sábado, 7 de agosto de 2010


DESPOJARSE DEL HOMBRE VIEJO.

Homilía del Domingo 18º C 01-08-2010.



Después del reciente decreto presidencial de la ley que declara matrimonio la convivencia entre personas del mismo sexo, los cristianos tanto más estamos llamados a ser testigos de un Dios que puso su ley en el corazón de todos los hombres y que vino para darle cumplimiento en Jesús. Es importante tener claro algunos principios fundamentales en la comprensión de las normas de conducta. En el documento “Líneas pastorales para una nueva evangelización” del año 1990, se advirtió que “a diferencia de la legítima secularización, el secularismo se presenta como desafío, por cuanto intenta reducir todo a la inmanencia. Al prescindir de Dios se despoja al hombre de su referente último y los valores pierden el carácter de tales, convirtiéndose en ídolos que terminan degradándolo” (LPNE, 12). Aclaremos que, “en la salvaguardia de las exigencias éticas fundamentales no se trata de “valores confesionales”; ellas están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural. El hecho de que algunas de estas verdades también sean enseñadas por la Iglesia , no disminuye su legitimidad civil” (Los católicos y la vida política, 5). El hecho de la promulgación de una ley civil, si no respeta la ley natural, no la convalida como ley moral. Lo que es intrínsicamente desordenado, no puede ser norma para la conciencia, aunque sea declarado ley en el orden civil. Afirmamos como Iglesia la libertad de conciencia y la libertad religiosa para toda persona; pero esto no significa reconocer las diferentes propuestas religiosas y culturales como iguales. “Es falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral, arraigada en la naturaleza misma del ser humano” (id. 2). “No puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida ‘espiritual’, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida ‘secular’ “(id. 6). “Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen irremediablemente” (Fides et Ratio, 90). La libertad que Cristo nos alcanzó y su gracia nos hacen responsables de nuestro destino eterno, que se juega en el fuero íntimo, pero también en los actos y omisiones en los ámbitos comunitarios y el Estado, por el amor con que damos cumplimiento a la ley de Dios. En cuanto a los hombres y las mujeres que sufren la soledad y que por alguna razón no pueden ejercer la sexualidad en el matrimonio, la Iglesia ha de ser un lugar donde sientan la cercanía de Jesús quien buscaba con preferencia a los heridos y los necesitados de amor y comprensión. Como para tantas personas solteras e enviudadas, separadas y enfermas, su soledad puede significar una auténtica prueba, que es, a la vez también, una invitación a acercarse gradual y resueltamente a la plenitud cristiana en castidad. Todos estamos llamados a despojarnos del hombre viejo y de sus obras, y de revestirnos del hombre nuevo. En el Reino de Dios ya no hay muros que separan, “sino sólo Cristo, que es todo y está en todos.”


Luis T. Stöckler Obispo de Quilmes

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