Jesús pide conversión, es una de sus primeras palabras, Juan pedía también conversión,
¿hablan de la misma conversión Jesús y Juan el Bautista?.Conversión puede significar “dejar de hacer daño”, también “decidirnos a hacer el bien” en nuestra vida. De lo primero habló el Bautista al anunciar que Jesús “viene a quitar nuestro pecado”, el daño que realizamos. Hoy Jesús nos pide la conversión como hacer el bien en nuestra vida. Es ciertamente más positivo, supone aceptar la conversión del Bautista y sobre todo asumir la que Jesús nos va a proponer.
¿Cómo realizar nuestra conversión? Los seres humanos no somos iguales, difícil presentar modelos que podamos asumir todos, tenemos características que nos asemejan y muchas también que nos diferencian: el marco genético, la familia en que nacemos, el medio social, la cultura... son condicionantes que inciden profundamente en nuestra personalidad. Cada uno escogemos un camino, una manera de realizarnos en la vida.
¿Podemos seguir nosotros en este siglo XXI los modelos de conversión que nos ofrecen en sus vidas estos dos grandes profetas de Dios? Juan el Bautista y Jesús eran seres humanos auténticos, eran muy diferentes, lo fueron sus vidas, lo son también las nuestras.
Juan el Bautista optó por preparar la venida del Mesías. Sabemos poco de su vida, austera, que mereció los mayores elogios de Jesús, predicaba junto al Jordán, llamaba a dejar el pecado y bautizaba como signo externo a quienes decidían dejar su vida de pecado. Muchos han seguido este modelo de conversión.
¿Podremos asumir a Jesús como modelo para nuestras vidas? Dios al encarnarse, al hacerse hombre, uno de los misterios más profundos de nuestra fe, quiso nacer en la familia de María y José. Él tuvo, como nosotros, unos genes que incidieron en su personalidad, vivió en un pueblo, en un momento histórico, trabajó durante su vida, era el “hijo del carpintero”, recibió una cultura, fue un hombre de su tiempo. Hijo de Dios fue un verdadero hombre, a veces lo olvidamos, le gustaba llamarse “el Hijo del Hombre”, tuvo indudablemente su personalidad.
¿Podremos imitarle nosotros para seguirle? Muchos han seguido a Jesús, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa de Calcuta...y otros que nosotros hemos conocido, todos con personalidad muy diferente recorrieron en sus vidas diversos caminos, pero asumieron para vivir motivaciones, valores de Jesús, que fue el ideal de sus vidas.
La conversión que nos pide Jesús, su seguimiento, implica el asumir valores inconfundiblemente suyos, que suponga el que en nuestras vidas se manifieste nuestra fidelidad a la Buena Noticia de Jesús a quien hemos decidido seguir.
La verdad en nuestra vida a la que podemos aspirar cada uno de nosotros, tendrá matices concretos, matices muy personales que han de extenderse al mundo de nuestro pensamiento, de nuestra afectividad. Nuestras creencias, nuestra religiosidad han de estar plenamente comprometidas con la vivencia de la verdad de nuestra vida. Verdad que ha de ser autenticidad, honradez, generosidad...La búsqueda de la verdad habremos de realizarla con plena libertad para ir configurando en nosotros mismos la norma de conducta que ha de regir nuestro pensar, nuestro actuar, toda nuestra vida, es la norma que se ha venido en llamar conciencia, que nos señala la verdad de nuestro vivir. Así es como Dios quiere que actuemos, siguiendo los valores, los ideales de la vida de Jesús, asumidos por cada uno de nosotros. Así enseñó Él a vivir a los suyos.La gran pregunta siempre abierta será, qué representa Jesús, quién es Jesús para mi, qué valores puedo asumir de su vida.
A Jesús le conocemos en los evangelios, estos libros maravillosos, escritos para las primeras comunidades cristianas a los pocos años de su muerte. Difícil presentar su persona en dos palabras.Jesús vivió ante todo la cercanía de Dios, el Padre era su primer amor.
Vivió plenamente los problemas de las gentes con las que convivía, se acercó primordialmente a los pobres, a los que sufrían, a los desgraciados de este mundo, Él anunció así sus preferencias, fue misericordioso, tuvo compasión, curaba sus males, perdonaba sus pecados.
Vivió la amistad con personas de toda condición social, pobres y ricos, hombres y mujeres, era luz que iluminaba sus vidas. Las gentes le seguían. Escogió unos discípulos, era su amigo y maestro, confiaba en ellos como seguidores de su mensaje, la Buena Noticia de Dios, lo que Él ll amó “el Reino de Dios”, una manera de vivir como hermanos, hijos del mismo Padre.
Jesús murió ajusticiado por ser fiel a su palabra, a sus valores.
Qué asumir de Jesús, es nuestra decisión, la decisión más personal ante la lectura del Evangelio. Es en verdad asunto nuestro, que nosotros hemos de decidir. Nuestra mejor ayuda, el apoyo fundamental para definir y para vivir nuestra conversión, nuestro seguimiento a Jesús, será la seguridad, la fe de que Jesús no es un difunto, Jesús resucitado vive presente en nuestra vida, acompañándonos a vivir, comunicándonos su Espíritu constantemente, respetando nuestra libertad, su presencia en todos los acontecimientos y situaciones es la fuerza diaria de nuestra esperanza.
Si queremos hacer nuestro el espíritu de conversión permanente que nos pide Jesús, hemos de vivir nuestra conversión en comunidades cristianas, así lo hicieron sus primeros seguidores, así vivían abiertos al Espíritu de Jesús.Nuestra sociedad espera también el testimonio de conversión de las comunidades cristianas, el testimonio colectivo de “los cristianos” para aceptar como verdadera y actual la Buena Noticia de Jesús, que mundo necesita escuchar y ver realizada.
Por todo ello, en un mundo globalizado, nuestra conversión ha de tener un carácter colectivo, deberemos integrarnos en el esfuerzo de toda la comunidad humana, de toda la humanidad en búsqueda de una verdadera fraternidad, es el destino último de nuestra vida al que nos abrió Jesús.
Busquemos la verdad de nuestra vida, sigámosla y no nos quede duda, el seguir los ideales de Jesús, el hacerlos nuestros, el seguir su palabra será el camino más seguro, Él nos dijo que Él es EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.
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