domingo, 10 de abril de 2011

Tu vida nos rescata de la muerte.


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 1-45

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea».

Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»Jesús les respondió:«¿Acaso no son doce las horas del día?

El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo;en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». .Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero Yo voy a despertarlo».Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se sanará». Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.

Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo».Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él».

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.

Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas».Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día».Jesús le dijo:«Yo soy la Resurrección y la Vida.

El que cree en mí, aunque muera, vivirá;y todo el que vive y cree en mí,no morirá jamás.

¿Crees esto?

»Ella le respondió:

«Sí, Señor, creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».

Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja:

«El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que ésta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo:

«Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto».

Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó:

«¿Dónde lo pusieron?»

Le respondieron:

«Ven, Señor, y lo verás».

Y Jesús lloró.

Los judíos dijeron:

«¡Cómo lo amaba!»

Pero algunos decían:

«Éste que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?»

Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo:

«Quiten la piedra».

Marta, la hermana del difunto, le respondió:

«Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto».

Jesús le dijo:

«¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»

Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:

«Padre, te doy gracias porque me oíste.

Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que Tu me has enviado».

Después de decir esto, gritó con voz fuerte:

«¡Lázaro, ven afuera!».

El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.

Jesús les dijo:

«Desátenlo para que pueda caminar».

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.



Compartiendo la Palabra


Una cuestión de amor“Desde lo hondo a ti grito, Señor”. La hondura desde la que gritaba el salmista era la del pecado.

Hoy, sus palabras son entregadas por la fe a los empobrecidos de la tierra, a los derrotados por la vida, a quienes todo lo han perdido, a náufragos de la esperanza, a los que duermen ya como los muertos. El salmo sube ahora desde el abismo de la muerte. Y es en esa hondura donde resuenan las palabras de la profecía: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío”. Es en esa oscuridad de los sepulcros donde vemos que brilla la luz del evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Tu Dios, Dios de derrotados, empobrecidos, desterrados y muertos, te ha llamado “pueblo mío”, y ha encerrado en un posesivo de afecto toda la ternura que cabe en el cielo. “Pueblo mío”: lo puede decir con verdad el que sacó de Egipto a su pueblo. “Pueblo mío”: te lo dice el que promete abrir mañana tus sepulcros como abrió ayer el mar al paso de tus hijos. “Pueblo mío”: te lo dice tu Dios, porque sólo tu Dios te lo puede decir.

El que, con palabras de promesa, te había dicho: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío”, el mismo te dice ahora con palabras de evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Hoy, como en un espejo, has visto que Jesús abría desde afuera el sepulcro de su amigo Lázaro.

En la Pascua, cuando todo quedará cumplido y se te revele la verdad, sabrás que él, tu Señor, ha abierto desde adentro todos los sepulcros. Entonces reconocerás que tu Dios se ha hecho solidario contigo en la muerte para hacerte con él partícipe de su vida.

Profecía y evangelio te ayudan a comprender lo que has vivido en la pila bautismal, y desvelan el misterio de lo que vas a vivir en la eucaristía dominical. Hoy en la eucaristía, como un día en el Bautismo, te encuentras con la resurrección y la vida que es Cristo Jesús.

Él ha comulgado tu muerte por el amor con que se encarnó, y tú comulgas su vida por la gracia de la fe con que lo acoges.

El te dice, por el amor: “¡Pueblo mío!” Y tú le dices, por la fe: “Señor mío y Dios mío”.

Reconoce a Cristo en la Escritura que proclamas, en la Eucaristía que consagras y recibes, en la comunidad con la que oras, en el pobre con el que te encuentras. Reconócelo y acógelo, y habrás recibido la resurrección y la vida.

Sólo el amor de Dios puede abrir los sepulcros y los abre desde dentro. Una Pascua es siempre una cuestión de amor.


Feliz domingo.

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