Hoy la Palabra de Dios nos habla de Abrahán, nuestro padre en la fe.
Abrahán es un hombre que vive en Ur de Caldea (Mesopotamia), hacia el año 1850 a.C. Llamado por Dios, tiene que "salir" de su tierra, pero sin saber a dónde se dirige. Dios le promete una tierra propia y una larga descendencia, pero nada parece claro ni evidente. No obstante, Abrahán se fía de Dios, sale de su tierra y se pone en camino. Es un gesto de disponibilidad total y de perfecta obediencia a Dios. Por eso, en la tradición judía y cristiana será considerado siempre como modelo de creyente y padre de los creyentes.
Su fidelidad hará realidad gozosa la bendición de Dios: “en ti serán benditas todas las familias de la tierra", bendición que se extenderá hasta que llegue la bendición plena de Dios en Jesucristo y en el nuevo pueblo de Dios (cf Ef 1,3).
El camino de Jesús
Abrahán, era figura de Cristo. A Jesús también le vemos en camino. Ha salido del Padre y ahora lo vemos caminando hacia Jerusalén, para realizar, como Hijo obediente, la misión que el mismo Padre le ha encomendado.
En la subida a Jerusalén, Jesús ha dicho claramente a sus discípulos que están haciendo un camino hacia la cruz, hacia la muerte. Es el camino pascual.
En este momento crítico, Jesús tiene más necesidad de orar, de sentirse en comunión con su Padre. Sube al monte y se lleva consigo a los tres discípulos más cercanos y amigos: Pedro, Santiago y Juan, que no comprenden el camino de Jesús, y están tristes y atenazados por el miedo.
En el monte, Moisés y Elías, que también tuvieron que recorrer caminos de cruz para cumplir su misión, acompañan a Jesús y dialogan con él sobre lo que va a suceder en Jerusalén. En el horizonte próximo está la cruz, pero una cruz definitivamente iluminada por la resurrección victoriosa.
Ante el asombro de los discípulos, el Jesús de Nazaret, que les ha asustado con el drama de la cruz, aparece como el Hijo de Dios, lleno de la gloria del mismo Dios. Y una voz desde la nube les dice: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle".
Era muy hermoso estar allí, como decía Pedro, pero tienen que bajar a la dura realidad del camino que lleva a Jerusalén.
El camino cristiano.
Cómo en el caso de Abrahán y de los apóstoles, cada uno de nosotros hemos recibido una llamada personal de Dios. Y nos ha llamado, dice san Pablo, "no por nuestros méritos" sino por su gracia, es decir: por amor. Por amor a cada uno de nosotros Dios nos llama para "una vida santa" que se ha hecho posible porque Jesucristo "destruyó la muerte y sacó a luz la vida inmortal".
La vocación de Abrahán fue difícil, como lo fue la de Cristo. Y también lo es la vocación evangelizadora de la Iglesia. Pablo le anima a Timoteo: "toma parte en los duros trabajos del Evangelio". Nunca es sencillo ser cristiano y trabajar por el Evangelio. El camino cristiano es camino de éxodo y de cruz: tenemos que "salir" de nuestros esquemas, seguridades y comodidades, para buscar y seguir los caminos de Dios. Para ello, necesitamos subir al monte de la oración, para que Dios nos llene de luz y de fuerza para bajar al camino y vivir con fidelidad la vocación cristiana y realizar la misión a la que hemos sido llamados.
La Eucaristía, en la que "escuchamos a Cristo", y en la que se nos comunica la gracia que Pablo prometía a Timoteo de parte de Dios, es nuestro mejor alimento para el camino cristiano.
Los sacerdotes estamos llamados a ser acompañantes en el camino de los fieles cristianos, acercándoles la Palabra de Dios y el pan de vida, viático para el camino.
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