Jesucristo es el Salvador.
Para salvarse es necesaria una vida moral buena y una ayuda divina. Jesús no expone su doctrina moral en el orden con que la estudiamos en los libros. Sus enseñanzas surgen en discursos muy variados y como respuesta a cuestiones que le plantean.
A pesar de este modo de enseñar, su doctrina moral es concreta y clara. El encuentro con el llamado joven rico es muy significativo de la nueva moral cristiana:«Cuando salía para ponerse en camino, vino uno corriendo y, arrodillado ante él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno, Dios: Ya conoces los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.
Él respondió: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia. Y Jesús, fijando en él su mirada, se prendó de él y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo; luego ven y sígueme. Pero él, con el rostro afligido por estas palabras, se marchó triste, pues tenía muchas posesiones- (Mc. 10, 17-22).Fijémonos detenidamente en este diálogo.
El joven pregunta: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?». La pregunta es claramente moral. El joven quiere saber qué acciones son buenas y conducen a la salvación. Jesús da tres respuestas a esta pregunta:1.ª ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. En esta primera respuesta indica que el único ser absolutamente bueno es Dios. Lógicamente será el único totalmente deseable. Todos los demás seres no merecen ser llamados buenos; por lo tanto, no merecen ser colocados como fin último de una acción moral.
Los bienes creados son limitados, son medios pero no son fines.
2.ª San Mateo dice en la segunda respuesta: «Si quieres entrar en la vida eterna guarda los mandamientos» (Mt. 19, 17). San Marcos es todavía más explícito: «Ya sabes los mandamientos: no matarás, no adulterarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no harás daño a nadie, honra a tu padre y a tu madre» (Mc. 10, 19). Jesús hace referencia a los diez mandamientos revelados a Moisés, recogidos en el Éxodo y en el Deuteronomio. Estos mandamientos fueron revelados para que todos fácilmente y sin error pudieran conocer el bien moral imprescindible. Cualquier hombre honrado podía llegar a conocerlos con su razón natural. Sin embargo, es de notar que Jesús hace referencia primero a los mandamientos que afectan al prójimo, es decir, desde el cuarto al octavo, sin referirse a los más importantes que son el primero, segundo y tercero, y los más interiores que son el noveno y el décimo. Esto no es una ausencia, porque la mayor parte de la predicación de Jesús hace referencia al amor de Dios y a la rectitud de corazón. Sin embargo, no hay amor de Dios si hay ofensa al prójimo, y estos mandamientos marcan el mínimo imprescindible en el amor a Dios.
3.ª La tercera parte es la más importante: «Si quieres ser perfecto ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven, y sígueme». (Mt. 18, 21). San Marcos dice casi las mismas palabras con un añadido: «Una sola cosa te falta» (Mc. 10, 21). Es el desprendimiento, la generosidad y el seguimiento de Jesús. Es decir, la imitación más cercana posible de la vida de Jesús.Es conocida la reacción de aquel joven, que se marchó triste porque era rico y estaba apegado a sus riquezas.
EL SEGUIMIENTO DE JESÚS
De un modo similar al del joven rico, Jesús llamó a sus Apóstoles diciéndoles: -Sígueme.. Los evangelistas narran que «al instante dejaron las redes y le siguieron». Así sucede tanto con los que eran pescadores,. como en Mateo el publicano y los demás. ¿En qué consiste este seguimiento?Todos los pasajes que hablan de «seguimiento» indican una gran exigencia pues deberán: «abandonar todo» (Lc. 5, 11; Mc. 18, 28). Por ejemplo: familia, casa, posesiones, dinero, riquezas. El «seguimiento» que Jesús pide a los discípulos más próximos es de una entrega plena. Esta entrega hará que sean introducidos en la intimidad del Maestro y vivan una vida nueva. El discípulo recibe esta llamada: «El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc. 8, 34).
EL HOMBRE VIEJO Y EL HOMBRE NUEVO
La vida nueva que Jesús trae a los hombres es más que una doctrina moral, es una renovación interior en la que el hombre debe despojarse de todo aquello que sea obstáculo para acercarse más a Dios y al prójimo.Se trata de una renovación espiritual, realizándose en el cristiano una -justicia y santidad verdaderas.. Esta renovación requerirá lucha, oración, esfuerzo; pero se realizará, ante todo, por la acción de la gracia de Dios en el alma. Como insiste San Pablo a los colosenses, deberán «despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo».Revestirse del hombre nuevo será arrancar el mal que exista en la propia vida moral e identificarse con Cristo, teniendo sus mismos sentimientos, conducta, pensamientos y obras, dentro de lo posible: «No soy yo ya el que vivo, sino que vive en mi Cristo. (Gal. 2, 20).
LA LEY PERFECTA DE LA LIBERTAD
La liberación que nos trae el Evangelio de Jesús es profunda, total, definitiva. Afecta al hombre en su propio corazón. Cristo vino a anunciar los mandamientos que liberan: sed pobres, sed pacíficos, sed misericordiosos, sed limpios de corazón, haced obra de paz, dejaos perseguir por la justicia. Entrad así desde ahora en el Reino de Dios. El Sermón de la Montaña, programa evangélico de Jesús, es una brecha abierta en la dureza del corazón humano, cerrado en su propio egoísmo. Ciertamente, un programa que, por sí mismo, nadie puede cumplir. Pero la conversión del corazón es anunciada gratuitamente, como don del Espíritu. Si esta conversión comienza a ser un hecho, entonces es que el Reino de Dios está en medio de nosotros (Mt. 4, 17). (C.v.e., p. 50)Ya la Ley del Antiguo Testamento insiste más en las cosas buenas que se deben realizar, que en las malas que hay que evitar. Pero la vida moral cristiana es claramente una ley de libertad. El cristiano puede «participar en la libertad de gloria de los hijos de Dios». (Rom. 8, 21), porque con la gracia que mereció Cristo en la Cruz, puede liberarse de la esclavitud del pecado. Es posible así alcanzar «la ley perfecta, la de libertad» de que habla el Apóstol Santiago (Sant. 1, 25).
«No temáis: Yo he vencido al mundo.»
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