Domingo 16 de Mayo del 2010
Unido al tema de la confianza, está el tema de la fe. Ya en otras oportunidades he comentado que no es lo mismo “cree en Dios” que “creerle a Dios”. La primera propuesta es patrimonio, creo que de toda la humanidad pues hasta quienes dicen no creer en Dios pues la verdad es que en alguna entidad creen (que puede ser el dinero, la fama, etc.). Pero creerle a Dios, particularmente al Dios revelado por Cristo, implica aceptar que su Palabra no sólo es fuente de la verdad, sino que es la verdad misma. Jesús, por ello, se define a sí mismo como “la verdad”… Él es la verdad y por ello su palabra debe ser tenida, no como una opinión más o un comentario sobre algún aspecto de la vida, sino como la expresión de quien sabe cuál es el camino y la norma que hace de nuestra vida una experiencia gozosa. Dios, por medio de la Sagrada Escritura, nos instruye sobre cosas que debemos hacer para ser felices y cosas que debeos evitar para no perder la felicidad. Sin embargo, muchas de ellas nos resultan o difíciles o ininteligibles y extrañas, incluso, ilógicas. Sin embrago es “Palabras de Dios” y por ello una palabra que siempre se cumple, pues se identifica, como ya lo decíamos, con Dios mismo. Si Dios dice: “¡Que haya luz!” esa palabra se traduce en luz. De manera que todo lo que la Palabra dice, tarde o tempranos en nuestro tiempo se llevara a cabo. Si Dios dice: “El pecado siempre paga con la muerte”, hermanos, no podemos dudar que tarde o temprano así será. Dudar de esta palabra es poner en riesgo no solo nuestra felicidad en este mundo sino, pero aun, en el venidero. Creamos y confiemos en su Palabra… nunca falla. Siempre es viva y eficaz. Lo que ofrece siempre lo cumple. Por ello, quien cree en esta Palabra y la toma como norma de vida será dichoso y le irá bien… tendrá una vida colmada de paz y gozo interior. Sé que no es fácil pues implica ponerse en sus manos, pero hermanos, ¿en que manos podríamos estar mejor que en las manos de Dios?
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