Evangelio: Jn 2, 13-25
Desde pequeños nos han enseñado que el “Templo de Dios” es la iglesia. Y por iglesia entendíamos la parroquia, o en su lugar la capilla, que estaba más cerca de nuestra casa.
Se suponía, o así no decían, que ahí teníamos que ir para encontrarnos con Dios, ya que el templo era la “casa de Dios”.
Nuestra casa familiar podía ser más agradable o desagradable, dependía de las relaciones entre las personas. Pero la “casa de Dios” casi siempre resultaba mucho más fría. Todos mirando hacia adelante, sin vernos las caras, escuchando cosas que apenas entendíamos y respondiendo con frases ya hechas cuyo sentido no llegábamos a entender.
El templo lo entendemos como lugar de reunión, de oración, de celebración de los sacramentos y culto a Dios. Donde se utiliza un lenguaje que nada o poco tiene que ver con nuestra vida cotidiana.
El Evangelio de este domingo nos presenta a un Jesús distinto del que estamos acostumbrados a ver: un Jesús airado, enfadado y hasta violento con aquellas personas que habían convertido el templo de Dios en un negocio.
El verdadero culto a Dios no es precisamente el que expresamos en las ceremonias religiosas y en el lugar sagrado, sino el que realizamos con los demás antes y después de las ceremonias y fuera del recinto sagrado.
El primer acto de culto a Dios es el amor al prójimo y la defensa de los derechos humano. No olvidemos, como dice San Pablo que las personas, que somos templos de Dios, somos más importantes que los templos materiales.
Lo que Jesús encuentra
Cuando Jesús entra en el templo de Jerusalén, no encuentra gentes que buscan a Dios sino comercio religioso. Su actuación violenta frente a “vendedores y cambistas” no es sino la reacción del Profeta que se topa con la religión convertida en mercado..
No estamos acostumbrados los cristianos a la imagen violenta de un Mesías, fustigando a las gentes, con un látigo en la mano. Y, sin embargo, ésta es la reacción de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no saben buscar otra cosa, que no sea su propio egoísmo.
Hace unos días unos amigos me comentaban un anuncio que aparece en la prensa con cierta frecuencia: “Reza nueve Avemarías durante nueve días, pide tres deseos, uno de negocios y dos imposibles, al noveno día publica este aviso. Se cumplirán aunque no lo creas”… Creo que los que estamos aquí no llegamos hasta ese nivel de degradación…, pero ¿no hay mucho de “cambista”, de comercio en nuestras relaciones con Dios? ¿No tenemos que decir que nuestras relaciones con Dios se rigen por la norma “te doy para que me des? ¿No queremos comprar a Dios cuando le hacemos diversas promesas para obtener algo y nos sentimos decepcionados y hasta airados porque no nos ha concedido lo que deseamos?
Los mercaderes del templo, son más numerosos de lo que ordinariamente se piensa. Y la operación limpieza habrá que realizarla muy a fondo. Es preciso decirlo bien claro: en la iglesia no se permite hacer ningún comercio. Ni siquiera de “géneros de eternidad” y otros afines.
Me explico. Hay gente que va a la Iglesia con el único afán de arreglar los asuntos concernientes a la vida futura. Se le dirige a Dios un discurso de este estilo: “Tú me das un rincón en el paraíso, suponiendo que exista… y yo te lo pagaré con misas, sacrificios… o con una peregrinación, o con lo que sea. ¡Asunto concluido!
Una mentalidad así, merece latigazos. Dios a nuestra disposición y no nosotros a disposición de Dios.
La operación limpieza sólo se completará cuando logremos erradicar esa mentalidad mercantil, esta concepción egoísta de la religión que nos hace mezquinos y nos transforma en comerciantes a la sombra del templo.
¿Quién tiene derecho a estar en el templo? Podríamos contestar qué sólo aquellos que saben estar fuera, con un estilo de vida cristiano (ayudando a los demás, perdonando los roces que puedan producirse, viviendo como hermanos no como jueces implacables para con todos…)
Sólo los que son capaces de reflejar a Dios en la vida de la familia y del pueblo, en la vida de cada día, pueden pasar el dintel de la Iglesia.
Fuera es donde hemos de demostrar que sabemos estar en la Iglesia. Fuera es donde se adquiere el billete de entrada en la Iglesia.
A pesar de las apariencias no es fácil entrar y permanecer en el templo. El gesto y las palabras de Jesús así lo demuestran.
Con Dios no se comercia
Lo peor de la escena del evangelio de hoy, es la tentación de convertirnos en espectadores que piensan que lo que se dice aquí se refiere a otros. Quizás a los curas que con sus aranceles por bodas, funerales y misas han convertido el templo en un mercado…; o los que venden medallas en los santuarios… Y ante ellos, comentamos: “bien hecho, ya lo había dicho yo siempre, que era una vergüenza este comercio”…
Desde esta actitud no captamos el significado de este episodio.
Nadie puede creerse dispensado de esta limpieza.
¿Quién de nosotros está seguro de no abusar del templo?
¿Quién de nosotros puede decir que alguna vez no haya comerciado con Dios?
¿Quién de nosotros puede decir que no ha ido alguna vez a la iglesia sólo para sentirse bien, tranquilo?
El gesto de Jesús se entiende sólo si nos colocamos entre los destinatarios de su ira.
Lo que impresiona en las palabras de Jesús es la alternativa entre “casa de mi Padre” (o “casa de oración”) y “mercado” (o “cueva de bandidos”).
El templo que no es casa de oración, se convierte en mercado.
Ese término de “mercado” no se refiere solamente al tráfico que se desarrolla a la sombra del templo, sino también a un cierto tipo de religiosidad.
Con Dios no se comercia, como se hace con los vendedores para el sacrificio.
No se enderezan las cosas torcidas rezando un salmo. Las cosas torcidas sólo se enderezan mejorándolas.
No se puede ir en peregrinación al templo y después continuar calumniando y mintiendo.
No se puede ser sincero con Dios cuando se engaña a los propios semejantes.
Dios no quiere las genuflexiones de quien pisotea después la justicia.
No se va a la Iglesia para huir de los propios compromisos sociales y familiares, sino precisamente para tomar conciencia de las propias responsabilidades.
En otras palabras lo que se condena es el templo como refugio.
Lo que se desautoriza es el aspecto tranquilizador de determinadas prácticas religiosas.
Lo que se denuncia es la piedad como coartada. Un culto de este género es un culto mentiroso y la seguridad que proporciona es una falsa seguridad.
En este sentido la purificación del templo se traduce en desenmascarar la hipocresía de esas personas religiosas que creen ponerse en regla con Dios, por el hecho de hacer unas prácticas religiosas concretas…
Jesús deja intuir, refiriéndose a Jeremías, que el problema es el de modificar la conducta, no el multiplicar rezos o aumentar ofrendas.
La alternativa al templo “cueva de bandidos” es el templo abierto, no ciertamente a las personas perfectas, sino a las personas que quieren vivir en fidelidad, en transparencia y sinceridad y que buscan en Dios no a un “cómplice” dispuesto a cerrar los ojos ante ciertos hechos y conductas, sino alguien que guía por el camino de la rectitud.
Cada persona, TODA persona es templo de Dios. Es en nuestra relación con los demás donde manifestamos nuestra auténtica relación con Dios.
Se suponía, o así no decían, que ahí teníamos que ir para encontrarnos con Dios, ya que el templo era la “casa de Dios”.
Nuestra casa familiar podía ser más agradable o desagradable, dependía de las relaciones entre las personas. Pero la “casa de Dios” casi siempre resultaba mucho más fría. Todos mirando hacia adelante, sin vernos las caras, escuchando cosas que apenas entendíamos y respondiendo con frases ya hechas cuyo sentido no llegábamos a entender.
El templo lo entendemos como lugar de reunión, de oración, de celebración de los sacramentos y culto a Dios. Donde se utiliza un lenguaje que nada o poco tiene que ver con nuestra vida cotidiana.
El Evangelio de este domingo nos presenta a un Jesús distinto del que estamos acostumbrados a ver: un Jesús airado, enfadado y hasta violento con aquellas personas que habían convertido el templo de Dios en un negocio.
El verdadero culto a Dios no es precisamente el que expresamos en las ceremonias religiosas y en el lugar sagrado, sino el que realizamos con los demás antes y después de las ceremonias y fuera del recinto sagrado.
El primer acto de culto a Dios es el amor al prójimo y la defensa de los derechos humano. No olvidemos, como dice San Pablo que las personas, que somos templos de Dios, somos más importantes que los templos materiales.
Lo que Jesús encuentra
Cuando Jesús entra en el templo de Jerusalén, no encuentra gentes que buscan a Dios sino comercio religioso. Su actuación violenta frente a “vendedores y cambistas” no es sino la reacción del Profeta que se topa con la religión convertida en mercado..
No estamos acostumbrados los cristianos a la imagen violenta de un Mesías, fustigando a las gentes, con un látigo en la mano. Y, sin embargo, ésta es la reacción de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no saben buscar otra cosa, que no sea su propio egoísmo.
Hace unos días unos amigos me comentaban un anuncio que aparece en la prensa con cierta frecuencia: “Reza nueve Avemarías durante nueve días, pide tres deseos, uno de negocios y dos imposibles, al noveno día publica este aviso. Se cumplirán aunque no lo creas”… Creo que los que estamos aquí no llegamos hasta ese nivel de degradación…, pero ¿no hay mucho de “cambista”, de comercio en nuestras relaciones con Dios? ¿No tenemos que decir que nuestras relaciones con Dios se rigen por la norma “te doy para que me des? ¿No queremos comprar a Dios cuando le hacemos diversas promesas para obtener algo y nos sentimos decepcionados y hasta airados porque no nos ha concedido lo que deseamos?
Los mercaderes del templo, son más numerosos de lo que ordinariamente se piensa. Y la operación limpieza habrá que realizarla muy a fondo. Es preciso decirlo bien claro: en la iglesia no se permite hacer ningún comercio. Ni siquiera de “géneros de eternidad” y otros afines.
Me explico. Hay gente que va a la Iglesia con el único afán de arreglar los asuntos concernientes a la vida futura. Se le dirige a Dios un discurso de este estilo: “Tú me das un rincón en el paraíso, suponiendo que exista… y yo te lo pagaré con misas, sacrificios… o con una peregrinación, o con lo que sea. ¡Asunto concluido!
Una mentalidad así, merece latigazos. Dios a nuestra disposición y no nosotros a disposición de Dios.
La operación limpieza sólo se completará cuando logremos erradicar esa mentalidad mercantil, esta concepción egoísta de la religión que nos hace mezquinos y nos transforma en comerciantes a la sombra del templo.
¿Quién tiene derecho a estar en el templo? Podríamos contestar qué sólo aquellos que saben estar fuera, con un estilo de vida cristiano (ayudando a los demás, perdonando los roces que puedan producirse, viviendo como hermanos no como jueces implacables para con todos…)
Sólo los que son capaces de reflejar a Dios en la vida de la familia y del pueblo, en la vida de cada día, pueden pasar el dintel de la Iglesia.
Fuera es donde hemos de demostrar que sabemos estar en la Iglesia. Fuera es donde se adquiere el billete de entrada en la Iglesia.
A pesar de las apariencias no es fácil entrar y permanecer en el templo. El gesto y las palabras de Jesús así lo demuestran.
Con Dios no se comercia
Lo peor de la escena del evangelio de hoy, es la tentación de convertirnos en espectadores que piensan que lo que se dice aquí se refiere a otros. Quizás a los curas que con sus aranceles por bodas, funerales y misas han convertido el templo en un mercado…; o los que venden medallas en los santuarios… Y ante ellos, comentamos: “bien hecho, ya lo había dicho yo siempre, que era una vergüenza este comercio”…
Desde esta actitud no captamos el significado de este episodio.
Nadie puede creerse dispensado de esta limpieza.
¿Quién de nosotros está seguro de no abusar del templo?
¿Quién de nosotros puede decir que alguna vez no haya comerciado con Dios?
¿Quién de nosotros puede decir que no ha ido alguna vez a la iglesia sólo para sentirse bien, tranquilo?
El gesto de Jesús se entiende sólo si nos colocamos entre los destinatarios de su ira.
Lo que impresiona en las palabras de Jesús es la alternativa entre “casa de mi Padre” (o “casa de oración”) y “mercado” (o “cueva de bandidos”).
El templo que no es casa de oración, se convierte en mercado.
Ese término de “mercado” no se refiere solamente al tráfico que se desarrolla a la sombra del templo, sino también a un cierto tipo de religiosidad.
Con Dios no se comercia, como se hace con los vendedores para el sacrificio.
No se enderezan las cosas torcidas rezando un salmo. Las cosas torcidas sólo se enderezan mejorándolas.
No se puede ir en peregrinación al templo y después continuar calumniando y mintiendo.
No se puede ser sincero con Dios cuando se engaña a los propios semejantes.
Dios no quiere las genuflexiones de quien pisotea después la justicia.
No se va a la Iglesia para huir de los propios compromisos sociales y familiares, sino precisamente para tomar conciencia de las propias responsabilidades.
En otras palabras lo que se condena es el templo como refugio.
Lo que se desautoriza es el aspecto tranquilizador de determinadas prácticas religiosas.
Lo que se denuncia es la piedad como coartada. Un culto de este género es un culto mentiroso y la seguridad que proporciona es una falsa seguridad.
En este sentido la purificación del templo se traduce en desenmascarar la hipocresía de esas personas religiosas que creen ponerse en regla con Dios, por el hecho de hacer unas prácticas religiosas concretas…
Jesús deja intuir, refiriéndose a Jeremías, que el problema es el de modificar la conducta, no el multiplicar rezos o aumentar ofrendas.
La alternativa al templo “cueva de bandidos” es el templo abierto, no ciertamente a las personas perfectas, sino a las personas que quieren vivir en fidelidad, en transparencia y sinceridad y que buscan en Dios no a un “cómplice” dispuesto a cerrar los ojos ante ciertos hechos y conductas, sino alguien que guía por el camino de la rectitud.
Cada persona, TODA persona es templo de Dios. Es en nuestra relación con los demás donde manifestamos nuestra auténtica relación con Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario