domingo, 27 de marzo de 2011
Si bebemos de las profundas aguas de tu Amor, ya no tendremos Sed.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 4, 5-42 Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber». Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.Jesús le respondió:«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú misma se lo hubieras pedido, y Él te habría dado agua viva».«Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?»Jesús le respondió:«El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré se convertirá en él en manantial, que brotará hasta la Vida eterna».«Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla».Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí».La mujer respondió: «No tengo marido».Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad».La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar». Jesús le respondió:«Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando Él venga, nos anunciará todo».Jesús le respondió: «Soy Yo, el que habla contigo». En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?»La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?»Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro». Pero Él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen». Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?»Jesús les respondió:«Mi comida es hacer la voluntad de Aquél que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero Yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: "Uno siembra y otro cosecha". Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos».Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice». Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en Él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer:«Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo». Compartiendo la Palabra Con Cristo, hacia la Pascua Caminamos con Cristo hacia su Pascua, que es también la nuestra. Celebrado ya el misterio de su tentación en nuestra carne y de nuestra victoria en la suya, hemos contemplado ya la luz de su cuerpo resucitado, la que, en esperanza, es la luz de nuestra resurrección. Hoy, la palabra proclamada nos acerca al misterio del bautismo que hemos recibido y de la eucaristía que celebramos, sacramentos en los que el sediento se encuentra con la fuente del agua viva, el pecador se encuentra con la gracia que lo salva, el creyente se encuentra con Cristo Jesús. Considera la palabra profética: “Allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”. Tú sabes que esta agua no es don de la piedra ni del cayado con que la golpean, sino del que está “sobre la Peña, en Horeb”. Y sabes también que esa agua, con la que Dios apaga la sed de su pueblo, es la voz del Señor, es la Ley santa que sale de la boca de Dios, es la Palabra que el pueblo ha de seguir para vivir. Escucha ahora la palabra evangélica: “Jesús, agotado del camino, se sentó sin más sobre el pozo”. Cuando la samaritana, el Israel sediento, acude al pozo en busca de agua para beber, allí sobre el pozo está él, su Señor, su Dios, para ofrecerle, no ya el agua de la vieja Ley, sino el agua del Espíritu nuevo.Entonces, la mujer será invitada a creer en el don de Dios, en aquel que le pide a ella de beber, en el que un día, desde la cruz, gritará glorificado: “Tengo sed”. Ahora desde el pozo, “agotado del camino”, Jesús le dice: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él, y él te daría agua viva”. Mira a Jesús en la cruz. Ha sido levantado en alto para que, viéndolo, creas, y creyendo, tengas vida eterna. Míralo, y reconoce entregado allí “el don de Dios”. Mira al que te pide de beber. Mira y pídele tú a él, y él te dará agua viva, un manantial de agua que salta hasta la vida eterna. Te preguntas, Iglesia samaritana, cómo puedes hoy mirar a Cristo y pedirle el agua viva, cómo puedes encontrar ahora al que fue levantado en la cruz, cómo puedes beber hoy del que fue glorificado en otro tiempo. Y tu fe te responde que lo has encontrado en tu bautismo, pues fuiste bautizada en Cristo; y que hoy lo vuelves a encontrar en la eucaristía que celebras, pues el mismo que se reveló a la mujer de Samaria junto al pozo de Jacob, se te manifiesta a ti en los sacramentos pascuales que te dejó en herencia. No olvides que beber es escuchar, es creer, es acoger el Espíritu de Jesús, es comulgar con Cristo Jesús. Miraste, creíste, pediste y bebiste en el bautismo con que fuiste bautizada. Miras, crees, pides y bebes en la eucaristía que celebras: “Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos”. Por Cristo hemos bebido un agua que salta hasta la vida eterna. Feliz domingo
lunes, 21 de marzo de 2011
domingo, 20 de marzo de 2011
Èl camino de Abrahàn, el camino de Jesùs y el camino del Nosotros los Cristianos.
Hoy la Palabra de Dios nos habla de Abrahán, nuestro padre en la fe.
Abrahán es un hombre que vive en Ur de Caldea (Mesopotamia), hacia el año 1850 a.C. Llamado por Dios, tiene que "salir" de su tierra, pero sin saber a dónde se dirige. Dios le promete una tierra propia y una larga descendencia, pero nada parece claro ni evidente. No obstante, Abrahán se fía de Dios, sale de su tierra y se pone en camino. Es un gesto de disponibilidad total y de perfecta obediencia a Dios. Por eso, en la tradición judía y cristiana será considerado siempre como modelo de creyente y padre de los creyentes.
Su fidelidad hará realidad gozosa la bendición de Dios: “en ti serán benditas todas las familias de la tierra", bendición que se extenderá hasta que llegue la bendición plena de Dios en Jesucristo y en el nuevo pueblo de Dios (cf Ef 1,3).
El camino de Jesús
Abrahán, era figura de Cristo. A Jesús también le vemos en camino. Ha salido del Padre y ahora lo vemos caminando hacia Jerusalén, para realizar, como Hijo obediente, la misión que el mismo Padre le ha encomendado.
En la subida a Jerusalén, Jesús ha dicho claramente a sus discípulos que están haciendo un camino hacia la cruz, hacia la muerte. Es el camino pascual.
En este momento crítico, Jesús tiene más necesidad de orar, de sentirse en comunión con su Padre. Sube al monte y se lleva consigo a los tres discípulos más cercanos y amigos: Pedro, Santiago y Juan, que no comprenden el camino de Jesús, y están tristes y atenazados por el miedo.
En el monte, Moisés y Elías, que también tuvieron que recorrer caminos de cruz para cumplir su misión, acompañan a Jesús y dialogan con él sobre lo que va a suceder en Jerusalén. En el horizonte próximo está la cruz, pero una cruz definitivamente iluminada por la resurrección victoriosa.
Ante el asombro de los discípulos, el Jesús de Nazaret, que les ha asustado con el drama de la cruz, aparece como el Hijo de Dios, lleno de la gloria del mismo Dios. Y una voz desde la nube les dice: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle".
Era muy hermoso estar allí, como decía Pedro, pero tienen que bajar a la dura realidad del camino que lleva a Jerusalén.
El camino cristiano.
Cómo en el caso de Abrahán y de los apóstoles, cada uno de nosotros hemos recibido una llamada personal de Dios. Y nos ha llamado, dice san Pablo, "no por nuestros méritos" sino por su gracia, es decir: por amor. Por amor a cada uno de nosotros Dios nos llama para "una vida santa" que se ha hecho posible porque Jesucristo "destruyó la muerte y sacó a luz la vida inmortal".
La vocación de Abrahán fue difícil, como lo fue la de Cristo. Y también lo es la vocación evangelizadora de la Iglesia. Pablo le anima a Timoteo: "toma parte en los duros trabajos del Evangelio". Nunca es sencillo ser cristiano y trabajar por el Evangelio. El camino cristiano es camino de éxodo y de cruz: tenemos que "salir" de nuestros esquemas, seguridades y comodidades, para buscar y seguir los caminos de Dios. Para ello, necesitamos subir al monte de la oración, para que Dios nos llene de luz y de fuerza para bajar al camino y vivir con fidelidad la vocación cristiana y realizar la misión a la que hemos sido llamados.
La Eucaristía, en la que "escuchamos a Cristo", y en la que se nos comunica la gracia que Pablo prometía a Timoteo de parte de Dios, es nuestro mejor alimento para el camino cristiano.
Los sacerdotes estamos llamados a ser acompañantes en el camino de los fieles cristianos, acercándoles la Palabra de Dios y el pan de vida, viático para el camino.
Èste es mi hijo muy amado.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 1-9
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Éste es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo».
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Compartiendo la Palabra
“Dios nos llama y nos ilumina”
Ése es el título que lleva la lectura apostólica del segundo domingo de Cuaresma. Y me ha parecido que, en su sencillez, da unidad a la celebración eucarística de este día: vocación de Abrahán, transfiguración de Jesús, llamada de la comunidad creyente a una vida santa, y comunión con nuestro Salvador, “que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal”. ¡Dios nos llama y nos ilumina!Considera la llamada. “El Señor dijo a Abrahán: _Sal de tu tierra y de la casa de tu padre”. La fe, obediencia a la palabra de Dios, libera al hombre de ataduras, incluso de las que pudieran parecer por naturales las más fuertes, como son la propia tierra y la casa familiar. Esa libertad es necesaria para que el hombre pueda ir “a la tierra que el Señor le mostrará”.
Has oído de Abrahán que “marchó, como le había dicho el Señor”. Y conoces también el camino de Cristo Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres”.
Creer, salir, servir… no es pérdida sino ganancia, no es necedad sino sabiduría, no es un camino de muerte sino de vida. Te lo dice la promesa que acompaña a la llamada: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré… con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo”. Abrahán creyó lo que había oído, esperó lo que había creído, caminó hacia lo que esperaba, aunque no pudo conocer el tesoro de luz que el amor de Dios había encerrado en las palabras de la promesa. Lo que él no conoció, tú lo puedes contemplar en la montaña de la transfiguración. Admira, Iglesia de Cristo, la herencia reservada a la fe: “Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. Contempla y admira la luz del Resucitado, pues ésa que ves es la luz de tu resurrección.
Con todo, no te contentes con ver, como pretendía el apóstol Pedro, pues el sentido más luminoso de la promesa hecha a Abrahán y a ti, lo que tú nunca podrías imaginar, sospechar o soñar, se encierra en lo que se te ha concedido oír: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. La promesa que se hace a la fe es el Hijo de Dios, es Cristo Jesús, es la Palabra de Dios entregada, es su Palabra encarnada.
No desdeñes admirar la luz que un día ha de ser tu vestido.Pero más deseable para ti es escuchar al amado, al predilecto, a tu Señor. Escúchalo creyendo y comulgando. Escucha su voz en la voz de tu asamblea, escúchala en el misterio de la palabra proclamada, en el misterio de la eucaristía celebrada y recibida, en el misterio de los pobres que son el cuerpo sufriente de tu Señor.
Escucha, y baja de la montaña: lo que has visto bajará contigo a los caminos de la vida.
Feliz domingo
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Éste es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo».
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Compartiendo la Palabra
“Dios nos llama y nos ilumina”
Ése es el título que lleva la lectura apostólica del segundo domingo de Cuaresma. Y me ha parecido que, en su sencillez, da unidad a la celebración eucarística de este día: vocación de Abrahán, transfiguración de Jesús, llamada de la comunidad creyente a una vida santa, y comunión con nuestro Salvador, “que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal”. ¡Dios nos llama y nos ilumina!Considera la llamada. “El Señor dijo a Abrahán: _Sal de tu tierra y de la casa de tu padre”. La fe, obediencia a la palabra de Dios, libera al hombre de ataduras, incluso de las que pudieran parecer por naturales las más fuertes, como son la propia tierra y la casa familiar. Esa libertad es necesaria para que el hombre pueda ir “a la tierra que el Señor le mostrará”.
Has oído de Abrahán que “marchó, como le había dicho el Señor”. Y conoces también el camino de Cristo Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres”.
Creer, salir, servir… no es pérdida sino ganancia, no es necedad sino sabiduría, no es un camino de muerte sino de vida. Te lo dice la promesa que acompaña a la llamada: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré… con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo”. Abrahán creyó lo que había oído, esperó lo que había creído, caminó hacia lo que esperaba, aunque no pudo conocer el tesoro de luz que el amor de Dios había encerrado en las palabras de la promesa. Lo que él no conoció, tú lo puedes contemplar en la montaña de la transfiguración. Admira, Iglesia de Cristo, la herencia reservada a la fe: “Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. Contempla y admira la luz del Resucitado, pues ésa que ves es la luz de tu resurrección.
Con todo, no te contentes con ver, como pretendía el apóstol Pedro, pues el sentido más luminoso de la promesa hecha a Abrahán y a ti, lo que tú nunca podrías imaginar, sospechar o soñar, se encierra en lo que se te ha concedido oír: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. La promesa que se hace a la fe es el Hijo de Dios, es Cristo Jesús, es la Palabra de Dios entregada, es su Palabra encarnada.
No desdeñes admirar la luz que un día ha de ser tu vestido.Pero más deseable para ti es escuchar al amado, al predilecto, a tu Señor. Escúchalo creyendo y comulgando. Escucha su voz en la voz de tu asamblea, escúchala en el misterio de la palabra proclamada, en el misterio de la eucaristía celebrada y recibida, en el misterio de los pobres que son el cuerpo sufriente de tu Señor.
Escucha, y baja de la montaña: lo que has visto bajará contigo a los caminos de la vida.
Feliz domingo
martes, 15 de marzo de 2011
"Ustedes oren de esta manera".
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 7-15
Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre de ustedes que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera:
Padre nuestro,que estás en el cielo,santificado sea tu Nombre,que venga tu Reino,que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación,sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Compartiendo la Palabra
“Mi palabra… no volverá a mí vacía”Jesús completó lo indicado por el Señor, en este fragmento de Isaías, con la parábola del sembrador. Es cierto que la palabra que sale de la boca del Señor “no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. A la luz de la parábola del sembrador, hay que decir que por parte del Señor su palabra siempre da fruto, es eficaz, pero para que eso sea así hay que contar con el hombre, con la tierra que la recibe. Dios no impone nada al hombre por la fuerza. Le ofrece los tesoros de su palabra, de su amor, de su luz, de su amistad… ¡algo sublime! Pero es el hombre el que, ejerciendo su libertad, los tiene que aceptar. En nuestras manos está el aceptar o rechazar los inestimables regalos que Dios nos brinda… incluido el mismo Dios.“Padre nuestro”.
No es posible comentar todo el evangelio de hoy y el Padre nuestro. Sólo tres anotaciones.
La primera: Jesús nos invita a que no usemos muchas palabras con Dios. La intensidad de nuestra oración con Él no se mide por la cantidad de nuestras palabras, sino por la calidad de nuestra relación amorosa y de confianza con Él.
La segunda: a Dios nos debemos dirigir como lo que es, nuestro Padre, con todo lo que esto lleva consigo. Cuando logramos experimentar que Dios es nuestro Padre y vivir esta sublime verdad… todo cambia, vivimos en este mundo, pero vivimos en otro: en el mundo de la confianza de un hijo con su Padre Dios. Desde aquí, todo, las alegrías, los dolores, los días de sol, los días nublados, el pasado, el presente, el futuro… se vive de manera distinta, con más luz, con más sentido, con más esperanza.
Tercera: hemos de pedir a nuestro Padre Dios que nos dé el alimento para ese día, el pan, las fuerzas y luces necesarias para seguir el camino de su Hijo ese día. Al día siguiente le pediremos el alimento para ese nuevo día.
Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre de ustedes que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera:
Padre nuestro,que estás en el cielo,santificado sea tu Nombre,que venga tu Reino,que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación,sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Compartiendo la Palabra
“Mi palabra… no volverá a mí vacía”Jesús completó lo indicado por el Señor, en este fragmento de Isaías, con la parábola del sembrador. Es cierto que la palabra que sale de la boca del Señor “no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. A la luz de la parábola del sembrador, hay que decir que por parte del Señor su palabra siempre da fruto, es eficaz, pero para que eso sea así hay que contar con el hombre, con la tierra que la recibe. Dios no impone nada al hombre por la fuerza. Le ofrece los tesoros de su palabra, de su amor, de su luz, de su amistad… ¡algo sublime! Pero es el hombre el que, ejerciendo su libertad, los tiene que aceptar. En nuestras manos está el aceptar o rechazar los inestimables regalos que Dios nos brinda… incluido el mismo Dios.“Padre nuestro”.
No es posible comentar todo el evangelio de hoy y el Padre nuestro. Sólo tres anotaciones.
La primera: Jesús nos invita a que no usemos muchas palabras con Dios. La intensidad de nuestra oración con Él no se mide por la cantidad de nuestras palabras, sino por la calidad de nuestra relación amorosa y de confianza con Él.
La segunda: a Dios nos debemos dirigir como lo que es, nuestro Padre, con todo lo que esto lleva consigo. Cuando logramos experimentar que Dios es nuestro Padre y vivir esta sublime verdad… todo cambia, vivimos en este mundo, pero vivimos en otro: en el mundo de la confianza de un hijo con su Padre Dios. Desde aquí, todo, las alegrías, los dolores, los días de sol, los días nublados, el pasado, el presente, el futuro… se vive de manera distinta, con más luz, con más sentido, con más esperanza.
Tercera: hemos de pedir a nuestro Padre Dios que nos dé el alimento para ese día, el pan, las fuerzas y luces necesarias para seguir el camino de su Hijo ese día. Al día siguiente le pediremos el alimento para ese nuevo día.
domingo, 13 de marzo de 2011
No dejes pasar esta oportunidad.
Cuando la oportunidad llama a tu puerta
Estas palabras no son para venderte nada, ni para alquiles no sé qué cosa. No. Sencillamente te quiero hablar de Dios. Sí, de Dios. Es tanto lo que nos jugamos que sólo te pido que te detengas. Mejor dicho, que pares un poco la velocidad de tu vida. Piensa por un instante en que momentos de tu vida, más o menos larga, has dejado que Dios entre en tu vida. Seguro que cuando le has abierto tu puerta, las cosas han sido de otra manera. Pero no porque a lo mejor haya desaparecido de tu vida aquello que te fastidiaba o te dolía, o te agobiaba. No. Sencillamente todo era de otra manera, porque veías las cosas de otra forma.
Cuando le haces sitio a Dios, miras a la gente de distinta forma, utilizas las muchas o pocas cosas que posees de otra manera; es más hasta percibes a Dios de otro modo. Las personas, las cosas, Dios mismo, ocupan nuestra vida en mayor o menor medida. La clave de todo está en qué lugar le dejamos a Dios.Cuando Dios está en el centro de tu vida, cuando lo vives como lo más importante que tienes, te das cuenta que puedes amar a la gente, y que con respecto a aquellas cosas que posees puedes actuar de forma libre, responsable y generosa.
Tiempo de oportunidades
Pero a veces olvidamos. Nos falla la memoria. Y o bien dejamos a Dios de forma permanente en el último lugar de nuestra ocupada vida, o bien lo posponemos para alguna otra ocasión, menos gratuita, para casos de “emergencia” y de uso interesado. En cualquiera de estos casos salimos perdiendo. Cuando vives de espaldas a Dios, tarde o temprano, te importan más tus cosas que cualquier persona. Y al final sólo te importas tú, y solo tú, y nadie más que tú. Todo a tu servicioPero esto no tiene porque ser siempre así. Dios no deja de preocuparse por ti.
Jesucristo, nos ha abierto la puertas del corazón de Dios. Él nos muestra como es Dios. Es amor siempre. Por eso, si hasta ahora en tu vida no has contado mucho con Dios y no has escuchado lo que él desea para ti, este es el momento. Este momento se llama Cuaresma. Un tiempo para reencontrarnos con Dios, para escucharle, para que de nuevo sintamos de forma palpable su amor en nosotros. Para que así podamos ser para otros presencia de ese amor fiel y gratuito.
Las oportunidades nunca vienen solas
Dios a través de esta familia de sus Hijos que es la Iglesia, de la que formamos parte desde nuestro Bautismo, nos ofrece esta oportunidad. Y ya sabes que las oportunidades no vienen solas. De ahí: la Oración, la caridad y la penitencia. Ya sé, a lo mejor dices. “lo de siempre”. No es así. Dios es novedad permanente. En la medida que dejamos que Dios actúe en nosotros vemos como Dios no se repite. Todo lo hace nuevo. Nos renueva, nos hace personas nuevas. Y el ejemplo que sigue, la imagen que tiene en su memoria es la de su Hijo Jesucristo.
Por eso la oración, el trato de amistad y de hijos con Él, también la escucha de su Palabra, la participación en la Eucaristía, el celebrar el Sacramento de la Reconciliación…Tantas y tantas cosas para recolocar a Dios en el centro de nuestra vida. Así podemos vivir desde Él para los demás. De ahí la caridad con nuestro prójimo. Comparto lo que soy y tengo porque Dios es amor.Y también en este tiempo el ayuno de aquellas cosas que nos atan, nos separan de Dios y de los hermanos. Renunciar a las cosas para mostrar nuestra libertad y dominio sobre ellas, y a la vez agradecimiento con Dios, de quien proviene todo, y que es el único Señor.
Ponle nombre a tu oportunidad
Ojalá que esta Cuaresma sea para ti distinta. No sé si será un momento de oración, o un tiempo de formación en torno a la Biblia, no sé si será en un gesto de compartir lo que tienes con los necesitados, o un momento de gozo en tu familia, en tu comunidad. Pero seguro que si tú quieres, en uno de esos momentos, Dios se hace el encontradizo contigo.
No desaproveches esta oportunidad. Pon a Dios en tu corazón, y seguro que todo será distinto. Así la Pascua de Cristo será también tu Pascua. Porque habrás aprendido a vivir de las palabras que salen de la boca de Dios. Te sentirás una persona nueva porque Dios se fija cada día en ti y te propone un proyecto de vida plena: Jesucristo. No lo dudes. Dile: Sí.
Estas palabras no son para venderte nada, ni para alquiles no sé qué cosa. No. Sencillamente te quiero hablar de Dios. Sí, de Dios. Es tanto lo que nos jugamos que sólo te pido que te detengas. Mejor dicho, que pares un poco la velocidad de tu vida. Piensa por un instante en que momentos de tu vida, más o menos larga, has dejado que Dios entre en tu vida. Seguro que cuando le has abierto tu puerta, las cosas han sido de otra manera. Pero no porque a lo mejor haya desaparecido de tu vida aquello que te fastidiaba o te dolía, o te agobiaba. No. Sencillamente todo era de otra manera, porque veías las cosas de otra forma.
Cuando le haces sitio a Dios, miras a la gente de distinta forma, utilizas las muchas o pocas cosas que posees de otra manera; es más hasta percibes a Dios de otro modo. Las personas, las cosas, Dios mismo, ocupan nuestra vida en mayor o menor medida. La clave de todo está en qué lugar le dejamos a Dios.Cuando Dios está en el centro de tu vida, cuando lo vives como lo más importante que tienes, te das cuenta que puedes amar a la gente, y que con respecto a aquellas cosas que posees puedes actuar de forma libre, responsable y generosa.
Tiempo de oportunidades
Pero a veces olvidamos. Nos falla la memoria. Y o bien dejamos a Dios de forma permanente en el último lugar de nuestra ocupada vida, o bien lo posponemos para alguna otra ocasión, menos gratuita, para casos de “emergencia” y de uso interesado. En cualquiera de estos casos salimos perdiendo. Cuando vives de espaldas a Dios, tarde o temprano, te importan más tus cosas que cualquier persona. Y al final sólo te importas tú, y solo tú, y nadie más que tú. Todo a tu servicioPero esto no tiene porque ser siempre así. Dios no deja de preocuparse por ti.
Jesucristo, nos ha abierto la puertas del corazón de Dios. Él nos muestra como es Dios. Es amor siempre. Por eso, si hasta ahora en tu vida no has contado mucho con Dios y no has escuchado lo que él desea para ti, este es el momento. Este momento se llama Cuaresma. Un tiempo para reencontrarnos con Dios, para escucharle, para que de nuevo sintamos de forma palpable su amor en nosotros. Para que así podamos ser para otros presencia de ese amor fiel y gratuito.
Las oportunidades nunca vienen solas
Dios a través de esta familia de sus Hijos que es la Iglesia, de la que formamos parte desde nuestro Bautismo, nos ofrece esta oportunidad. Y ya sabes que las oportunidades no vienen solas. De ahí: la Oración, la caridad y la penitencia. Ya sé, a lo mejor dices. “lo de siempre”. No es así. Dios es novedad permanente. En la medida que dejamos que Dios actúe en nosotros vemos como Dios no se repite. Todo lo hace nuevo. Nos renueva, nos hace personas nuevas. Y el ejemplo que sigue, la imagen que tiene en su memoria es la de su Hijo Jesucristo.
Por eso la oración, el trato de amistad y de hijos con Él, también la escucha de su Palabra, la participación en la Eucaristía, el celebrar el Sacramento de la Reconciliación…Tantas y tantas cosas para recolocar a Dios en el centro de nuestra vida. Así podemos vivir desde Él para los demás. De ahí la caridad con nuestro prójimo. Comparto lo que soy y tengo porque Dios es amor.Y también en este tiempo el ayuno de aquellas cosas que nos atan, nos separan de Dios y de los hermanos. Renunciar a las cosas para mostrar nuestra libertad y dominio sobre ellas, y a la vez agradecimiento con Dios, de quien proviene todo, y que es el único Señor.
Ponle nombre a tu oportunidad
Ojalá que esta Cuaresma sea para ti distinta. No sé si será un momento de oración, o un tiempo de formación en torno a la Biblia, no sé si será en un gesto de compartir lo que tienes con los necesitados, o un momento de gozo en tu familia, en tu comunidad. Pero seguro que si tú quieres, en uno de esos momentos, Dios se hace el encontradizo contigo.
No desaproveches esta oportunidad. Pon a Dios en tu corazón, y seguro que todo será distinto. Así la Pascua de Cristo será también tu Pascua. Porque habrás aprendido a vivir de las palabras que salen de la boca de Dios. Te sentirás una persona nueva porque Dios se fija cada día en ti y te propone un proyecto de vida plena: Jesucristo. No lo dudes. Dile: Sí.
Ayudanos Señor a superar la tentaciòn y a llegar a la meta del Amor.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 1-11
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes».
Jesús le respondió: «Está escrito:"El hombre no vive solamente de pan,sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"».
Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:"Dios dará órdenes a sus ángeles,y ellos te llevarán en sus manospara que tu pie no tropiece con ninguna piedra"».
Jesús le respondió: «También está escrito:"No tentarás al Señor, tu Dios"».El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme».Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito:"Adorarás al Señor, tu Dios,y a Él solo rendirás culto"».
Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.
Compartiendo la Palabra
Tomada del libro del Génesis, oíste la narración de la creación y pecado de los primeros padres. Luego, del evangelio, proclamaron que Jesús ayunó y fue tentado.
Habrás observado que esos relatos tienen semejanzas en la trama y desenlaces opuestos.
En ambos se trata de ‘hombres primeros’: Adán con Eva su mujer, es el primer hombre de la humanidad vieja. Cristo con su Iglesia, es el primogénito de la nueva humanidad.
Se trata también de ‘hombres tentados’: Adán en el paraíso; Jesús en el desierto.
Se trata además de ‘tentaciones similares’: La sugestión de “ser como Dios” encuentra su versión correlativa en la sugestión de desechar y anular los límites de la condición humana.
Adán comerá para “ser como Dios”.
A Jesús, reconocido por el tentador como Hijo de Dios, la tentación le propone negar, en nombre de la verdad de Dios, la verdad del hombre, como si la condición de Hijo en quien Dios se complace, le permitiese abandonar su fragilidad de hombre, su debilidad, su necesidad. Por eso a Jesús el tentador le sugiere comer, “hacer que las piedras se conviertan en panes”, “tirarse abajo desde el alero del templo”, “hacerse con la gloria de los reinos del mundo”. Pero Jesús ayunará.
Lo que se propone en este domingo a nuestra fe, no son viejas historias que otros han vivido, sino misterios en los que también nosotros participamos.Nacimos hijos de la vieja humanidad, “con la razón a oscuras y alejados de la vida de Dios”. Renacimos por el agua y el Espíritu para ser hombres nuevos, “revestidos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas”.
Nacimos hijos del hombre que cedió a la pretensión de “ser como Dios”. Renacimos criaturas nuevas en Cristo Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres”.
En la fuente del bautismo, bajamos con Cristo a la muerte. En la eucaristía nos ofrecemos con él, nos ofrecemos en él, nos ofrecemos por él.Los que en el bautismo hemos compartido la muerte de Cristo, compartimos en la eucaristía su obediencia filial a la palabra de Dios, su confianza humilde en el Padre del cielo, su opción por lo pequeño, por lo humano, por el don de sí mismo, por “ser como pan”, quien pudo retener el “ser como Dios”.
No pienses, sin embargo, que éstas son cosas para decir en la Iglesia, oír en la Iglesia y dejar en la Iglesia, como si fuesen ajenas a las preocupaciones que ha de tener un hombre sensato en el mundo real.
Si cada día miles de personas mueren de hambre, si se cuentan a millones las que se ven sometidas a esclavitud, si son millones las que sobreviven mal nutridas, si a millones de personas se les impide nacer, si a millones se las empuja a morir, es porque el hombre alarga la mano al fruto del poder, es porque tú y yo hemos cedido a la pretensión de “ser como Dios”.
Para caminar hacia un mundo más justo, no necesitamos hacer que las piedras se conviertan en panes; nos basta con seguir el camino de Jesús: el Hijo de Dios que se hizo hombre, el hombre que se hizo pan para los hombres.
Tu comunión de hoy con Cristo, no es apenas el comienzo de la santa Cuaresma: es tu opción creyente por un futuro en justicia y libertad para todos los hombres.
Feliz domingo.
El camino de Cuaresma.
Por Cardenal Jorge Mario Bergoglio S.J.
El ayuno que Dios quiere
Los criterios inmediatistas y eficientistas poco a poco han invadido nuestra cultura. El máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo, la inmolación del esfuerzo, del tiempo, de valores profundos y hasta de afectos vitales en vistas a un objetivo de corta duración que se presenta como plenificante en lo social o económico. De esta filosofía de vida, casi aceptada universalmente, no está exenta la vida de fe de los cristianos. Si bien la fe del discípulo se afianza y crece en el encuentro con Jesús vivo, que llega a todos los rincones de la vida y se nutre en la experiencia de ponerse de cara al evangelio para vivirlo como buena noticia que ilumina el andar cotidiano, podemos correr el riesgo de mirarlo de “reojo” y quedarnos sólo con una parte.
Hace algunos domingos, después de pronunciar el Sermón del monte, Jesús nos dijo “para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos”. Frente a esta palabra tan determinante podemos conformarnos con hacer algunas buenas obras y darnos por satisfechos. La propuesta del Señor es más ambiciosa. Nos propone un obrar “desde la bondad” que tiene su raíz en la fuerza del Espíritu que se derrama dinámicamente como don de amor para todo nuestro vivir. No se trata solamente de hacer obras buenas, se trata de obrar con bondad. Estamos en la puerta de la cuaresma y la tentación que podemos tener es la de reducirla a ciertas buenas prácticas que finalizan en la pascua, desperdiciando el caudal de gracia que puede significar este tiempo de conversión para toda nuestra vida.
Nuestro ayuno cuaresmal puede ser rutinario y llegar a ser un gesto maniqueo más que profético consistente en «cerrar la boca», porque la materia y los alimentos son impuros: cuando el ayuno que Dios quiere es partir el propio pan con el hambriento; privarnos no sólo de lo superfluo, sino aún de lo necesario para ayudar al los que tienen menos; dar trabajo al que no lo tiene curar a los que están enfermos en su cuerpo o en su espíritu; hacernos cargo de los que sufren el azote de la droga o ayudar a prevenir la caída de tantos; el denunciar toda injusticia; el trabajar para que tantos, especialmente chicos en la calle, dejen de ser el paisaje habitual; el dar amor al que está solo y no sólo al que se nos acerca.No creamos que es el comer o el ayunar lo que importa. Lo que hace verdadero el ayuno es el espíritu con que se come o se ayuna. Si pasar hambre fuera una bendición, serían benditos todos los hambrientos de la tierra y no tendríamos porque preocuparnos. «Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho para los otros... Así pues, por más que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre el duro suelo, y comas ceniza, y suspires continuamente, si no haces bien a otros, no haces nada grande».
San Juan Crisóstomo
Jesús ayunó según la tradición de su pueblo pero también compartió la mesa de ricos y pobres, de los justos y pecadores. (Mt. ll,l9).
Ayunemos desde la solidaridad concreta como manifestación visible de la caridad de Cristo en nuestra vida. Así tiene sentido nuestro ayuno como gesto profético y acción eficaz. Así cobra sentido nuestro ayunar para que otros no ayunen. Ayunar es amar.Necesitamos vivir la profundidad de no darle tanta importancia a la comida de la que nos privamos sino a la comida que posibilitamos a un hambriento con nuestras privaciones. Que nuestro ayuno voluntario sea el que impida tantos ayunos obligados de los pobres. Ayunar para que nadie tenga que ayunar a la fuerza.
Iniciando la cuaresma, benditos sean estos cuarenta días si nos entrenan el corazón en la actitud permanente de partir y repartir nuestro pan y nuestra vida con los más necesitados. Nuestro ayuno no puede ser dádiva ocasional sino una invitación a crecer en la libertad por la cual experimentamos que no es más feliz el que más tiene, sino el que más comparte porque ha entrado en la dinámica del amor gratuito de Dios.
Estamos en un tiempo marcado por la misión, no como gesto extraordinario sino como un modo de ser Iglesia en Buenos Aires. Cada gesto pastoral deseamos que no se agote en sí mismo sino que marque una brecha, genere una actitud que permanezca. En esta línea, queremos que el gesto solidario de cuaresma que realizamos desde hace ya varios años, nos permita rubricar el anuncio de la buena noticia, de que por el bautismo somos una familia que siente y vive como propias las angustias y dolores de todos, y todos los días del año.
Quiero agradecerles todo lo que se ha podido realizar a través de los gestos solidarios de los años anteriores y los animo a que la caridad viva sea el signo que acredite nuestras palabras de anuncio del Reino.Que Dios los bendiga y le regale una Santa Cuaresma vivida den el amor de Dios por su pueblo.
Palabra del Papa.
“Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf Mc 12, 31)”.
Benedicto XVI
Mensaje para la Cuaresma 2011
Benedicto XVI
Mensaje para la Cuaresma 2011
sábado, 12 de marzo de 2011
Cuaresma tiempo de arrepentimiento, tiempo de la misericordia de Dios.
Quizá a nosotros la llamada al arrepentimiento que es la Cuaresma, podría parecernos un poco extraña, un poco particular, porque podríamos pensar: ¿de qué tengo yo que arrepentirme?.
Arrepentirse significa tener conciencia del propio pecado. La conversión del corazón es el tema que debería de recorrer nuestra Cuaresma, tener conciencia de que algo he hecho mal, y podría ser que en nuestras vidas hubiéramos dejado un poco de lado la conciencia de lo que es fallar. Fallar no solamente uno mismo o a alguien a quien queremos, también la conciencia de lo que es fallarme a mí. Pudiera ser también que en nuestra vida hubiéramos perdido el sentido de lo que significa encontrarnos con Dios, y quizá por eso tenemos problemas para entender verdaderamente lo que es el pecado, porque tenemos problemas para entender quién es Dios. Solamente cuando tenemos un auténtico concepto de Dios, también podemos empezar a tener un auténtico concepto de lo que es el pecado, de lo que es el mal.La cuaresma es todo un camino de cuarenta días hasta la Pascua, y en este camino, la Iglesia nos va a estar recordando constantemente la necesidad de purificarnos, la necesidad de limpiar nuestro corazón, la necesidad de quitar de nuestro corazón todo aquello que lo aparte de Dios N. S.
La Cuaresma es un período que nos va a obligar a cuestionarnos para saber si en nuestro corazón hay algo que nos está apartando de Dios Nuestro Señor. Esto podría ser un problema muy serio para nosotros, porque es como quien tiene una enfermedad y no sabe que la tiene. Es malo tener una enfermedad, pero es peor no saber que la tenemos, sobre todo cuando puede ser curada, sobre todo cuando esta enfermedad puede ser quitada del alma.Qué tremendo problema es estar conviviendo con una dificultad en el corazón y tenerla perfectamente tapada para no verla. Es una inquietud que sin embargo la Iglesia nos invita a considerar y lo hace a través de la Cuaresma. Durante estos cuarenta días, cuando leemos el Evangelio de cada día o cuando vayamos a Misa los domingos, nos daremos cuenta de cómo la Biblia está constantemente insistiendo sobre este tema: “Purificar el corazón, examinar el alma, acercarse a Dios, estar más pegado a Él. Todo esto, en el fondo, es darse cuenta de quién es Dios y quién somos nosotros.Por otro lado, el hecho de que el sacerdote nos ponga la ceniza, no es simplemente una especie de rito mágico para empezar la Cuaresma. La ceniza tiene un sentido: significa una vida que ya no existe, una vida muerta. También tiene un sentido penitencial, quizá en nuestra época mucho menos, pero en la antigüedad, cuando se quería indicar que alguien estaba haciendo penitencia, se cubría de ceniza para indicar una mayor tristeza, una mayor precariedad en la propia forma de existir.Preguntémonos, si hay en nuestra alma algo que nos aparte de Dios. ¿Qué es lo que no nos permite estar cerca de Dios y que todavía no descubrimos? ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos impide darnos totalmente a Dios Nuestro Señor, no solamente como una especie de interés purificatorio personal, sino sobre todo por la tremenda repercusión que nuestra cercanía a Dios tiene en todos los que nos rodean?. Solamente cuando nos damos cuenta de lo que significa estar cerca de Dios, empezaremos a pensar lo que significa estar cerca de Dios para los que están con nosotros, para los que viven con nosotros. ¿Cómo queremos hacer felices a los que más cerca tenemos si no nos acercamos a la fuente de al felicidad? ¿Cómo queremos hacer felices a aquellos que están más cerca de nuestro corazón si no los traemos y los ayudamos a encontrarse con lo que es la auténtica felicidad?.Qué difícil es beber donde no hay agua, qué difícil es ver donde no hay luz. Si a mí, Dios me da la posibilidad de tener agua y tener luz, ¿solamente yo voy a beber? ¿Solamente yo voy a disfrutar de la luz?. Sería un tremendo egoísmo de mi parte. Por eso en este camino de Cuaresma vamos a empezar a preguntarnos:
¿Qué es lo que Dios quiere de mí?
¿Qué es lo qué Dios exige de mí?
¿Qué es lo que Dios quiere darme?
¿Cómo me quiere amar Dios?, para que en este camino nos convirtamos, para aquellas personas que nos rodean, en fuente de luz y también puedan llegar a encontrarse con Dios Nuestro Señor.
Ojalá que hagamos de esta Cuaresma una especie de viaje a nuestro corazón para irnos encontrando con nosotros mismos, para irnos descubriendo nosotros mismos, para ir depositando esa ceniza espiritual sobre nuestro corazón de manera que con ella vayamos nosotros cubriéndonos interiormente y podamos ver qué es lo que nos aparta de Dios.
La ceniza que nos habla de la caducidad, que nos habla de que todo se acaba, nos enseña a dar valor auténtico a las cosas. Cuando uno empieza a carecer de algunas cosas, empieza a valorar lo que son los amigos, lo que es la familia, lo que significa la cercanía de alguien que nos quiere. Así también tenemos que hacer nosotros, vamos a ir en ese viaje a nuestro corazón para que, valorando lo que tenemos dentro, nos demos cuenta de cuanto podemos dar a los que están con nosotros.
Este es el sentido de ponerse ceniza sobre nuestras cabezas: el inicio de un preguntarnos, a través de toda la Cuaresma, qué es lo que quiere Dios para nosotros; el inicio de un preguntarnos qué es lo que el Señor nos va a pedir y sobre todo, lo más importante, qué es lo que nosotros vamos a podré dar a los demás. De esta manera, vamos a encontrarnos verdaderamente con lo más maravilloso que una persona puede encontrar en su interior: la capacidad de darse.
Recorramos así el camino de nuestra Cuaresma, en nuestro ambiente, en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestro trabajo, en nuestras conversaciones. Buscar el interior para que en todo momento podamos encontrarnos en el corazón, no con nosotros mismos, porque sería una especie de egoísmo personal, sino con Nuestro Padre Dios; con Aquél que nos ama en el corazón, en lo más intimo, en lo más profundo de nosotros.
Que el bajar al corazón en esta Cuaresma sea el inicio de un camino que todos nosotros hagamos, no solamente en este tiempo, sino todos los días de nuestra vida para irnos encontrando cada día con el Único que da explicación a todo. Que la Eucaristía sea para nosotros ayuda, fortaleza, luz, consuelo porque posiblemente cuando entremos en nuestro corazón, vamos a encontrar cosas que no nos gusten y podríamos desanimarnos. Hay que recordar que no estamos solos. Que no vamos solos en este viaje al corazón sino que Dios viene con nosotros. Más aún, Dios se ofrece por nosotros, en la Eucaristía, para nuestra salvación, para manifestarnos su amor y para darse en su Cuerpo y en su Sangre por todos nosotros.
Arrepentirse significa tener conciencia del propio pecado. La conversión del corazón es el tema que debería de recorrer nuestra Cuaresma, tener conciencia de que algo he hecho mal, y podría ser que en nuestras vidas hubiéramos dejado un poco de lado la conciencia de lo que es fallar. Fallar no solamente uno mismo o a alguien a quien queremos, también la conciencia de lo que es fallarme a mí. Pudiera ser también que en nuestra vida hubiéramos perdido el sentido de lo que significa encontrarnos con Dios, y quizá por eso tenemos problemas para entender verdaderamente lo que es el pecado, porque tenemos problemas para entender quién es Dios. Solamente cuando tenemos un auténtico concepto de Dios, también podemos empezar a tener un auténtico concepto de lo que es el pecado, de lo que es el mal.La cuaresma es todo un camino de cuarenta días hasta la Pascua, y en este camino, la Iglesia nos va a estar recordando constantemente la necesidad de purificarnos, la necesidad de limpiar nuestro corazón, la necesidad de quitar de nuestro corazón todo aquello que lo aparte de Dios N. S.
La Cuaresma es un período que nos va a obligar a cuestionarnos para saber si en nuestro corazón hay algo que nos está apartando de Dios Nuestro Señor. Esto podría ser un problema muy serio para nosotros, porque es como quien tiene una enfermedad y no sabe que la tiene. Es malo tener una enfermedad, pero es peor no saber que la tenemos, sobre todo cuando puede ser curada, sobre todo cuando esta enfermedad puede ser quitada del alma.Qué tremendo problema es estar conviviendo con una dificultad en el corazón y tenerla perfectamente tapada para no verla. Es una inquietud que sin embargo la Iglesia nos invita a considerar y lo hace a través de la Cuaresma. Durante estos cuarenta días, cuando leemos el Evangelio de cada día o cuando vayamos a Misa los domingos, nos daremos cuenta de cómo la Biblia está constantemente insistiendo sobre este tema: “Purificar el corazón, examinar el alma, acercarse a Dios, estar más pegado a Él. Todo esto, en el fondo, es darse cuenta de quién es Dios y quién somos nosotros.Por otro lado, el hecho de que el sacerdote nos ponga la ceniza, no es simplemente una especie de rito mágico para empezar la Cuaresma. La ceniza tiene un sentido: significa una vida que ya no existe, una vida muerta. También tiene un sentido penitencial, quizá en nuestra época mucho menos, pero en la antigüedad, cuando se quería indicar que alguien estaba haciendo penitencia, se cubría de ceniza para indicar una mayor tristeza, una mayor precariedad en la propia forma de existir.Preguntémonos, si hay en nuestra alma algo que nos aparte de Dios. ¿Qué es lo que no nos permite estar cerca de Dios y que todavía no descubrimos? ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos impide darnos totalmente a Dios Nuestro Señor, no solamente como una especie de interés purificatorio personal, sino sobre todo por la tremenda repercusión que nuestra cercanía a Dios tiene en todos los que nos rodean?. Solamente cuando nos damos cuenta de lo que significa estar cerca de Dios, empezaremos a pensar lo que significa estar cerca de Dios para los que están con nosotros, para los que viven con nosotros. ¿Cómo queremos hacer felices a los que más cerca tenemos si no nos acercamos a la fuente de al felicidad? ¿Cómo queremos hacer felices a aquellos que están más cerca de nuestro corazón si no los traemos y los ayudamos a encontrarse con lo que es la auténtica felicidad?.Qué difícil es beber donde no hay agua, qué difícil es ver donde no hay luz. Si a mí, Dios me da la posibilidad de tener agua y tener luz, ¿solamente yo voy a beber? ¿Solamente yo voy a disfrutar de la luz?. Sería un tremendo egoísmo de mi parte. Por eso en este camino de Cuaresma vamos a empezar a preguntarnos:
¿Qué es lo que Dios quiere de mí?
¿Qué es lo qué Dios exige de mí?
¿Qué es lo que Dios quiere darme?
¿Cómo me quiere amar Dios?, para que en este camino nos convirtamos, para aquellas personas que nos rodean, en fuente de luz y también puedan llegar a encontrarse con Dios Nuestro Señor.
Ojalá que hagamos de esta Cuaresma una especie de viaje a nuestro corazón para irnos encontrando con nosotros mismos, para irnos descubriendo nosotros mismos, para ir depositando esa ceniza espiritual sobre nuestro corazón de manera que con ella vayamos nosotros cubriéndonos interiormente y podamos ver qué es lo que nos aparta de Dios.
La ceniza que nos habla de la caducidad, que nos habla de que todo se acaba, nos enseña a dar valor auténtico a las cosas. Cuando uno empieza a carecer de algunas cosas, empieza a valorar lo que son los amigos, lo que es la familia, lo que significa la cercanía de alguien que nos quiere. Así también tenemos que hacer nosotros, vamos a ir en ese viaje a nuestro corazón para que, valorando lo que tenemos dentro, nos demos cuenta de cuanto podemos dar a los que están con nosotros.
Este es el sentido de ponerse ceniza sobre nuestras cabezas: el inicio de un preguntarnos, a través de toda la Cuaresma, qué es lo que quiere Dios para nosotros; el inicio de un preguntarnos qué es lo que el Señor nos va a pedir y sobre todo, lo más importante, qué es lo que nosotros vamos a podré dar a los demás. De esta manera, vamos a encontrarnos verdaderamente con lo más maravilloso que una persona puede encontrar en su interior: la capacidad de darse.
Recorramos así el camino de nuestra Cuaresma, en nuestro ambiente, en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestro trabajo, en nuestras conversaciones. Buscar el interior para que en todo momento podamos encontrarnos en el corazón, no con nosotros mismos, porque sería una especie de egoísmo personal, sino con Nuestro Padre Dios; con Aquél que nos ama en el corazón, en lo más intimo, en lo más profundo de nosotros.
Que el bajar al corazón en esta Cuaresma sea el inicio de un camino que todos nosotros hagamos, no solamente en este tiempo, sino todos los días de nuestra vida para irnos encontrando cada día con el Único que da explicación a todo. Que la Eucaristía sea para nosotros ayuda, fortaleza, luz, consuelo porque posiblemente cuando entremos en nuestro corazón, vamos a encontrar cosas que no nos gusten y podríamos desanimarnos. Hay que recordar que no estamos solos. Que no vamos solos en este viaje al corazón sino que Dios viene con nosotros. Más aún, Dios se ofrece por nosotros, en la Eucaristía, para nuestra salvación, para manifestarnos su amor y para darse en su Cuerpo y en su Sangre por todos nosotros.
jueves, 10 de marzo de 2011
«Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11).
El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.
2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.
3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.
Benedicto XVI
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.
2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.
3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.
Benedicto XVI
martes, 8 de marzo de 2011
¿Què significa la "Cuaresma"?.
Queridos hermanos y hermanas:
Mañana miércoles, con el ayuno y el rito de las cenizas, entramos en la Cuaresma. Pero, ¿qué significa «entrar en la Cuaresma»?
Significa comenzar un tiempo de particular compromiso en el combate espiritual que nos opone al mal presente en el mundo, en cada uno de nosotros y a nuestro alrededor.
Quiere decir mirar al mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus efectos, sobre todo contra sus causas, hasta la causa última, que es Satanás.
Significa no descargar el problema del mal sobre los demás, sobre la sociedad, o sobre Dios, sino que hay que reconocer las propias responsabilidades y asumirlas conscientemente. En este sentido, resuena entre los cristianos con particular urgencia la invitación de Jesús a cargar cada uno con su propia «cruz» y a seguirle con humildad y confianza (Cf. Mateo 16, 24). La «cruz», por más pesada que sea, no es sinónimo de desventura, de una desgracia que hay que evitar lo más posible, sino una oportunidad para seguir a Jesús y de este modo alcanzar la fuerza en la lucha contra el pecado y el mal.
Entrar en la Cuaresma significa, por tanto, renovar la decisión personal y comunitaria de afrontar el mal junto a Cristo.
La Cruz es el único camino que lleva a la victoria del amor sobre el odio, de la generosidad sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia. Desde esta perspectiva, la Cuaresma es verdaderamente una ocasión de intenso compromiso ascético y espiritual fundamentado sobre la gracia de Cristo.
Palabras que pronunció SS Benedicto XVI después de rezar la oración mariana del Ángelus, el domingo, 10 febrero 2008.
Mañana miércoles, con el ayuno y el rito de las cenizas, entramos en la Cuaresma. Pero, ¿qué significa «entrar en la Cuaresma»?
Significa comenzar un tiempo de particular compromiso en el combate espiritual que nos opone al mal presente en el mundo, en cada uno de nosotros y a nuestro alrededor.
Quiere decir mirar al mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus efectos, sobre todo contra sus causas, hasta la causa última, que es Satanás.
Significa no descargar el problema del mal sobre los demás, sobre la sociedad, o sobre Dios, sino que hay que reconocer las propias responsabilidades y asumirlas conscientemente. En este sentido, resuena entre los cristianos con particular urgencia la invitación de Jesús a cargar cada uno con su propia «cruz» y a seguirle con humildad y confianza (Cf. Mateo 16, 24). La «cruz», por más pesada que sea, no es sinónimo de desventura, de una desgracia que hay que evitar lo más posible, sino una oportunidad para seguir a Jesús y de este modo alcanzar la fuerza en la lucha contra el pecado y el mal.
Entrar en la Cuaresma significa, por tanto, renovar la decisión personal y comunitaria de afrontar el mal junto a Cristo.
La Cruz es el único camino que lleva a la victoria del amor sobre el odio, de la generosidad sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia. Desde esta perspectiva, la Cuaresma es verdaderamente una ocasión de intenso compromiso ascético y espiritual fundamentado sobre la gracia de Cristo.
Palabras que pronunció SS Benedicto XVI después de rezar la oración mariana del Ángelus, el domingo, 10 febrero 2008.
domingo, 6 de marzo de 2011
"La gran lecciòn de la vida".
Había una vez un anciano, que solo buscaba alguien que lo escuchara. Caminó por ciudades, transitó por caminos buscando siquiera una sonrisa humana.....pero.... era tanta la prisa que todos llevaban....que ni esa sonrisa la pudo encontrar.
Desanimado, y falto de fuerza, se sentó sin esperanza junto a un árbol....allí, precisamente allí, encontró a otro anciano también desanimado porque tampoco había encontrado quien le brindara una sonrisa y lo escuchara.....ambos comenzaron hablar de sus tristezas, de sus amarguras, de su desesperanza. Ambos encontraron el mismo camino de ingratitud, de egoísmo y amargura....ambos terminaron convencido de una cosa: lo importante de saber escuchar y ser escuchado, de saber compartir las penas y los sufrimientos de los demás....
Ambos aprendieron la gran lección que le habían dado los hombres.... el camino del egoísmo sólo lleva a la destrucción de los valores más importantes de la humanidad: amar, compartir y servir.
Aprendamos también nosotros ésta hermosa lección, que estos dos ancianos nos dan: vivir solo para sí ,es el pecado más grave de la humanidad de hoy.
Desanimado, y falto de fuerza, se sentó sin esperanza junto a un árbol....allí, precisamente allí, encontró a otro anciano también desanimado porque tampoco había encontrado quien le brindara una sonrisa y lo escuchara.....ambos comenzaron hablar de sus tristezas, de sus amarguras, de su desesperanza. Ambos encontraron el mismo camino de ingratitud, de egoísmo y amargura....ambos terminaron convencido de una cosa: lo importante de saber escuchar y ser escuchado, de saber compartir las penas y los sufrimientos de los demás....
Ambos aprendieron la gran lección que le habían dado los hombres.... el camino del egoísmo sólo lleva a la destrucción de los valores más importantes de la humanidad: amar, compartir y servir.
Aprendamos también nosotros ésta hermosa lección, que estos dos ancianos nos dan: vivir solo para sí ,es el pecado más grave de la humanidad de hoy.
TÙ ERES LA ROCA QUE NOS SALVA.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 7, 21-27
Jesús dijo a sus discípulos:
No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?»Entonces Yo les manifestaré: «Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal».Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero ésta no se derrumbó, porque estaba construida sobre roca.Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: ésta se derrumbó, y su ruina fue grande.
Compartiendo la Palabra
Edificó su casa… creyendo
No lo cobija la choza; menos aún el palacio: El creyente necesita acogerse a su Dios.
No lo cobija la choza; menos aún el palacio: El creyente necesita acogerse a su Dios.
Iluminados por la fe y la palabra de la Iglesia, también nosotros nos encaminamos a la casa que es Dios.
Lo buscan tu corazón y tus ojos: “Tengo los ojos puestos en el Señor”. Y no quieres apartarlos de él, pues recuerdas que es él “quien saca tus pies de la red”.Lo buscas, y pides que te busquen sus ojos, que tu Dios se vuelva hacia ti, para que te encuentre su misericordia, en la que deseas ser recibido: “Mírame, Señor, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido”.
Desde tu fragilidad, la confianza te lleva a entrar en la firmeza de tu Dios: “A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado”.
Esto es lo que buscas en la casa que es Dios: buscas la roca de tu refugio, un baluarte donde te salves; buscas al Dios justo que haga brillar sobre ti la luz de su rostro, que te ponga a salvo por su misericordia.Y el mismo Señor a quien buscas, te indica el camino que has de seguir para encontrarte con él: Tú escuchas su palabra, él escucha la tuya; Tú le acoges a él, él te acoge a ti; está en tu mano ser recibido por él, pues en tu mano ha dejado que le recibas a él.Así lo había dicho por medio de su siervo Moisés: “Guardad mis palabras en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo y ponedlas de señal en vuestra frente”. Si las escuchamos, habremos escogido para nosotros la bendición que deseamos.Y así lo dijo por medio de su Hijo: “Entrará en el Reino de los cielos –en la casa que es Dios- el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo”. La palabra de Dios escuchada es la puerta por la que entras en la casa que es Dios.
He dicho “la palabra de Dios”, pero tú no olvidas que palabra de Dios para ti es en primer lugar “la palabra de Jesús”. Por eso dice él a sus discípulos: “El que escucha estas palabras mías, y las pone en práctica, se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca”.
Hoy, que celebras la Eucaristía, en su recinto escuchas y crees la palabra de tu Dios, las palabras de Jesús, el evangelio que vas a poner en práctica en la vida de cada día.Pero aún he de añadir un misterio a la dicha de este domingo: La palabra de Dios para ti, no es sólo la palabra que escuchas proclamada, sino que es también y sobre todo la Palabra que recibes comulgada. Hoy la Palabra viene a los suyos, busca alojarse en tu casa; y “a cuantos la reciben, les da poder de ser hijos de Dios”.
Si tu vida se hace casa del evangelio, tu Dios será la roca de tu refugio.
Si Cristo entra acogido en la casa de tu vida, tú entras acogido como hijo en la casa que es Dios.
He dicho “si Cristo entra”. No habrás interpretado mal si en el mismo lugar entiendes que dije “si un pobre entra”.
Feliz domingo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)