Evangelio: Jn 12, 20-33
Cuenta una fábula que un grano de trigo había quedado sobre el campo y fue descubierto por una hormiga, que se dispuso a llevarlo a su nido. El grano de trigo pregunta:
-¿Por qué no me dejas aquí?
-Si te dejo, no voy a tener comida alguna para el invierno. Hay muchas hormigas y cada una de nosotras debe llevar lo que encuentre al depósito de víveres del hormiguero -contestó la hormiga.
-Pero yo no he sido creado para ser comido -respondió el grano de trigo-. Yo soy una semilla llena de fuerza vital para convertirme en una planta. ¡Querida hormiga, hagamos un trato! Si me dejas en mi campo te serán dados, en la próxima cosecha, cien granos como yo.
La hormiga pensó: «Cien granos a cambio de uno… Esto es un milagro». Y preguntó:
-¿Y cómo vas a conseguido?
-Es un secreto -contestó el grano-. El secreto de la vida. ¡En el momento oportuno, haz una pequeña cueva, entiérrame en ella y vuelve pasados unos meses!
Pasados los meses regresó nuevamente la hormiga y comprobó que el grano de trigo había cumplido su promesa.
Esto es una fábula, algo que nunca pudo haber ocurrido, pero no es fábula que un grano de trigo se transforme en una espiga.
Tampoco es fábula el que un gusano de seda, después de encerrarse en un capullo, se transforme en una hermosa mariposa.
No es fábula el que después de la noche venga el día, que después del invierno venga la primavera y que los árboles, de los que han caído en otoño las hojas secas, se llenen en primavera de flores y de hojas verdes.
Son las transformaciones tan maravillosas que hay en la naturaleza. Lo que sucede es que, como se repiten tantas veces, ya no nos llaman la atención. Imaginaos que siempre fuera de noche y que una vez al año saliera el sol. Sería un espectáculo. Sería un día de fiesta, algo maravilloso; pero, como el sol sale todos los días, no nos llama la atención.
Todas esas transformaciones Dios las hace para bien del hombre. ¿Por qué, pues, cuando muramos, no va a hacer, por bien nuestro, una transformación para que sigamos viviendo?
Dios nos ama. Nos hizo demasiados regalos, detalles de su amor, como para que al final nos deje convertidos para siempre en pura chatarra…
Pero es que además es justo que sigamos viviendo. Como decía José de su hija Socorro que le había cuidado durante 22 años, porque estaba parapléjico: «A mi hija no hay dinero que la pague» Es justo que sigamos viviendo para que Dios nos pague lo que nadie puede pagarnos.
Es justo que sigamos viviendo para que cada uno reciba lo que merezca, ya que en este mundo no hay verdadera justicia.
Por otra parte, Cristo, que murió por nosotros en la cruz, dándonos así la prueba más grande de amor que pueda dársenos dice: Yo soy la resurrección y la vida, El que cree en mí no morirá para siempre.
Por estas palabras de Jesús cantamos en un Prefacio de la Misa de difuntos: «La vida de los que creemos en ti, Señor, no termina; se transforma».
Hermanas y hermanos: es necesario y vale la pena que muera el grano de trigo para que se transforme en fruto abundante; y es necesario que muramos nosotros para que nuestra vida se transforme en una vida de abundante felicidad. Es la vida en plenitud, la vida en la gloria.
Cuenta una fábula que un grano de trigo había quedado sobre el campo y fue descubierto por una hormiga, que se dispuso a llevarlo a su nido. El grano de trigo pregunta:
-¿Por qué no me dejas aquí?
-Si te dejo, no voy a tener comida alguna para el invierno. Hay muchas hormigas y cada una de nosotras debe llevar lo que encuentre al depósito de víveres del hormiguero -contestó la hormiga.
-Pero yo no he sido creado para ser comido -respondió el grano de trigo-. Yo soy una semilla llena de fuerza vital para convertirme en una planta. ¡Querida hormiga, hagamos un trato! Si me dejas en mi campo te serán dados, en la próxima cosecha, cien granos como yo.
La hormiga pensó: «Cien granos a cambio de uno… Esto es un milagro». Y preguntó:
-¿Y cómo vas a conseguido?
-Es un secreto -contestó el grano-. El secreto de la vida. ¡En el momento oportuno, haz una pequeña cueva, entiérrame en ella y vuelve pasados unos meses!
Pasados los meses regresó nuevamente la hormiga y comprobó que el grano de trigo había cumplido su promesa.
Esto es una fábula, algo que nunca pudo haber ocurrido, pero no es fábula que un grano de trigo se transforme en una espiga.
Tampoco es fábula el que un gusano de seda, después de encerrarse en un capullo, se transforme en una hermosa mariposa.
No es fábula el que después de la noche venga el día, que después del invierno venga la primavera y que los árboles, de los que han caído en otoño las hojas secas, se llenen en primavera de flores y de hojas verdes.
Son las transformaciones tan maravillosas que hay en la naturaleza. Lo que sucede es que, como se repiten tantas veces, ya no nos llaman la atención. Imaginaos que siempre fuera de noche y que una vez al año saliera el sol. Sería un espectáculo. Sería un día de fiesta, algo maravilloso; pero, como el sol sale todos los días, no nos llama la atención.
Todas esas transformaciones Dios las hace para bien del hombre. ¿Por qué, pues, cuando muramos, no va a hacer, por bien nuestro, una transformación para que sigamos viviendo?
Dios nos ama. Nos hizo demasiados regalos, detalles de su amor, como para que al final nos deje convertidos para siempre en pura chatarra…
Pero es que además es justo que sigamos viviendo. Como decía José de su hija Socorro que le había cuidado durante 22 años, porque estaba parapléjico: «A mi hija no hay dinero que la pague» Es justo que sigamos viviendo para que Dios nos pague lo que nadie puede pagarnos.
Es justo que sigamos viviendo para que cada uno reciba lo que merezca, ya que en este mundo no hay verdadera justicia.
Por otra parte, Cristo, que murió por nosotros en la cruz, dándonos así la prueba más grande de amor que pueda dársenos dice: Yo soy la resurrección y la vida, El que cree en mí no morirá para siempre.
Por estas palabras de Jesús cantamos en un Prefacio de la Misa de difuntos: «La vida de los que creemos en ti, Señor, no termina; se transforma».
Hermanas y hermanos: es necesario y vale la pena que muera el grano de trigo para que se transforme en fruto abundante; y es necesario que muramos nosotros para que nuestra vida se transforme en una vida de abundante felicidad. Es la vida en plenitud, la vida en la gloria.
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