Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos. Venimos celebrando en esta Pascua su resurrección, ascensión, sentarse a la derecha del Padre, envío del Espíritu, todas ellas realidades pascuales que expresan la misma verdad: el final de Jesús no fue la muerte sino la Vida. El misterio pascual es tan rico que no podemos abarcarlo con una sola imagen, por eso tenemos que contemplarlo celebrándolo en diversas festividades.
Creer en la ascensión de Jesús, es creer que Jesús, el Hijo de Dios, nacido de María, al resucitar, vive ya junto al Padre. Jesús hombre como nosotros, al morir ha sido resucitado por el Padre, ha entrado en la vida íntima de Dios. En Dios Trinidad existe ya la presencia de un hombre, Jesús nuestro hermano. Jesús resucitado está allí donde Dios está, en la plena presencia, de amor y felicidad. Cuando proclamamos que Jesús subió al cielo pensamos en todo eso.
La subida de Jesús al cielo es un pasar del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible, de los seres humanos a Dios. "Arriba" está la estratosfera, no la residencia de los dioses. Los astronautas no están más cerca de Dios. Con su ascensión al cielo Jesús penetró en una realidad que escapa a nuestras posibilidades, de nuestro vivir dentro del espacio y del tiempo. Nadie vive allí si no ha sido resucitado por Dios. Es el misterio difícil, pero maravilloso, que hoy celebramos, para nosotros cristianos es de una trascendencia extraordinaria.
Jesús hombre como nosotros, hermano nuestro, es el primer ser humano que vive plenamente en Dios, la vida de Dios. Nosotros y toda la humanidad podemos dirigirnos hacia Dios para vivir por siempre en Él. Jesús vive en Dios una cercanía nueva con nosotros, no se ha ausentado de nosotros, es contemporáneo nuestro e impulsa nuestra vida hacia nuestro destino último, que es el suyo. Él nos ha señalado el camino para seguirle. Jesús nos dijo: “yo soy vuestro camino” y nos ayuda a recorrerlo.
En la medida en que orientamos nuestra vida hacia el seguimiento de Jesús vamos adentrándonos en Él. Jesús es el lugar último de la reconciliación y de la paz para la humanidad, para todos los hombres y mujeres de todos los pueblos y edades. Él es el fin del camino.
Es el sentido de esta fiesta, en la que celebramos que Jesús nuestro salvador ha desaparecido de entre nosotros, cuando lo que nos preocupa y nos importa hoy es la solución de los problemas de nuestro mundo tan graves y amenazadores.
Hoy se nos dice que ser cristiano, es vivir en este mundo, es encontrarnos ahora con un Jesús lleno de vida, que ha muerto por amor a nosotros, pero que ahora vive, resucitado, y que nos dice: “creed en vuestra vida futura, será como la mía, vuestra vida no termina en la muerte”. Nuestra vida será como la vida que hoy vive Jesús.Por eso necesitamos escuchar su mensaje.
“El cielo”, vivir en Dios es la dimensión plena de nuestra vida. Jesús quiere introducirnos ya desde ahora en esa dimensión de nuestra vida desde la que podemos ver y juzgar el sentido profundo de lo que hacemos y vivimos. Por eso mirar al cielo no significa desentendernos de la tierra y de sus problemas. Al contrario significa contemplarlos desde otra perspectiva y desde otra mirada. Por eso Jesús pide a sus discípulos en la Ascensión que no se queden mirando al cielo sino que se comprometan con los problemas de la historia.
Es cierto que los creyentes podemos parecer seres extraños en un mundo racionalizado, que solo cree y espera en sus propias posibilidades, en su propia tecnología, en sus propias verdades, en sus propios proyectos de paz y concordia, optimista unas veces y triste y desesperanzado otras según sus éxitos o fracasos.
Pero los cristianos no podemos sentirnos extraños entre las gentes con las que convivimos a sus angustias y esperanzas, este mundo es también nuestro, en él nacemos, vivimos, morimos. Por eso es tan humano que amemos nuestra tierra. Nuestra fe nos ofrece razones para vivir y para morir aquí con esperanza, porque esperamos el encuentro definitivo con Jesús nuestro hermano y con nuestro Dios. Esto no significa renunciar a nuestra vocación terrena, implica el ser fieles a ella, abiertos a todos los seres humanos, hermanos nuestros, de toda raza, de toda religión.
Algunos escucharán estas palabras con sonrisa escéptica, pero para los creyentes es la realidad que da sentido a nuestra vida y a la apasionante historia de la humanidad.Es la misión que hoy escuchamos de nuevo: Jesús insiste a los que quieren seguirle en que hemos de estar presentes en el mundo: “Id a todos los pueblos” les dice. Es un mensaje de paz, de fraternidad que hemos de llevar a nuestro mundo turbado, amenazado y amenazador. Se han encerrado en él muchos odios, muchas injusticias, se ha explotado a pueblos enteros, se ha despreciado a razas, a culturas, ¿cómo extrañarnos de que brote la violencia, el terror?Esta fiesta es una invitación para abrirnos al nuevo horizonte de todos los hombres y mujeres que no conocen el gozo de sentirse hijos de Dios y hermanos entre sí. Para ello contamos con la presencia constante de Jesús, que estará siempre en medio de nosotros. Él es hermano de todos.Pensémoslo una vez más, la vida del cristiano no es encontrarse con un difunto, con un muerto. Ser cristiano no es admirar a un personaje del pasado, que con su doctrina puede aportarnos alguna luz para la vida de hoy. Ser cristiano es encontrarnos hoy con un Cristo lleno de vida, cuyo espíritu nos hace vivir, con un Cristo que ha muerto por amor a nosotros, pero que ahora es un ser vivo. El nos asegura, que su nueva presencia, es presencia en todos y cada uno de nosotros.
Vivamos esa presencia, Jesús vive a nuestro lado, es la mejor compañía que nunca nos abandona, nunca nos fallará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario