II Domingo de AdvientoAño A - 5.12.2010
/ Publicado por EUNTES
Isaías 11,1-10 / Salmo 71 / Romanos 15,4-9Mateo 3,1-12
Reflexiones
Tres son los personajes principales que, en el tiempo de Adviento, nos preparan para el encuentro con Cristo: el profeta Isaías, Juan el Bautista y María. Cada uno de ellos tiene una relación misionera especial con el Salvador que viene: Isaías lo preanuncia, Juan lo señala ya presente, María lo posee y lo dona. También otros “pobres de Yahvé” del Primer Testamento vivían a la espera de un Mesías, aunque para muchos la espera resultaba confusa y mezclada de esperanzas humanas.Asimismo, hoy la esperanza es un valor en crisis de contenidos, porque muchos desconocen lo que más necesitan para conseguir el auténtico crecimiento integral de su vida. En una pieza teatral emblemática de nuestro tiempo, el escritor irlandés Samuel Beckett, Premio Nobel de literatura (1969), denuncia lo absurdo de la condición humana: la obra Esperando a Godot se desarrolla en la larga espera de un personaje importante, pero desconocido, con perfil y trazos nebulosos. Cuando ya se anuncia que ese personaje está a punto de llegar, la última manifestación de los actores es un poco convencido ¡Vamos!”, pero en la indicación escenográfica se anota: “Que nadie se mueva”. La larga espera ha sido en vano. La obra simboliza la carencia de significado de la vida humana, tema recurrente del existencialismo.
Nada que ver con la esperanza cristiana, que es un dinamismo de apertura y de encuentro con una Persona conocida, de la cual uno se siente profundamente amado: es el Salvador de todos, con un nombre y un rostro bien definidos. Se llama Jesucristo. Él es el centro del anuncio misionero de la Iglesia. La “esperanza cristiana” es el tema de la segunda encíclica del Papa Benedicto XVI, Spe Salvi (en esperanza fuimos salvados – Rm 8,24). Si la caridad es el corazón de la fe cristiana -porque ¡Dios es amor!- la esperanza es el dinamismo que la mantiene viva en el tiempo y en el espacio; el alma que sustenta el anuncio misionero del Evangelio en cada época y entre todos los pueblos. El Papa lo demuestra también con la historia emblemática de Santa Josefina Bakhita (1869-1947), la cual fue esclava en Darfur, secuestrada por “traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán”; luego logró ser plenamente libre y salvada: en el cuerpo y en su dignidad como persona, pero más tarde también en calidad de bautizada y de religiosa. Ella se sentía conocida, amada y esperada por su Señor, al que empezó a llamar su nuevo y único Patrón supremo. De esta experiencia nacía en ella el ardor misionero: estaba convencida de que “la esperanza que en ella había nacido y la había «redimido» no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos” (Spe Salvi, n. 3). (Cronológicamente, la sudanesa Bakhita pertenecía al territorio y a la época en que S. Daniel Comboni era obispo, aunque los dos nunca se encontraron). (*)El profeta Isaías (I lectura), ocho siglos antes de Cristo, en tiempos de violencia y desolación, fue capaz de cantar la esperanza en un futuro de vida, reconciliación y prosperidad para su pueblo. En situaciones análogas de sufrimiento, también otro joven profeta, Jeremías, fue capaz de ver el almendro en ciernes (Jer 1,11). Allí donde todos ven sólo negatividad, los profetas ven más allá, lejos, una historia y una esperanza diferente: la historia de Dios que lleva a todos a la salvación. Isaías veía despuntar un retoño, que en seguida fue lleno del multiforme espíritu del Señor (v. 1-3). Y describe el estupendo jardín de la convivencia pacífica de los seres vivientes (animales y personas) entre sí y con la creación (v. 5-9). Tan sólo un pueblo que vive así, en la justicia y armonía de relaciones, tiene algo positivo que decir a los otros, puede llegar a ser un “estandarte de pueblos” (v. 10). Tan sólo así tendrá algo hermoso y verdadero que compartir en el concierto de las naciones. ¡Y se convierte en comunidad misionera! Entre las notas de ese pueblo en paz dentro y fuera, S. Pablo (II lectura) incluye la capacidad de acogerse mutuamente como nos acogió Cristo (v. 7), por su misericordia (v. 9).Juan el Bautista (Evangelio), profeta austero e interiormente libre, con palabras de fuego prepara el camino del Señor que viene detrás de él, bautiza “con agua para la conversión”, anunciando la presencia de uno que es más fuerte que él, el cual “bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego” (v. 11). Por eso, Juan grita: “Conviértanse” (v. 2). Ya existe una criatura plenamente convertida, es decir, totalmente orientada hacia Dios, llena de Espíritu Santo: es, ejemplarmente, María, toda pura, sin mancha; es la Inmaculada (fiesta el 8 de diciembre). Ella ha acogido a su Señor y le ha dado un cuerpo humano; ahora lo ofrece a todos, incluso a aquellos que todavía no lo conocen. El Adviento es un tiempo privilegiado para vivir la misión: en Adviento y en Navidad el Señor llega a nosotros; no faltará a la cita. Pero Él quiere llegar a otros también por medio de nosotros.
Palabra del Papa(*) “Según la fe cristiana, la «redención», la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino... En este caso, aparece también como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente”.
Benedicto XVI Encíclica Spe Salvi, 30 de noviembre de 2007, n. 1-2
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