y me disteis de comer". Fue seguramente el único día del año en que este montón de viejitos, desgraciados y dementes pudieron comer a discreción. Zafarrancho de amor en lugar de zafarrancho de supervivencia. Y después de la barra libre de limonada, todos sacaron una bolsita de plástico para recoger los restos y rebañar los fondos de las marmitas. Por una vez, es Navidad: ¡viva la abundancia!
Mons. Juan José Aguirre. Desde Bangassou (R. Centroafricana)
Llevo diez días recorriendo algunas de las 300 pequeñas comunidades que tiene la diócesis animándolas a vivir las fiestas con alegría a pesar de las amarguras de la vida.
Esta diócesis de 125.000 Km2 es muy pobre (la República Centroafricana es el segundo país por la cola en el ranking del Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas), aislada del resto del país por pistas de selva sin asfaltar, a veces impracticables. La esperanza de vida al nacer es de apenas 40 años. Toda esta zona es un inmenso campo de refugiados y desplazados.
En estos días me he movido por pistas en la selva, entre 250 y 300 kilómetros, acompañado por una representación de la parroquia, sin escolta militar, a pesar de que los ataques de los rebeldes del Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en siglas inglesas) son frecuentes. Somos cuatro animadores en esta visita de evangelización. Si nos ponen para protegernos, como quieren las autoridades, dos militares armados de kalasnikoff y una ristra de balas en las cartucheras, la magia de la proclamación del mensaje de la paz de Dios se rompe como un cristal antes de abrir la boca.
Llevo diez días en la zona de Zemio leyendo, en las capillas de paja y barro, el Evangelio, charlando, rezando y haciendo una lista de razones para la esperanza. Les digo que el milagro de Navidad es precisamente el de un Niño que saldrá victorioso a pesar de nacer en un olvidado portal de Belén. Ese niño debe llenar nuestra vida de alegría. Pero la gente mira al suelo y me dice que ponga los pies en la tierra y que el frío y la inseguridad del portal de Belén son a su vez el símbolo de las palizas impresionantes que lleva recibiendo este pueblo zande desde hace cinco años.
Su reacción es una cruda bofetada de realidad. La verdad es que más de la mitad de la diócesis, justamente Zemio está en el centro de esa zona, está "ocupada". Los rebeldes del LRA nos han invadido, han robado y sembrado la desolación y el miedo, han matado, violado y raptado jóvenes por centenares, y nos han hecho la vida casi imposible.
Es tremendamente agridulce hablar aquí de Navidad. Todo el camino está jalonado de cabañas en estado precario, techos de paja, lonas de plástico duro con el logotipo del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, chozas de quita y pon, abrevaderos y toldos azules para los desplazados a causa de la inseguridad de la región.
Aquí Jesús en la cuna aparece ya crucificado. Es la cara y la cruz de nuestra presencia en la diócesis de Bangassou. Gozo y miseria agarrados de la mano. Jesús de Navidad en todo su esplendor pero recostado sobre pajas nauseabundas. Jesús en el portal de Zemio, ciudad sitiada por la guerrilla, transida por el miedo y el recuerdo de sus niños todavía rehenes en la selva.
Intentamos dar razones de vida a gente que acaba de tener experiencias de muerte. Es Navidad, pero el campo de refugiados sigue tal cual. El catequista Pascal, hombre de Dios desde hace 30 años, me contaba ayer cómo un mísero soldado rebelde violaba a su mujer Angelina hace apenas unas semanas, a primeros de noviembre. Ella, su mujer de toda la vida, me vino a saludar con una sonrisa en los labios. Pienso que aquí en África las mujeres tienen agallas para afrontar con aplomo las experiencias más trágicas.
Selva habitada
Ayer tuvimos la Misa en un pueblo de la selva. Empezamos prontito para terminar antes del atardecer para que la gente pudiera recogerse o pasar la noche escondida en la selva antes del obligatorio toque de queda. En la iglesia no cabía un alfiler. Los cantos cercanos a la Navidad estallaron con alegría entre tambores y xilófonos de madera, una alegría, sin embargo, impregnada de tristeza, mirando de reojo la oscura espesura habitada de sombras.
Esos cantos fueron la mejor alegría que pudimos ponerle a esa Misa de parroquianos flotantes.
Vinieron algunos de los 4.500 refugiados congoleños que han pasado la frontera para huir del LRA, también ellos condenados a salvar el pellejo como pueden. Los cantos, el ritmo, la danza meditativa, la oración bulliciosa y las numerosas comuniones son el eco de la gran fe y paciencia de este pueblo.
Hace tan sólo dos meses que Zemio fue atacada por los rebeldes del LRA (Armada de Resistencia del Señor). Ese día este pueblo se convirtió en la antesala de la brutalidad y el desquiciamiento. Rebeldes que ni son un ejército, ni resisten a nada más que a su chiflada andadura, ni son del Señor, porque son simplemente unos vándalos asesinos que pisotean a esta pobre gente en la más completa impunidad. Es un grupo de chiflados que huyen por la selva de la República Democrática de Congo, la República Centroafricana y Sudán desde principios de siglo.
Entraron en un barrio de Zemio cogiendo a los gendarmes por sorpresa mientras se lavaban detrás de sus casas. Desnudos. Cuando éstos, entre los ramajes, vieron llegar a media tarde tres docenas de exaltados armados hasta los dientes, acicalados con una ristra de cascabeles mágicos "ahuyenta-balas" y gritando a todo pulmón, no se atrevieron a salir de las letrinas. El LRA arrasó el barrio como una apisonadora machaca la hierba del camino. Luego se llevaron a la fuerza a un grupo de jóvenes para hacer de porteadores y, de paso, abusaron de Angelina y de otras más…
En manos de desaprensivos
Dicen de un pueblo que cuanto más pobre es más religioso. Mi pueblo es pobre y aquí en Zemio esta regla se cumple. El pueblo autóctono con quien yo vivo desde hace 32 años es religioso por naturaleza, tiene el nombre de Dios en los labios, el nombre de sus hijos lleva implícito el nombre de Dios y para ellos acción y contemplación es un binomio unido, dos caras de la misma moneda. Los muchos que no saben leer aprenden versículos del Nuevo Testamento de memoria y los repiten como un mantra cuando la desgracia acecha.
El día en que abusaron de Angelina y el desaprensivo huyó como una comadreja en tierra quemada, ella pasó toda jornada recostada sobre su marido, la mirada perdida en la lejanía, recitando mantras para serenar su espíritu martirizado. Repetir: "no tengas miedo, que yo soy tu fortaleza" una y mil veces recargaba en su espíritu la paz que aquel sinvergüenza, ahíto de lujuria, había vaciado con la violencia.
El día a día de esta gente, que ha acogido a miles de refugiados congoleños sin pedirles papeles, sin cortapisas ni redadas policiales, que ha abierto sus casas y sus pertenencias a los sin techo de esta tierra, es muy duro. La vida de Angelina y de Pascal, es dura como una roca. Es como quien viste una camisa varias tallas más estrecha o un jersey al que se le han ido varios puntos (el de la seguridad, el de la salud, el del comer cada día, el de varios derechos fundamentales y esenciales…) y acaba deshilachándose.
Viven con menos de un euro al día pero se preparan a vivir la Navidad porque la fragilidad del Niño Dios es comparable a la suya, y las miserias compartidas se sobrellevan mejor.
El 18% de esta población está infectada de Sida. El sida comporta un reguero interminable de problemas: jóvenes que tienen por mañana un muro de hierro coronado de púas, huérfanos abandonados a su suerte, abuelas con cargas difíciles de llevar, ruptura de medicinas ARV (antirretrovirales) por robo en las aduanas del aeropuerto de la capital, Bangui… un volumen de sufrimiento que mi gente soporta con dignidad.
Torcer el destino
El año pasado fui testigo de cómo vivieron allí el día de Navidad. Después de una Misa coral supercantada, todos querían torcer el destino con gestos de amor. Los dos sacerdotes centroafricanos invitaron a la gente a continuar la fiesta fuera de la iglesia. Entonces una larga y heterogénea fila de pobres fue llevada lentamente hacia el lugar en donde la comunidad de la parroquia de Zemio había preparado para ellos la comida de Navidad. Las tres religiosas franciscanas latinoamericanas estaban también en primera fila. La fe concretizada en ágape.
Habían arañado en sus bolsillos y comprado carne de mono y antílope. Prepararon un sencillo menú del día porque querían vivir su fe dando de comer a los que menos suerte han tenido en la vida. En Centroáfrica hemos llegado a un nivel de pobreza nunca conocido antes. La presencia de numerosos organismos humanitarios no ha conseguido parar el efecto dominó que la crisis económica mundial provoca en África. Además, nos parece que muchos de estos organismos vienen a servirse antes que a servir. Para más de uno el LRA es un negocio.
La pobreza afecta a la mayoría de los 3,7 millones de habitantes del país, desigualmente repartidos en un territorio de 623.000 Km2. En la fila hay mendigos, desfigurados por la lepra, desahuciados en el corredor de la muerte de la fase terminal de sida, tocados por la demencia senil, huérfanos y viudas, cojos y amputados por el abuso de la caza furtiva con escopetas caseras, ancianos y desvalidos, desdentados y tuertos, pacíficos recalcitrantes en la mala suerte, madres solteras y viejecitas abandonadas debajo de un árbol… La flor y nata de la desventura humana se dio cita en esta comida de Navidad en Zemio, entrada libre para más de 100 comensales.
Se preparó debajo de un frondoso mango con la alegría del que vive su fe cristiana a través de Mateo 25: "Tuve hambre y me disteis de comer". Fue seguramente el único día del año en que este montón de viejitos, desgraciados y dementes pudieron comer a discreción. Zafarrancho de amor en lugar de zafarrancho de supervivencia. Y después de la barra libre de limonada, todos sacaron una bolsita de plástico para recoger los restos y rebañar los fondos de las marmitas. Por una vez, es Navidad: ¡viva la abundancia!
Mons. Juan José Aguirre. Desde Bangassou (R. Centroafricana)