¿UNA PINTURA IMPOSIBLE?
El primer misterio que se le presenta al Sr. Benítez es el informe realizado por el químico austríaco Kuhn, premio Nobel en 1.936. El conocido ufólogo navarro dice: “Ya en 1.936, un químico -todo un premio Nobel- había realizado lo que, sin duda, era el primer y último análisis directo de la supuesta pintura de la tilma.” (Pág. 48) Sin embargo, en las páginas siguientes explicará en qué consistió el “análisis directo” que vulneró las más elementales normas del procedimiento científico. Por de pronto, no existió un protocolo que controlara la recogida de muestras para su análisis. Sencillamente, el abad de la basílica regaló al obispo de Saltillo, Felipe Cortés, unos hilos supuestamente procedentes del tejido original. Éste, pasado algún tiempo, le entregó dos hebras al metalúrgico Sodi Pallarés que, por mediación del profesor de alemán Hahn, se las envió al doctor Kuhn. Ni uno sólo de estos pasos tuvo ningún tipo de control, lo que, por sí mismo, desvirtúa cualquier resultado obtenido.
La conclusión del químico austríaco fue que en los dos hilos entregados no había restos de colorantes vegetales, animales ni minerales, es decir, que no habían sido pintados por ninguna técnica existente en el S XVI. Sorprendente pero menos si tenemos en cuenta que idéntica pretensión existió sobre la Sábana Santa de Turín hasta que se encargó su análisis al doctor McCrone, recientemente fallecido. La experiencia en este caso demostró que los restos de determinados pigmentos sólo aparecían con el uso de técnicas muy avanzadas. Otra irregularidad en el caso del análisis químico es que se citan las conclusiones pero no la metodología del experimento. Los
pro-aparicionistas a los que sigue el Sr. Benítez no explican si se emplearon reactivos químicos (y si así fue, cuáles), microscopía (y si es así, con qué aumentos trabajaron...) o espectografía, lo que, a priori, parece la opción más probable puesto que fue por este motivo por el que se le concedió el Nobel. No obstante, desde esa fecha, la espectrografía ha avanzado lo suficiente como para que sea muy arriesgado el seguir repitiendo unos resultados de unos análisis con una recogida de muestras claramente defectuosa y sin confirmación ulterior por la negativa de la Iglesia Católica a permitir una investigación en profundidad sobre la supuesta tilma. Además, como veremos en su momento, las investigaciones realizadas de forma parcial no sólo no apoyan los resultados del austríaco sino que los desmienten por completo.
Así, tras una investigación mediante fotografía infrarroja realizada por Smith y Callagan éstos aseguraron que la Guadalupana había sido repintada y retocada en ocasiones. Por tanto, tienen que existir pigmentos en la tilma salvo que pensemos que las restauraciones fueran también milagrosas. El intento del Sr. Benítez, siguiendo a los autores antedichos, de conciliar estos hechos, mediante una imagen inicial inexplicable sobre la que se hicieron retoques humanos no resulta creíble. Aceptemos, como mero ejercicio teórico, la realidad del prodigio. ¿Qué pintor se hubiera atrevido a poner su pincel a rectificar una imagen celestial? Porque no se trata solamente de un arreglo de zonas deterioradas sino que, por ejemplo, las manos se acortaron, posiblemente para que parecieran las manos de una mestiza o indígena cuyos dedos son más cortos que los de las representaciones europeas góticas. También se añadieron (según Smith y Callagan), el ángel, la Luna, los bordes dorados del manto, los rayos solares, los adornos de la túnica, los brazaletes... Claro que no sólo se añadió, también se suprimió una corona dorada. (Pág 84-105)
Así las cosas ¿qué queda de la supuesta efigie milagrosa original? “Por encima de cualquier duda, las fotografías infrarrojas prueban que el azul del manto y el rosa de la túnica son originales y que nunca fueron retocados ni sobrepintados. Es más: han permanecido indemnes al tiempo a pesar de los cuatro siglos y medio transcurridos” (Pág. 104)
Vayamos por partes. ¿Los añadidos son tales o forman parte de la imagen original? Aquí el Sr. Benítez incurre en auto-contradicción con la siguiente descripción que nuestro autor considera como parte del Nican Mopohua y, además, casi contemporánea del supuesto hecho milagroso:
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Si como pretende en la página 34 ésa fuera la descripción contemporánea de la imagen ¿cómo es que en las páginas 84-105 los elementos originales se convierten es añadidos posteriores? Cualquiera de las explicaciones para esta incoherencia sería perjudicial para el “milagro”, si la descripción del Nican Mopohua fuera errónea, perdería su carácter de testimonio fideligno, algo tanto más grave cuando la historicidad de la Aparición se basa en este texto de forma casi exclusiva. Si, por otra parte, el estudio de Smith y Callagan estuviera mal realizado ya no habría razón para suponer que no estamos ante una pintura.
El Sr. Benítez intenta salvar ese problema afirmando que: “En resumen, si el documento más antiguo de que disponemos hoy, y en el que se hace ya una exhaustiva descripción de la imagen de la Señora de Guadalupe, se remonta a los años 1545 o 1550, ello quiere decir, lógicamente, que los retoque y añadidos tuvieron que ser ejecutados sobre el original entre estas fechas y 1531, fecha de las apariciones.” (Pág. 112) No obstante, se olvida de que el texto del Nican Mopohua asegura: “...se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.” (Pág. 31) De forma que nuevamente volvemos a encontrarnos con la misma disyuntiva, el texto es erróneo o la equivocación está en el estudio de los norteamericanos.
La verdad, sin embargo, es que no existe tal necesidad de elección. El Sr. Benítez yerra al considerar que esa descripción es parte del Nican Mopohua, error que le viene dado por su consideración de que el Huei Tlamahuicoltica (publicado en 1.649) de Lasso de la Vega es lo mismo que el Nican Mopohua. No es su única equivocación sobre este aspecto. Resulta muy curiosa su afirmación de que: “Tuvieron que pasar algunos años, sin embargo, para que el relato de Valeriano -escrito originalmente en náhuatl- fuera traducido al castellano. El acierto fue obra del bachiller Luis Lasso de la Vega, que lo envió a la imprenta en 1649.” (Pág. 18) En realidad la obra de Lasso de la Vega, como habrán podido deducir fácilmente por el título, está escrita en náhuatl. La traducción al castellano fue obra de otro Luis, Luis Becerra Tanco en 1.666. Aunque el Huei Tlamahuicoltica contenga, por vez primera en una obra impresa, el Nican Mopohua también presenta añadidos de la mano de Lasso de la Vega. La descripción que cita el Sr. Benítez es uno de ellos. Por tanto, lo único que prueba esa descripción es que en torno a 1.649 la imagen ya tenía ese aspecto.
¿Es posible delimitar un poco más la cuestión de si se produjeron repintes y cuándo? Empecemos por el Nican Mopohua. En él se afirma que la imagen se formó tal y como se conservaba en ese momento. ¿Cuándo fue ese momento? Aunque por cuestiones filológicas se considere que es bastante anterior a la obra de Lasso de la Vega y que fue escrito en el S XVI, la fecha exacta de su composición es un misterio. Aunque los partidarios de su historicidad (por cierto, obviando que es una obra literaria) crean que se redactó en torno a 1.540 eso es imposible por cuanto el supuesto milagro (o aparición) no tuvo lugar hasta 1.555. Así se atestigua en los Anales de Juan Bautista, en el sermón del Padre Bustamante (que considera en 1.556 que la devoción era novedosa) y en la carta del virrey Martín Enríquez. Todos ellos coinciden en que fue en esas fechas cuando comenzó la devoción a la Guadalupana, contradiciendo la afirmación del Nican Mopohua de que tuvo lugar en 1.531 y explicando la paradoja que supone que el testigo del prodigio de la tilma, el obispo Zumárraga, negara en 1.547 que en su propia época se produjeran milagros. El por qué el anónimo escritor de este texto