Evangelio según San Juan 10,22-30.
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente". Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa".
Comentario del Evangelio por :
León XIII, papa de 1878 a 1903Encíclica Divinum Illud Munus del 9 de mayo 1897
«Yo y el Padre somos uno»
El misterio de la Santísima Trinidad es llamado, por los doctores de la Iglesia, la sustancia del Nuevo Testamento, es decir, el más grande de todos los misterios, la fuente y fundamento de todos los demás. Es para conocerla y contemplarla que han sido creados los ángeles en el cielo y los hombres en la tierra... Para manifestar con más claridad este misterio, Dios mismo descendió de la región de los ángeles a la de los hombres...
El apóstol Pablo anuncia la Trinidad de las personas y la unidad de su naturaleza cuando escribe: «Todo lo que existe es de Él, pasa por Él y existe en ÉL ¡A Él la gloria por los siglos!» (Rm 11,36... San Agustín al comentar este pasaje, escribe: «Estas palabras no se deben entender que son dichas al azar. 'De Él', designan el Padre, 'por Él' al Hijo, 'en Él', al Espíritu Santo». Por eso la Iglesia tiene la costumbre de atribuir al Padre las obras de la Divinidad en las que resplandece el poder, al Hijo en las que resplandece la sabiduría, al Espíritu Santo en las que resplandece el amor. No que todas las perfecciones y las obras exteriores no sean comunes a las tres personas divinas: «las obras de la Trinidad son indivisibles, tal como es indivisible la esencia de la Trinidad...» (San Agustín).
Pero, a través de una cierta comparación, una cierta afinidad entre estas obras y las propiedades de las Personas, las obras se atribuyen o «apropian», como se dice, más a una de las personas que a las otras dos... De esta manera, el Padre, que es «el principio de toda la divinidad» (San Agustín) es también la causa eficiente de todas las cosas, de la encarnación del Verbo, y de la santificación de las almas: «Todo lo que existe es de Él». Pero el Hijo, la Palabra de Dios y la imagen de Dios, es también la causa modelo, el arquetipo; todo lo que ha sido creado recibe de Él su forma y su belleza, el orden y la armonía. Él es para nosotros «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), el reconciliador del hombre con Dios: «todo pasa por Él». El Espíritu Santo es la causa última de toda cosa..., la bondad divina, el amor mutuo del Padre y del Hijo; con su fuerza poderosa pero suave, completa la obra escondida de la salvación eterna del hombre y la lleva a su perfección: «todo existe en Él».
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