Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 26-38
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.Pero el Ángel le dijo:«No temas, María, porque Dios te ha favorecido., Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; El será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».María dijo al Ángel:«¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?»El Ángel le respondió:«El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».María dijo entonces:«Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra».Y el Ángel se alejó.
Compartiendo la Palabra Por Fernando Torres Pérez.
Dice san Juan de la Cruz en su Subida al Monte Carmelo aquella famosa frase de “por aquí no hay camino que para el justo no hay ley”. Lo malo es que nosotros hemos terminado dejando eso para los místicos y hemos concentrado en gran medida la vida cristiana en el cumplimiento de la ley.Una pena porque nos hemos perdido lo mejor del Evangelio. Poner el punto de mira en la ley nos lleva a plantear una estructura de mínimos. Para ser cristiano hay que ir a misa los domingos, confesarse una vez al año y cumplir la penitencia, etc. La ley establece el mínimo indispensable para reconocerse públicamente cristiano. Además, se determinan también las condiciones objetivas que hacen que se cumpla la ley. Así para cumplir con el precepto dominical de asistir a misa (obviamente no se habla de participar ni nada parecido, claro) hay que estar presente en la iglesia. No vale oírla por la radio ni verla por la televisión a no ser que hablemos de una persona enferma. También se fija cuándo se llega tarde a misa de tal modo que ya no se cumple con el precepto.Establecer los mínimos es olvidarse de los máximos. El planteamiento de Jesús nunca fue de mínimos. Él anunció la buena nueva e invitaba a todos a entrar por un camino diferente: el del amor. Ahí nadie se plantea mínimos. Ni siquiera se puede decir aquello tan manido de “en el medio está la virtud.” En el amor hay que darlo todo, sin medida, el máximo. Lo que decía san Juan de la Cruz no es un privilegio de los místicos ni de los muy santos. Es para todos los cristianos. Es la llamada que nos hace Jesús a entregarnos sin medida.Desde esta perspectiva se entiende el enfado de Pablo en su carta a los gálatas. Él les había anunciado el Evangelio en toda su fuerza y ellos se estaban agarrando al cumplimiento de la ley. Se habían perdido lo mejor y, de paso, habían perdido el norte. Ser cristiano no es cumplir una ley sino tratar de vivir según el amor y la misericordia de Dios. Nuestro Padre celestial, como dice Jesús en el evangelio, nos dará el Espíritu que necesitamos para seguir el camino del Evangelio.
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