Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto.
En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de Él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio.
Él le respondió: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros».
Pero ella le respondió: «Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos».
Entonces Él le dijo: «A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija». Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.
He aquí una escena, un relato de Marcos, que crea incomodidad y extrañeza. Por lo que dice, por cómo lo dice, y por lo que se calla.
Veamos. En primer lugar Jesús se marcha a la región de Tiro. En el Antiguo Testamento, esta ciudad era símbolo de gentes malas y perversas. De esta ciudad llegó la princesa Jezabel, en tiempos de Salomón, que es la que introdujo el culto a Belzebú, el Dios pagano de la fecundidad y adversario de Yahveh. Jesús no se mueve mucho fuera de los confines de Israel y sus contactos con los paganos son bastante excepcionales. Pero en este caso, se salta la costumbre judía de no pisar territorio pagano (impuro).
¿Qué es lo que lleva a Jesús a hacer esta visita, en la que, por otra parte, quiere pasar «inadvertido, y en la que los discípulos parecen haberse esfumado? El evangelista no nos lo dice. ¿Quizá quiere evitarse complicaciones con Herodes Antipas, que gobernaba esta región? Pero entonces bastaba con que se hubiera dirigido a otro sitio. Quizá necesitaba «cambiar de aires»: debía haberse quedado agotado, aburrido, vacío y harto de las discusiones legales con los judíos que acababan de tener lugar. Eran debates inútiles, porque ellos, en su cerrazón, la única conclusión que sacaban es que Jesús andaba muy perdido y que se tomaba demasiadas «libertades» ante las sagradas tradiciones de toda la vida. Pero no lo sabemos.
El caso es que su pretensión de que le dejasen tranquilo en aquella «casa» (tampoco sabemos de quién, aunque de nuevo era otro rasgo de impureza: hospedarse en casa pagana) tiene muy poco éxito.
Y se presenta una mujer. Marcos la etiqueta con pocas palabras: es griega (pagana, por tanto), y debe ser de la clase alta, dirigente; es sirofenicia (nacionalidad) y tiene una hija poseída por un espíritu inmundo. Es decir: impura por los cuatro costados. No se molesta el evangelista en describir en qué consiste ese «espíritu inmundo». En general tendremos que decir que hay dentro de su hija algo que la destruye, que la llena de violencia, de odio, que la incomunica con los demás. Por otros casos similares, podemos intuir que hay algo en su interior que no la deja ser ella misma, pero también algo que la condiciona desde el exterior: ¿su cultura, ideologías, educación...?
Esta mujer es bien atrevida. Sabía perfectamente que no debía acercarse a un judío, a quienes, en general, consideraban inferiores. Pero se echa a sus pies, con lo cual reconoce su superioridad. Y acepta, sin cuestionarlo, que la comparen con los perros, y está dispuesta a conformarse con las «migas». ¿Le puede su amor de madre, por encima de cualquier otra norma, ideología o convicción personal? El caso es que Jesús se va a encontrar en tierra pagana una fe y un respeto... que no ha encontrado entre los fariseos con los que ha estado discutiendo.
La referencia de Jesús al «pan de los hijos» tiene que ver por una parte con los relatos de la multiplicación de los panes, símbolo del banquete mesiánico, de la salvación. Parece como que el propio Jesús es «víctima» de las concepciones religiosas de su pueblo, que se cree con la «exclusiva» de la salvación de Dios, ellos solos son «el pueblo, los hijos». Y hasta ahora... los únicos destinatarios de su misión evangelizadora. La frase con la que Jesús se dirige a aquella mujer es dura. No pega mucho con el estilo con el que se normalmente él se comporta, aunque el calificativo «perros» con el que habitualmente se referían a los paganos, Jesús lo amortigua hablando de cachorros o perrillos. Como también resulta chocante esa despedida tan «seca»: «¡Vete!».
Cuando Marcos redacta su Evangelio, aprovecha también la escena para reflexionar sobre el lugar que los «paganos» que van entrando en su comunidad tienen en la Mesa Eucarística. Este es el tema de fondo de este extraño relato.
Seguramente hubiéramos preferido que Jesús cuestionase la mentalidad de aquella mujer, que utilizase otro lenguaje, que expresamente a ella la hubiera llamado «hija». Pero en este momento todavía no ocurre. Sí que alaba a aquella mujer «por eso que has dicho». ¿Y qué ha dicho? Que también los paganos (las mujeres, los impuros) pueden beneficiarse de las sobras del pan (como en la multiplicación), sin cuestionar si es o no justo que unos tengan más derecho que otros. Pero también hay que anotar el título con el que se ha dirigido a Jesús: es la primera vez en el Evangelio de Marcos que alguien se refiere a Jesús con el nombre de «Señor».
Aquella actitud, aquella confianza (fe) lleva a Jesús a cuestionarse sus propias convicciones. Mateo lo dirá de modo más explícito: ¿Realmente su misión evangelizadora es sólo y exclusivamente para las ovejas de Israel? ¿Realmente el banquete mesiánico (y su sacramento, la Eucaristía), la salvación, ¿es para unos pocos, para un pueblo elegido? ¿No es un banquete universal, no es una salvación abierta a todos, no es el nuevo pueblo de Dios la humanidad? Parece que a esta mujer pagana y tan tozuda, y hábil con las discusiones... le debemos que Jesús se replantease su misión. Y que la comunidad cristiana tomase la decisión de abrir sus puertas desde la fe.... y no desde la raza u otros condicionamientos excluyentes.
En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de Él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio.
Él le respondió: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros».
Pero ella le respondió: «Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos».
Entonces Él le dijo: «A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija». Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.
Compartiendo la Palabra
EL ATREVIMIENTO DE UNA MUJER
EL ATREVIMIENTO DE UNA MUJER
He aquí una escena, un relato de Marcos, que crea incomodidad y extrañeza. Por lo que dice, por cómo lo dice, y por lo que se calla.
Veamos. En primer lugar Jesús se marcha a la región de Tiro. En el Antiguo Testamento, esta ciudad era símbolo de gentes malas y perversas. De esta ciudad llegó la princesa Jezabel, en tiempos de Salomón, que es la que introdujo el culto a Belzebú, el Dios pagano de la fecundidad y adversario de Yahveh. Jesús no se mueve mucho fuera de los confines de Israel y sus contactos con los paganos son bastante excepcionales. Pero en este caso, se salta la costumbre judía de no pisar territorio pagano (impuro).
¿Qué es lo que lleva a Jesús a hacer esta visita, en la que, por otra parte, quiere pasar «inadvertido, y en la que los discípulos parecen haberse esfumado? El evangelista no nos lo dice. ¿Quizá quiere evitarse complicaciones con Herodes Antipas, que gobernaba esta región? Pero entonces bastaba con que se hubiera dirigido a otro sitio. Quizá necesitaba «cambiar de aires»: debía haberse quedado agotado, aburrido, vacío y harto de las discusiones legales con los judíos que acababan de tener lugar. Eran debates inútiles, porque ellos, en su cerrazón, la única conclusión que sacaban es que Jesús andaba muy perdido y que se tomaba demasiadas «libertades» ante las sagradas tradiciones de toda la vida. Pero no lo sabemos.
El caso es que su pretensión de que le dejasen tranquilo en aquella «casa» (tampoco sabemos de quién, aunque de nuevo era otro rasgo de impureza: hospedarse en casa pagana) tiene muy poco éxito.
Y se presenta una mujer. Marcos la etiqueta con pocas palabras: es griega (pagana, por tanto), y debe ser de la clase alta, dirigente; es sirofenicia (nacionalidad) y tiene una hija poseída por un espíritu inmundo. Es decir: impura por los cuatro costados. No se molesta el evangelista en describir en qué consiste ese «espíritu inmundo». En general tendremos que decir que hay dentro de su hija algo que la destruye, que la llena de violencia, de odio, que la incomunica con los demás. Por otros casos similares, podemos intuir que hay algo en su interior que no la deja ser ella misma, pero también algo que la condiciona desde el exterior: ¿su cultura, ideologías, educación...?
Esta mujer es bien atrevida. Sabía perfectamente que no debía acercarse a un judío, a quienes, en general, consideraban inferiores. Pero se echa a sus pies, con lo cual reconoce su superioridad. Y acepta, sin cuestionarlo, que la comparen con los perros, y está dispuesta a conformarse con las «migas». ¿Le puede su amor de madre, por encima de cualquier otra norma, ideología o convicción personal? El caso es que Jesús se va a encontrar en tierra pagana una fe y un respeto... que no ha encontrado entre los fariseos con los que ha estado discutiendo.
La referencia de Jesús al «pan de los hijos» tiene que ver por una parte con los relatos de la multiplicación de los panes, símbolo del banquete mesiánico, de la salvación. Parece como que el propio Jesús es «víctima» de las concepciones religiosas de su pueblo, que se cree con la «exclusiva» de la salvación de Dios, ellos solos son «el pueblo, los hijos». Y hasta ahora... los únicos destinatarios de su misión evangelizadora. La frase con la que Jesús se dirige a aquella mujer es dura. No pega mucho con el estilo con el que se normalmente él se comporta, aunque el calificativo «perros» con el que habitualmente se referían a los paganos, Jesús lo amortigua hablando de cachorros o perrillos. Como también resulta chocante esa despedida tan «seca»: «¡Vete!».
Cuando Marcos redacta su Evangelio, aprovecha también la escena para reflexionar sobre el lugar que los «paganos» que van entrando en su comunidad tienen en la Mesa Eucarística. Este es el tema de fondo de este extraño relato.
Seguramente hubiéramos preferido que Jesús cuestionase la mentalidad de aquella mujer, que utilizase otro lenguaje, que expresamente a ella la hubiera llamado «hija». Pero en este momento todavía no ocurre. Sí que alaba a aquella mujer «por eso que has dicho». ¿Y qué ha dicho? Que también los paganos (las mujeres, los impuros) pueden beneficiarse de las sobras del pan (como en la multiplicación), sin cuestionar si es o no justo que unos tengan más derecho que otros. Pero también hay que anotar el título con el que se ha dirigido a Jesús: es la primera vez en el Evangelio de Marcos que alguien se refiere a Jesús con el nombre de «Señor».
Aquella actitud, aquella confianza (fe) lleva a Jesús a cuestionarse sus propias convicciones. Mateo lo dirá de modo más explícito: ¿Realmente su misión evangelizadora es sólo y exclusivamente para las ovejas de Israel? ¿Realmente el banquete mesiánico (y su sacramento, la Eucaristía), la salvación, ¿es para unos pocos, para un pueblo elegido? ¿No es un banquete universal, no es una salvación abierta a todos, no es el nuevo pueblo de Dios la humanidad? Parece que a esta mujer pagana y tan tozuda, y hábil con las discusiones... le debemos que Jesús se replantease su misión. Y que la comunidad cristiana tomase la decisión de abrir sus puertas desde la fe.... y no desde la raza u otros condicionamientos excluyentes.
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